VIII

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EL DIABLO, CAPITULO 8:




Montañas.





Me divierto un poco probando mi nuevo auto en las afueras de la ciudad.

En fines de Noviembre el clima en el Bed Stuy no es muy cálido que digamos.

El viento helado choca en mi mandíbula. Poniéndome en duda de mis próximos movimientos, pero mi mente rechaza las inseguridades.

Soy capaz de llevar al cielo a quien me lo pida, pero irónicamente, yo no puedo llegar allí.

Ahora tengo un problemita más el cual arreglar, el tipo que me ha estado persiguiendo estos últimos días, el tal "Demonio", quien de seguro es una copia barata mía, me ha estado... provocando. Llamadas anónimas, problemas de robos en el burdel, y un sinfín de estupideces más que me han estresado los últimos días.

Mi teléfono vibra en consecuencia de un mensaje nuevo, de un número desconocido.

"Espero y disfrutes de tu nuevo coche.... Mientras dure"

Aprieto mi mandíbula.

¿Ven de lo que hablo?

Como si a mí pudiese amenazarme. De nuevo, otra vibración del aparato me hace bajar la mirada hasta la pantalla. Ésta vez se trataba de Sam.

"Oye jefe, tengo una nueva motocicleta, ven a mi casa a dar una vuelta"

Cambio mi rumbo hacia los conjuntos residenciales que hay junto a mi nueva casa, por cierto, gracias a Dana, los papeles de las escrituras se agilizaron y ya me mudé a mi residencia definitiva.

Piso el acelerador, hasta nuevamente, adentrarme en la ciudad.

Paso algunos semáforos, atraigo un tanto la atención de las personas. Estoy cerca de la iglesia, así que resueno mi bocina unas tres veces dándole ritmo, esperando por su puesto, interrumpir la misa y que el padre Tomás reconozca mi nuevo auto.

Y aclarar que su Combi está obsoleta.





(😈)





Estaciono el auto en el jardín de la casa color celeste y techo con tejas anaranjadas en la cual abre la puerta Sam.

Salgo del auto.

Sam es un pelele que hará mi voluntad si chasqueo los dedos, me lo ha demostrado unas cuantas veces, y no dudaré en ponerlo a prueba. Además, es un imán para los clientes que gustan de alguien divertido y servicial.

―¡Vaya! ―comenta con un pequeño silbido, refiriéndose al coche a mi lado.

―Es nuevo, ¿No es hermoso? ―le doy un vistazo yo también al coche color vino, o más bien, color sangre.

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