Capítulo 60: "Me dueles"

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Se ve como si él estuviera disculpándose o tratando de convencerla de algo.
Le explica algo más, luego coloca sus manos en el rostro de Julianne, se acerca y la besa.

Y no, no es ese mi gran dolor... lo es el ver que ella le corresponde, y aún peor, sonríe por eso.

Este ha sido mi peor castigo...

CONTINUACIÓN...

Comienzo a temblar, mi sangre se vuelve hielo, los huesos me duelen y siento mi piel arder.
¿Así duele el amor? me pregunto. Jamás lo sentí.
Comienzo a ahogarme en llanto, ni siquiera pude prevenirlo, solo debo dejarlo salir.
Corro despavorida al baño y allí me quedo encerrada en uno de los cubículos durante no sé cuánto tiempo porque allí dentro es como si los minutos corrieran a paso lento. Pero creo que he estado aquí por bastante tiempo ya que me fueron a buscar.

— ¿Amanda? ¿estás aquí? — oí decir desde el cubículo.

No respondí pero creo que mis inevitables sollozos me delataron.

— Amanda sé que estás aquí, acabo de oirte, sal por favor. — volví a escuchar a esa voz decir.

Resignada me asomo a la puerta y trato de limpiar mi rostro con la manga de mi camisa rápidamente. Y al salir es Michelle quien se encuentra frente a mí, observándome extraña.

— ¿Qué es lo que ha sucedido? — preguntó observando el desastre que dejó aquel llanto en mi rostro.

— Nada. — contesté cortante.

— ¿Y ese... "nada" es el causante de tu llanto? — volvió a preguntar.

Yo solo me mantuve en silencio.

— Ven, acompáñame. — dijo tendiéndome la mano.

Estaba tendiéndole la mano al diablo, lo sabía. Pero me sentía tan mal que no sabía qué carajos hacer, así que acepté y fui con ella.
Me llevó hasta su despacho, me pidió que me sentara y luego me ofreció un vaso de agua.

— Ten, bebe. — me dijo mientras se acomodaba del otro lado del escritorio.

— Gracias... — contesté con la voz débil mientras bebía un pequeño sorbo de agua, mis labios estaban irritados.

— ¿Vas a contarme qué te sucedió? — insistió en preguntarme.

— Nada, solo...problemas. — contesté con la mirada gacha.

— Puedes hablarme de ellos, estoy aquí para escucharte. — dijo mientras entrelazaba sus manos.

— Ya no eres mi psicóloga. — contesté sin poder evitarlo.

— Lo sé, de igual forma...quisiera ayudarte. — me observó.

— No puedes, olvídalo. — la observé unos segundos.

— Es por esa prefecta ¿no? — dijo observándome detenidamente. — ¿Julianne? — continuó.

Al oír aquello no sabía qué contestar. ¿Cómo es que sabía por qué estaba triste? Oh no, esto no está nada bien.

— ¿Es así? — insistió.

— ¿Cómo... — interrumpe.

— Simplemente lo sé todo, deberías tener más cuidado con quién te observa en el parque ¿sabes? — me dijo indiferente.

— ¿Nos viste en el parque? — pregunté sorprendida.

— Así es, pero tranquila...no diré nada. — dijo seria. — ¿Es algo pasajero o formal? — siguió preguntando.

Cuando amarte no sea pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora