IV

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EL DIABLO, CAPÍTULO 4:





Barracuda. Hotel





―Mad ―afirmo. Veo al hombre con pantaloneta, una camiseta holgada, y sandalias.

―¿Qué haces por aquí? ―llega hasta mí ―. Estela, dale las llaves de una habitación por favor, la que da la vista al mar para mi amigo ―me mira y sonríe.

Cómo si yo lo considerase mi amigo.

―Estoy considerando poner un hotel enfrente y robar tu clientela ―bromeo, y sonrío mientras la morena me da las llaves, ríe él también.

―Llegaste en buen momento, justo estoy saliendo hacia las covachas, ¿Quieres acompañarme? ―propone. Asiento y le digo que me de unos minutos para comprar algo de ropa.





(😈)




Las covachas fiesteras se encontraban cerca del hotel, así que, Mad y yo caminamos hasta ellas desde el hospedaje.

Todo el paisaje constaba de palmeras a los lados del camino peatonal, mucha música a los alrededores junto con luces de todos los colores provenientes de karaokes o restaurantes.

Con una bermuda, camisa holgada de palmeros blancos y negros, combinado con sandalias, estoy listo para atraer la atención de todas.

El ritmo tropical de las canciones se escucha cada vez más cerca.

Llegamos a una covacha con mucha gente, bailando, bebiendo y otras cosas, de inmediato Mad saluda a algunos chicos quienes yacen sentados alrededor de una pequeña mesa de madera y bancos elegantes. Con algunas cervezas en mano, nos disponemos a sentarnos también, pero noté cierta inseguridad en Mad cuando elegí mi lugar junto a una de las chicas, no le di importancia, como a todo.

Sus amigos, algunos lugareños, otros turistas, en fin, conmigo somos siete. Tres chicas rubias y 4 hombres.

Pido un Martini doble, para entrar en calor.

La música salsa se toma el ambiente en un segundo, las luces de tonalidades rosas, anaranjadas, violeta y demás inundan todo el lugar mientras yo río con los nuevos conocidos.

―¡¿Te dolieron mucho?! ―me pregunta casi gritando debido a la música fuerte, Sol. Una de las chicas rubias del grupo.

―Un poco, si ―respondo normal.

―¡Son geniales! ¡Tus tatuajes! ―me comenta, señalando algunos que se me sobresalen en mi antebrazo izquierdo.

―¡Lo sé! ¿Quieres bailar? ―aprovecho, me encanta bailar ritmos tropicales.

―¡Claro!

Apego a Sol a mi cuerpo tomándola por la cintura, la llevo a mi ritmo, hago dar un par de vueltas su cuerpo hasta que regrese a mí regazo, y nos movemos por toda la pista de baile, era una salsa suave.

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