EL DIABLO, CAPITULO 9:
AMBKOR. Bar
La irritación del ambiente, de la gente que me rodea me hace querer ahorcar a todos quienes se atrevan a dirigirme la palabra. Últimamente no me soporto ni yo mismo, últimamente he descuidado mi aspecto un poco. La barba me ha crecido y mi cabello llega a la punta de mi nariz, sin embargo, el look despreocupado no me queda nada mal.
Estaciono mi auto en el AMBKOR, un bar de los bajos suburbios donde me arriesgo a exponerme potencialmente. Aquí llegan desde marihuaneros hasta sicarios y narcotraficantes internacionales.
No pasan ni siquiera dos segundos y las prostitutas que permanecen fuera del bar me lanzan sus ofertas.
Me abro paso hasta entrar en el bar y con ello escuchar la música por lo alto. Apenas alcanzo a divisar lo que me rodea, ya que el humo de sustancias mezcladas en el ambiente llega directo a mí.
Unos cuantos mafiosos con sus pipas y contadas mujeres sobre sus piernas me miran mientras camino adentrándome en el establecimiento, otros, totalmente demacrados sobre la barra, tan siquiera me notan.
No me preocupa, casi siempre soy el centro de atención.
Mi vista se clava en un rubio joven, sumido en la borrachera, sentado en una de las pequeñas sillas giratorias en la barra, sus converse descoloridas apenas rozan el suelo, a la par, observa la botella de whisky que trae en su mano derecha. Su pie impulsa suavemente el asiento haciendo que gire de un lado al otro y apoya su frente en la botella, en una notable expresión de lamento.
―Miren a quien me encuentro ¿Diablo? ―una voz conocida se coloca a mi lado.
Sé de quién trata.
―Solo dame lo que quiero ―hablo. Él era "Red" o así le decían.
―Bien, bien. Aquí está ―desliza por mi mano una pequeña bolsa negra―. ¿Oye y mi descuento en el Wabes?
―Ve en la noche y lo tendrás ―respondo.
―Escucha, sé que no somos grandes amigos ―palmea mi espalda, yo lo observo con una ceja levantada―. Bien, ni siquiera somos conocidos. Pero, ese de ahí ―Red señala a un tipo alto, con rastas largas, castañas― Es mi primo. Busca ganarse la vida. Es un italiano recién llegado, se llama Gino y me harías un gran favor si lo recomiendas a tus contactos.
―¿Y qué tiene Gino que a mí me interese? ―pregunto curioso.
―Mary Jane, hermano. Mucha ―sonríe haciendo notar sus colmillos de oro.
―Lo pensaré ―quito mi vista del tal Gino.
―Y ¿Qué te trae por aquí, maldito? ―pregunta, pero me distraigo observando cómo se llevan al rubio al que vi antes. Se trata de otro chico de su edad, éste tironea del brazo al rubio―. ¡Hey! ―llama mi atención Red.
―Solo quería un poco de polvo ―afirmo, para luego girarme y quedar cara a cara con mi proveedor personal de coca―. ¿Cuantas prostitutas de color conoces? ―me limito a preguntar.
Mi lema siempre ha sido: "ir al grano".
―¿A qué te refieres? ―desconfía Red mientras me guía a la barra y toma asiento en el lugar que el rubio desconocido de hace unos minutos dejó libre. Me invita a sentarme también. Lo cual no hago.