Capítulo 8 Dulces besos de sal

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De la mano, como dos ladrones en la noche, una parejita de tórtolos atravezaban los muros y terrenos del Real Colegio San Pablo para escapar y dar libertad a una felicidad que había sido negada desde el momento en que abrieron sus ojos al mundo, pero ahora serían libres, por un instante serían dueños del mundo, con la oscuridad como aliada y la fe ciega del amor más puro cuando se encuentra, ese que no da miedo a nada, ese que nos hace invencibles e incansables, ese amor guiaba a Candy y a Terry.

-Terry, ¿ya estamos llegando?

Candy ya estaba un poco cansada, pues no fue fácil salir por la ventana, aventurarse por los inmensos terrenos del colegio en plena noche, burlar a los guardias nocturnos y enfrentar los peligros que podrían encontrarse en el camino.

-Sólo unos minutos más, pecosa, no seas haragana.

-¡Terry! Para tí es muy fácil decirlo porque...

Un dulce beso robado silenció el argumento de Candy haciéndo que olvidara por completo su réplica. Terry había tomado su boca con dulzura a pesar de lo impulsivo que había sido ese beso y Candy bajó todas sus defensas, correspondiendo con la misma ternura. El la tenía sujeta del cuello, sin lastimarla, pero con firmeza, Terry era posesivo y esos labios le pertenecían porque así estaba escrito, esas bocas se conocían y se compenetraban a la perfección. Eran uno para el otro, no había duda. Cuando Terry liberó los labios de Candy, la pecosa con su peculiar inocencia empezó a sermonearlo por su atrevimiento.

-Terry, no puedes venir a besarme cada vez que te de la gana, eres un grosero.

-¿Ah, no? Si mal no recuerdo, señorita Pecas, usted estaba disfrutando el beso tanto como yo, además fuiste tú que me pediste que te besara.

-¿Que yo qué?

-¿Ves? Ahora me estás pidiendo que te bese otra vez.

-¡Claro que no!

-¿Y qué piensas hacer para impedirmelo, princesa?

Dicho esto, Terry empezó a acercársele peligrosamente a Candy, quien trataba inútilmente de retroceder porque en cuestión de segundos, él ya la tenía acorralada. Estaban muy cerca, Candy podía sentir su aliento en la cara. Terry tomó posesivamente su cintura y la apegó a él todo lo humanamente posible.

-¿Estás segura que no quieres que te bese, preciosa?

-Yo... yo no...

-Es una lástima, porque lo haré de todas formas.

Y fue lo último que pronunció Terry porque se apoderó de su boca y la besó salvajamente, sin darle tiempo a pensar, empezó a enredarse en sus labios desesperado y con pasión, mientras la pegaba a su cuerpo como si quisiera fundirla dentro de su alma y Candy, doblegada ya por completo y sin aliento, le siguió el ritmo con el mismo ímpetu, pasaba sus dedos por el castaño cabello y le acariciaba la nuca de arriba hacia abajo. Sus bocas no se separaban ni para tomar aire, sencillamente no podían. Pero el sonido repentino de una lechuza que se posaba en la rama de un árbol que estaba sobre ellos los devolvió a la realidad. Ya faltaba poco para llegar a su destino y Terry podía ver desde la distancia el lugar donde llevaría a Candy.

-Ya llegamos, princesa.

-¿Es aquí?

-¿No te gusta el lugar, preciosa?

-No, Terry, es... es precioso.

Habían llegado a un pequeño lago rodeado de un maravilloso pasto adornado de flores silvestres de distintos colores. La luz de la luna se reflejaba en la apacible agua y los grillos ofrecían su incesante melodía.

Candy Candy: El rebelde y la dama de establoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora