¿Encontrar?

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— Vamos, no puede ser tan difícil aquello de tocar y dormir .

— Te digo que no es solo tocar y dormir, ¿tú crees que soy una broma?
— No, ¡no! claro que no, pero a veces te sobrevaloras .
— Lo dice la señorita bipolar.
— Tu mamá.

— Mi madre es una respetable señora.

— ¡Dijiste que se quedaba con las carteras de la gente!

— Una respetable señora.
— Te sobrevaloras.

Aquella discusión se prolongó . Fernando se encontraba en un estado entre dormir y despertar, podía ver el cielo con sus ojos entreabiertos y sentía que se deslizaba en el aire. Una presión le cubría el cuerpo, al voltear a su izquierda pudo ver a Orlando aún dormir, no se percató de cuánto había cambiado y apenas consciente continuó escuchando las voces de aquella pareja. Una súbita y clara voz alertó tanto a Fernando como a Orlando. Ambos abrieron los ojos.

— Muy bien, bájalos.

— ¡Niños! ¡Ya es hora!

 La presión en sus cuerpos desapareció y cayeron al suelo con un golpe seco no del todo fuerte. No habrán caído ni siquiera medio metro, pero quedaron asustados y alarmados uno encima del otro. Cubiertos de tierra, sosteniendo su cabeza o su brazo con el deseo de que el dolor se fuera.

— No tenías que dejarlos caer.

—¡Los estoy llevando de a gratis! haré lo que quiera.

Orlando empezó a pensar en todo lo que no pensó hasta ese momento. ¿Dónde estaba? ¿Quienes eran ellos? ¿de que forma había caído? ¿Qué pasó con el cristal? ¿de dónde salió ésta apariencia que no era capaz de recordar? Orlando empezó a levantarse, y vio de frente por primera vez a esa pareja. Un joven, fuerte como su voz, con el cabello corto y vestiduras que le recordaban a la edad media. Una chica hermosa y sucia, con el mismo traje que el chico pero con el cabello adornado con un broche y una cola de caballo. Su frente cubierta con un fleco. Antes de ser capaz de decir palabra alguna, una pregunta a voz femenina lo abordó.

— ¿Cómo te llamas? 

La pregunta lo invadió y su mente no fue capaz de dar respuesta. Un segundo fue suficiente para que el corazón de Orlando latiera con fuerza. Empezó a balbucear. "Yo", "mi nombre", "quienes son". Tanto por decir y ni una palabra salió. La voz de hombre interrumpió.

 Está bien chico. La mayoría no recuerda su nombre. Te saludo, soy Manu. — Manu era su nombre y dijo lo que Orlando pensaba. No era capaz de recordar su nombre, estaba confundido, las piernas le dolían. Pensó en su amigo, su amigo. Su amigo era importante, vivían juntos, se conocían desde hace años, sus nombres rimaban pero era incapaz de pronunciar cualquiera de los dos.

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