EL DIABLO, CAPITULO 3:
Edificio "Gold"
Doy un gran mordisco a una de mis donas mientras sirvo leche fría en un vaso para contrastar el dulce empalagante del postre con el sabor neutro de la leche.
Mi visita anterior durmió en mi estancia, y yo pues... salí por ahí.
Me dirijo a mi habitación decidido a sacar de mi departamento a Haley, pero para mi sorpresa la rubia ya no está en mi cama.
Qué eficiente.
Encuentro un pequeño papel entre las sábanas, con su número celular. Tecleo en mi móvil un mensaje para ella.
"A las diez, en el Wabes"
(😈)
―Dios, perdóname por mis pecados ―murmuro divertido, tomando asiento en la cámara de confesiones, esperando por una respuesta del otro lado de la ventanilla de madera cerrada.
Escucho un indicio de respiración al otro lado, pero nada más.
―Cuando el Diablo reza, engañar quiere ―responde. Su voz, la reconozco de inmediato. Sabía que estaba aquí, siempre a la misma hora desde que me acogió en cuanto me quedé solo en el mundo.
De pronto, la ventana se abre de golpe y deja ver al sacerdote quien se ocultaba detrás de ella, sus ojos grises me miran con calma, esperando por el nuevo pecado que tengo para contarle y con el cual cargará por el resto de su vida.
―Vine a confesar mis culpas ―sus cejas blanquecinas se disparan al cielo al escucharme―. Otra vez.
―Tú ya no tienes derecho a estar en la casa del señor ―cierra la ventanilla fuertemente. Escucho que la puerta del otro lado se abre, imito la acción y salgo yo también.
―Aún no me doy por vencido, padre ―digo con una sonrisita mientras camino detrás del padre Tomás, el único que sabe mis secretos.
Y mi gran problema con los pecados.
―Si quieres la salvación, sálvate a ti mismo ―se da vuelta, encarándome y me regaña con su dedo índice.
―Usted no entiende ―tomo su muñeca entre la palma de mi mano y bajo su brazo evitando que continúe con su reprimenda.
―Pensé que aún te quedaba un poco de misericordia ―me mira serio― Hasta que esta mañana me llegó la noticia de un cadáver incinerado en la gasolinera de las afueras ―se suelta de mi agarre, bruscamente.
―¿De qué mierda está hablando? ―finjo demencia.
―El cadáver tenía un crucifijo de metal intacto sobre su pecho, casualmente como los que siempre dejas en tus víctimas.