Epílogo

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Al despedirme de mi madre, tomé el primer taxi que encontré y partí en busca de Julianne.
Aún no puedo explicar la adrenalina y los nervios que siento. Una ola de sentimientos encontrados me invade por completo. Pero solo hay una cosa que me interesa, y es verla. Necesito volver a verla, a sentirla, a olerla...y es que en todo este tiempo su aroma, su esencia, se han hecho indispensables para mi vida tanto como respirar.
La amo...y por más que lo intente no puedo vivir sin ella.

Si hay algo de lo que en este momento estoy completamente segura, es que ambas...nacimos para morir juntas.

Luego de unos 40 minutos aproximadamente llegué a su casa de playa. Eran eso de las 7:30 pm así que la playa estaba desolada.
Bajé hacia donde se encontraba la casa, y golpeé la puerta un par de veces pero nadie abrió. Así que decidí simplemente entrar.
Cuando lo hice vi que la casa se hayaba algo solitaria, aunque se notaba que había habido movimiento.
Comencé a buscarla por toda la casa pero lo cierto es que no la encontré por ninguna parte. Eso me puso algo nerviosa, pero decidí seguirla buscando.
Salí por la parte trasera de la casa que daba directo a la playa, y allí...a un par de metros la encontré. Descalza, con los pies tocando las olas y observando muy compenetrada el bello atardecer que ya se asomaba en el horizonte.

Al verla allí tan concentrada no pude evitar sonreír ante tan hermosa escena. Me quité los zapatos y caminé tras ella lentamente. El contacto con la suavidad de la arena me llenaba de una completa armonía.
Al estar a unos centímetros de ella, la tomé por la cintura desde atrás, lo que la hizo exaltar un poco. Y antes de que volteara le besé el cuello. Aquello fue suficiente para que pudiera reconocerme y relajarse ante mi tacto.
Sonrió, volteó, y mirándome a los ojos me dijo...

— Sabía que me encontrarías... —

Me tomó de las solapas de mi camisa, me atrajo hacia ella y me besó con la mayor intensidad que pudo.
Nuestros labios respondieron de inmediato, como si necesitaran reencontrarse, como si necesitaran saciarse por fin de una extensa espera de pasión que se había hecho más larga de lo que ellos podían soportar.

En aquel beso...me sentí volver a nacer. Sentí que de nuevo la vida me sonreía...

TRES AÑOS DESPUÉS...

— No puedo creer que hayan pasado tres años desde esta foto, ¿la recuerdas? — preguntó Julianne mientras sonreía.

— Claro que si, cómo olvidar aquel día, salí desesperada a buscarte después de tanto tiempo estando separadas...y te encontré. — dije devolviéndole la sonrisa.

— Y me encontraste... — repitió. — Fue maravilloso. — dijo mientras depositaba un beso en mis labios.

— ¡Cuánto amor! Pero venga, vamos a la mesa chicas, la cena se enfría ¡y los invitados esperan! — dijo mi madre de pronto entrando a la sala de estar.

— Si mamá lo siento, nos entretuvimos recordando. — dije sonriendo.

Ella sonrió y depositó un beso en mi frente, luego de besar a Julianne en la mejilla.
Cerré el álbum de fotos y salí detrás de Julianne y mi madre al comedor donde se encontraban nuestros invitados. Familiares y amigos de ambas, dispuestos a celebrar el habernos comprometido.

— ¡Hasta que volvieron! ¿dónde se habían metido picaronas? — dijo Candace con sus comentarios de siempre, nos hizo reír a ambas.

— Solo estábamos viendo algunas fotos, no seas mal pensada...guarra —le dije mientras reíamos.

Nos sentamos todos en la mesa, y de pronto mi padre se levanta y se coloca al lado de su silla. Levanta su copa de champagne y comienza a hablar.

— Propongo un brindis... — dijo mientras todos hacían silencio. — Un brindis por esta feliz pareja, porque a pesar de todos los obstáculos que se atrevesaron en su camino jamás se rindieron, y le demostraron al mundo entero que el amor es más fuerte que cualquier prejuicio.
Esta hermosa y cálida noche, propongo brindar por Amanda, mi hermosa hija, de la cual me siento inmensamente orgulloso, y de Julianne...esta bella mujer que supo amar y cuidar a mi hija como nadie.
Salud...por ustedes, y por que su compromiso dure para toda la vida. — dijo con los ojos algo aguados, mientras todos levantaban sus copas y brindaban con nosotras.

Cuando amarte no sea pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora