Capítulo 10 Despertando el amor

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Terrence abrió los ojos un poco desorientado hasta que recordó dónde estaba y con «quién». Sonrió al ver a la rubia que dormía como un ángel sobre su pecho. Besó su cabello y agradeció que no era un sueño, todo era tan real y tan mágico a la vez. Miró hacia la única ventanta que había en la sala donde se habían quedado dormidos y todavía estaba oscuro. La tormenta al fin había cedido y no se escuchaba ni una llovizna. Estaban a tiempo de volver sin que nadie se percatara de su ausencia. A penas se habían quedado dormidos un par de horas.

Un sutil revoloteo lo sacó de sus pensamientos. Candy comenzó a removerse sobre su pecho despertando. Abrió los ojos y por unos segundos se sintió perdida. Sintió que estaba recostada sobre algo cálido y suave. Entonces se sentó de repente con los ojos bien abiertos.

-¡Terry! No puede ser. ¿Qué hora es?

-Tranquila, pecosa, ¿no vas a darme un beso de buenos días?

-¡Qué beso, ni que nada! Tenemos que volver. ¡Dios mío!

Candy estaba asustada, no se había fijado que a penas habían dormido unas dos horas y que afuera aún no amancecía y ver a Terry tan tranquilo hizo que se exaltara más todavía.

-Princesa, mira hacia fuera. Aún no amanece, tenemos tiempo de volver sin problemas.

-Lo siento, es que yo pensé que...

-No hay de qué preocuparse, señorita Pecas. Si me disculpas, creo que aún me debes un beso.

Y Candy no tuvo tiempo para pensarselo porque Terry la haló hacia él, haciendo que ella quedara sobre él y se adueñó de su boca, como ya era su costumbre. Le dio un
beso dulce y tierno y se separó rápido de ella, pues si no paraban a tiempo, no estaba seguro si sería capaz de detenerse otra vez. Así que sin pensarlo más se puso de pie y ayudó a Candy a hacer lo mismo. Buscaron sus ropas que aunque no estaban secas del todo, al menos no estaban goteando. Terry sin pensar se quitó el pantalón que había tomado «prestado» quedando en calzoncillos en frente de Candy que de pronto se quedó paralizada y con los ojos como platos. El beso que compartieron, aunque sólo duró unos segundos había hecho su efecto en el cuerpo de Terry y a la pecosa se le encendieron las mejillas.

-¿Ves lo que ocacionas, pecosa sinverguenza?

-Yo... yo...

-Ve a cambiarte, princesa, sino, no vamos a salir de aquí.

Le dijo Terry maliciosamente y Candy salió casi corriendo hacia el baño a cambiarse. Terry rió para sus adentros, su Candy era deliciosamente inocente. En un par de minutos, la pecosa salió del baño ya lista y Terry la esperaba de pie en la puerta.

-Ya se nos acabó la aventura, hora de ir a la cárcel otra vez.

-Sí...

Suspiró Candy resignada. De la mano emprendieron el camino de vuelta. En media hora aproximadamente estuvieron de regreso, algunos tenues rayos de sol se hicieron notar. Despues de repetir la travesía que conllevaba atravezar los terrenos del colegio y burlar a los guardias nuevamente, Terry se encontraba ayudando a Candy a entrar en su habitación por la ventana. Le dio un último beso y se fue a la suya.

En otra habitación del área de las chicas, una morena abría sus hinchados ojos pidiéndole a Dios el valor para enfrentar lo que le esperaba de ahora en adelante.

Sabía que no faltaría mucho para que todo el San Pablo supiera la realidad sobre su orígen y que su «amiga» Eliza Leagan no tendría ningún tipo de compación para ofrecer todos los detalles en relación a ese asunto. Esta vez, Candy no estaría ahí para defenderla y sacar cara por ella como lo había hecho tantas veces, aún cuando ella no era digna de tal lealtad. Candy... Pensaba con tristeza y dolor. Cómo fue que había llegado a eso. Se levantó, se miró en el espejo y sintió lástima de ella misma, recordó todos los desplantes que le había hecho a su hermana del alma, sintió repulsión por su propio reflejo ante estos recuerdos.

Candy Candy: El rebelde y la dama de establoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora