XII

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EL DIABLO, CAPÍTULO 12:




Conjuntos Residenciales.





Tomé la sotana marrón del padre Tomás, me escabullí como un pequeño ratón por entre los pasillos de la iglesia.

Recorrí a trompicones decenas de calles en medio de la silenciosa de la noche, solo la luna me guiaría a mi destino.

Entré a su oficina, sabía que aun trabajaba en las bodegas abandonadas de la calle desértica a la cual mamá odiaba ir.

Entreabrí la puerta y pude divisarlo, ordenando sus papeles, de espaldas, no obstante Martín volvió su vista hacia mis ojos, los cuales estaban inyectados de miedo.

Retrocedí unos cuantos pasos, pero choqué con un florero de la oficina el cual cayó.

Escóndete, está aquí pronunció él por lo bajo.

Tomé fuerzas y valor de donde no tenía.

¿Qué sabía un niño de tan solo doce años de la muerte?

Abrí la puerta de un golpe y le apunté, sin embargo nunca abrí los ojos como para observar lo que hice, apreté el gatillo cuando la boca del arma estaba en dirección a su entrecejo, las lágrimas amenazaban con salir, y sentí mi ser llenarse...

Abro los ojos con la respiración exaltada de tal manera, que puedo sentir mi corazón bombeando vorazmente la sangre.

Bajo las escaleras hasta la sala, donde tengo reservadas, en un mueble de vidrio, botellas con bourbon.





(😈)





Aquella noche la pasé bien, ordené a que Bran dejase a Teresa en su casa.

Owen obedeció mi orden.

Gasté el resto de mi noche bebiendo en el burdel con conocidos, en fin, ha pasado ya una semana.

Son las 9:00 am y me encuentro desayunando en el comedor junto con la Sra. Nash, quien cocina de lo mejor.

Jamás volveré a comer fuera de casa.

El timbre de la puerta grande suena, pero sé de quién trata.

―Yo voy ―me levanto de la mesa con rumbo a la puerta, la abro dejando ver al padre Tomás con su elegante buzo negro, y tras él, se encuentra la combi, fuera.

Ruedo los ojos.

―¿No me diga que iremos en eso? ―me quejo, señalando al viejo auto.

―Buenos días para ti también, hijo ―evita mi queja. Entrecierro los ojos, contemplándolo ―. Vámonos, que se nos hace tarde ―concluye.

―¡Sra. Nash, iré por ahí un rato! ―aviso, tomando mi chaqueta.

―¡Cuídate, hijo! ―se escucha desde el comedor.

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