XXXI

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EL DIABLO CAPÍTULO 31:

Escucho las voces de los agentes mientras conducen, hasta que el auto deja de estar en movimiento.

Abren la puerta de mi lado, pero enseguida siento muchos flashes de cámaras golpear mis ojos, bajo la cabeza, supongo que soy noticia, uno de los agentes me toma del brazo mientras diez más me rodean.

-lo lamento tanto- escucho una voz conocida, levanto mi vista y mis ojos se encuentran con los ojos miel de Elisa.

-has tu trabajo y cállate-

Entramos a la jefatura, otro agente toma el lugar de Elisa a mi lado.

Continúo mirando al suelo, escucho cerradura tras cerradura abrirse, hasta que los agentes a mi alrededor me apuntan y siento que un frío exorbitante, me cala los huesos, éste lugar es oscuro y huele a moho, humedad, desesperación, y muerte.

Estoy a punto de ser ingresado en una de las celdas, puedo oír a los demás presos silbar o golpear las varillas de las celdas.

Me liberan de las esposas, pero por consecuente abren la jaula que está delante de mí.

Todo este tiempo con la cabeza gacha me ha hecho doler el cuello, así que tiro mi cabeza hacia atrás y a los lados, circularmente, haciendo que mi cuello truene, -digamos que me relaja un poco-, de inmediato los cartuchos de armas a mi alrededor empiezan a cargarse, miro a todos, incluso hay agentes que están temblando, pero el que abrió la celda y me quitó las esposas me mira con determinación, me hace una seña para que entre.

Una vez adentro la celda es cerrada, soy el único en mi celda, mientras en otras hay dos y hasta cuatro delincuentes.

-no me considero uno-

Los agentes se van.

-¿eres el Diablo?- preguntan de una de las celdas de mi lado.

-el Diablo-

-el Diablo- repiten los demás.

No respondo.

-escucha cabrón, allá afuera podrás ser el rey, pero aquí eres una rata más-

-Diablo ¿conoces el infierno?-

No respondo.

-¿Estás tan loco como dicen por ahí?-

-es verdad que quemaste con ácido a tu propio hermano-

-eres un asesino en serie y no durarás mucho aquí-

-cuantos tatuajes-

-estás maldito-

Cuando estoy a punto de explotar y mandar a la mierda a todos estos putos, escucho que las rejas principales se abren.

No quiero ver a nadie más, no quiero conocer a nadie más, me arrincono en la esquina de la celda, resbalando mi espalda con la fría pared hasta sentarme con las rodillas flexionadas.

-¡una mujer!-

-¡una mujer!-

-¡ven acá!- gritan.

-hola- su voz la reconozco de inmediato, Alex.

-¿Qué haces aquí?- la miro sin moverme de mi lugar.

-Jota y yo estamos agradecidos por lo que hiciste, por mí y... mi hijo-

-¿y?-

-averigüé lo que pude, no te darán opciones, serás trasladado después del juicio a las afueras de la ciudad-

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