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EL DIABLO CAPÍTULO 30:

-¡Diablo, ya no tienes salida, FBI!- escuché, pude asomar mi cabeza por un lado del auto, viendo a dos hombres con chalecos negros y sus placas correspondientes, junto a ellos estaba Elisa.

-maldita, puta traidora-

Enseguida, decenas de patrullas tanto de la policía como del FBI, llegaron por detrás, todos los agentes apuntaban a mi auto.

Mi mente trabajaba a toda velocidad en encontrar una salida, mirando a todos los lugares posibles, hasta encontrarme con la puerta de la gran bodega donde fui torturado, abierta.

No lo dudé, corrí agachado lo más rápido que mis piernas me lo permitían.

En segundos ráfagas de balas comenzaron a dispersarse en mi camino, algunas herían mi brazo o pierna izquierda, aun así no paré, entré, y cerré la puerta.

Traté de hundir mis dedos en las heridas para sacar los metales impregnados en mi piel, pero estaban demasiado profundos.

-ni modo-

Seguí corriendo, abriendo a patadas cada puerta de la mierdera bodega, pero nada, nada que me sirva, ni siquiera una pistola para asesinarme yo mismo.

-dicen que la cárcel es como morir en vida y entrar al infierno-

Seguí mi camino, obsoleto, hasta que divisé a la distancia un auto Corsa azul, corrí hasta él, estaba rodeado de cajas inmensas. Rompí con mi codo el vidrio.

-genial, más sangre-

Subí, desarmé con fuerza la carcasa debajo del volante, donde me encontré con dos pequeños cables.

-soy un maldito delincuente, he robado autos desde los 16, vamos Diablo-me animé a mí mismo.

Escuchaba los pasos apurados de muchos agentes, gritando mi seudónimo.

-ya casi, mierda- mis nervios estaban a mil, pero el sonido del motor encendido me tranquilizó. Detrás del auto se encontraba una puerta automática de mallas, di retro el coche rompiendo toda barrera que se me atravesara.

Conduje desbocado por el paraje deserto hasta llegar a la autopista, donde percibí las luces roja con azul reflejarse a lo lejos en mi retrovisor, la aguja del velocímetro de mi coche estaba a punto de llegar al tope. Rebusqué en el cajón de mi costado del auto, encontrándome con un arma, ésta tenía una sola bala.

-el amor, el amor es la salvación-

No podía sacar esa oración de mi mente conforme recorría el asfalto, mi cabello iba hacia atrás gracias al fuerte viento.

Sigo pasando los cactus, los árboles secos del entorno, llego al puente de metal, lo atravieso sin problemas, la policía y el FBI me siguen pero les llevo mucha ventaja, aun así: que haría, a donde iría, no tengo casa, ni Sra. Nash, ni Wabes, ni Owen, ni mafia negra a los cuales recurrir, solo me quedaba uno, el último, el único que sé no me juzgaría, me apoyaría y ayudaría.

-sí, el padre Tomás-

A pesar de todo, -ya no debe estar tan enojado por matar a Lori en sus narices, de seguro ya ni lo recuerda-, comienzo a ver el Bed Stuy en frente, decido pasarme unos cuantos semáforos en rojo, unos cuantos pares, arrollar a algunos peatones imprudentes.

Pediré la redención, alguien tiene que concederme el perdón, no puedo ir a la cárcel, debo recuperar mi vida, mi puta vida, no me dejaré caer en el infierno, ya no.

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