Capítulo 17 Mordiendo el anzuelo

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Luisa Dickinson había perdido hasta el habla cuando el apuesto joven se le acercó, el mismo que la tenía babeando desde hace un buen tiempo, pero que por más que le hacía cuerpito lindo, éste ni siquiera volteaba a verla, y ahora... le estaba hablando, se estaba sentando junto a ella en el mismo banco de madera e incluso le había llamado "preciosa"... él pensaba que era preciosa... Oh por Dios, tenía que ser un sueño, pensaba la ilusa chica de pelo castaño largo y lizo, ojos marrones, delgada, no era fea, pero tampoco muy agraciada.

Terry observaba la escena entre curioso y divertido. La chica estaba perdidamente enamorada, pagaría por verle la cara cuando sepa que sólo estaban usándola. Pobre infeliz, pensaba el rebelde.

-Hace tiempo que quería acercarme, linda, pero soy muy tímido, por eso al ver que estabas aquí solita... pensé en hacerte algo de compañía y decirte lo hermosa que eres.

-Yo... yo te agradezco el gesto. Tú también me pareces muy... apuesto...

Dijo la pobre idiota que ya iba colgando de un ala y con las mejillas más sonrojadas que el carmín.

-Estaba pensando... aún no tengo pareja para el festival de Mayo y como el pobre iluso que soy, tengo la esperanza de que me digas que seré el que tenga el honor de acompañarte para el evento porque sé que lucirás preciosa. Apuesto a que seré la envidia de todos los chicos.

Le decía el joven y Terry que escuchaba y observaba la escena disimuladamente tuvo que reprimir las carcajadas que estaban a punto de salir, el tipo era un maestro, pensó Terry.

-Yo... ¡Sí! Sí acepto ser tu pareja.

Respondió Luisa casi saltando y con el corazón latiendo desenfrenado.

-Me haces el hombre más feliz del mundo, preciosa.

Y diciendo esto, el joven le rozó ligeramente la mano y la tonta por poco se desmaya de la emoción.

-Pero antes me gustaría que nos encontraramos a solas, quisiera conocerte más a fondo... eres tan encantadora que anhelo que conversaramos en un lugar más privado... sin interrupciones.

El muchacho le decía eso a Luisa, mientras le sonreía y la miraba dulcemente, para que no desconfiara por la extraña petición.

-Cla...claro que sí. ¿Donde quieres que nos encontremos?

Cayó redondita, pensó Terry que ya estaba desesperado por terminar con la absurda conquista y no veía la hora en que todo acabara para estar en paz con su pecosa.

-Ahora lo que quiero saber es cómo diablos van a hacer que Candy vaya hasta a allá, porque estoy seguro de que no nos escuchará a ninguno.

Decía Terry impaciente.

-Tranquilo, hombre, tranquilo. ¿A caso crees que no he pensado en eso?

Le decía el joven que había permanecido a su lado observando todo también mientras el otro hacía su teatro con Luisa.

-Y dime, Einstein, ¿Qué es lo que has pensado?

Preguntó Terry con su sarcasmo habitual.

-Pues dado de que a nosotros no nos escuchará y a ti... muchísimo menos, tendrás que usar intermediario.

Le explicaba el otro joven a Terry.

-No me digas, ¿y quien será ese mágico cupido que se tomará la molestia de intervenir por nosotros?

Terry estaba siendo cínico, otra de sus tantas virtudes.

-Dios te dio un cerebro, amigo, úsalo. ¿A caso ella y Patricia no son muy amigas?

Candy Candy: El rebelde y la dama de establoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora