EL DIABLO, CAPÍTULO 11:
Valles de la ciudad.
―¡Quieto, policía! ¡Las manos donde las vea! ―escucho a mis espaldas.
La sangre se agolpa en mis pies de sólo pensar en mi estancia por un día en la cárcel.
Sostengo aun el arma entre mis manos.
Los sonidos emitentes de las patrullas alrededor de la casa son perforantes para mis oídos.
Giro mi cuerpo, despacio, para encontrarme con un oficial de estatura pequeña, un poco gordinflón. Su altura sólo hacía que su obesidad empeore a la vista de cualquiera. En su pecho, trae una insignia, la cual daba a entender, que sólo era un oficial de entrenamiento, por ende, diría, que hasta le tiemblan las piernas.
El mequetrefe apunta su calibre en mi dirección. Todo parecía indicar que estaba solo, sin refuerzos, a metros de los demás policías, sin nada, ni nadie quien pudiese auxiliarle.
Levanto las manos con mi arma en una de ellas en señal de rendición.
―Tranquilo ―murmuro al oficial.
―No... no se mueva ―amenaza moviendo su arma de un lado a otro.
―No lo haré ―afirmo, tranquilo y un poco divertido.
Sus ojos cambian de dirección a cada segundo.
―Suelte el arma ―pide.
―¿Esta arma? ―miro mi calibre―. Ah, claro.
Bajo mi mano junto con el arma hasta la altura de mis hombros, junto mi otra mano al arma y lo apunto.
―¿Qué... que está haciendo? ¡Baje el arma! ―reclama.
―Cierra la boca ―mascullo.
―¡Joven, que baje el arma! ―grita de nuevo.
Mierda, eso podía alertar a los otros policías.
―Calladito, y te dejaré vivir ―digo y pongo el dedo índice de mi mano izquierda en mis labios, en señal de silencio al pequeño oficial, mientras mi mano derecha aún sostiene el calibre que lo apunta.
―¡Refuerzos! ―chilla, y eso acaba con mi paciencia.
―Conste que tú lo provocaste ―amenazo.
Las voces de quienes parecían ser otros oficiales, rondan el lugar.
―¡Estoy en el jardín trasero! ―alerta.
Juro que, quiero abrir su cabeza con lo que tengo a la mano.
Es la primera vez que deseo callar a alguien a éste nivel, quiero cerrar su boca y que nunca la vuelva a abrir.
Segundos después de sus gritos, disparo en su cabeza, seco y certero, aprovechando la distracción que tuvo al gritar. De su cabeza brota un indicio de humo, justo del hoyo que dejó la bala. Su mirada se va de a poco, hasta que, el cuerpo cae desmesuradamente hacia atrás al igual que el otro cadáver. Aun así, la situación no me conviene en lo más mínimo, si llego a caer en manos de la policía, de seguro me condenarán a muchos años en prisión, más de los que tengo planeado vivir.