Se formaron medias lunas al rededor de la gente. Se iban callando las voces y empezaba a notarse el tronar en la maderas que no había terminado de chamuscarse. La niebla helaba y aquél fuego parecía empequeñecerse más y más mientras los soldados se quedaban en aquellas formaciones todavía detrás de la gente. Se quedaron tranquilos. Tanto quién vestía uniforme como aquellos que con orgullo llevaban algún color rojo o azul que parecía ruborizar también sus rostros.
— Que nuestro compañero terminara así ha sido una desgracia. — Dijo un único soldado, más grande, con el rostro más marcado y la ropa con más adornos y color más oscuro. La gente común se había formado con los soldados a pasos pequeños, casi sin hacer ruido, a manera tan poco improvisada que ya parecían haberlo pasado antes. Y de entre una ranura entre una y otra medialuna, pasó el soldado. — Me imaginaré que ha sido cosa suya, ustedes que parecen no saber ni qué hacer.
Con dos quintos de gente inconsciente, Seifer empezaba a preocuparse, le sudaban las manos a Agregor y el mayor problema sería justamente aquél, que de cinco, cuatro se iban a quedar tirados o sin aparente plan de moverse. Y se empezaba a formular la pregunta de qué consecuencias podría traer el cadaver torcido y roto, la sangre helada y el destrozo casi total de una propiedad tan conocida en la ciudad.
— Gente, pueden ir caminando, otro espectáculo no aparecerá a ésta hora. — Bramaba gentilmente. — Ya les contaré qué sucede con todo ésto.
Hablaron entre sí, rumores por todos lados y preguntas entre los rumores. Pero aquél tipo, ¿quién es? Ah, que esa niña es de la que hablaba Kozo. Ésta tarde he visto a esos chicos, si, si, yo también, yo también, estuvieron con Kozo desde hace un buen rato y se quedaron hasta que nos fuimos. Qué espeso se pone éste asunto, dios con la niebla. Oh, si yo también los he visto, a ellos y al comandante, que se veía medio amargo desde medio día. ¿Por qué no has apagado el fuego ese todavía, llamaviva? Que te calles, Lluvia.
— Ya, vamos, si la cosa no es para tanto. Les diré en la mañana lo que quieran saber. — Y se fueron callando, y le empezaban a mirar extrañados.
— ¿Pero Cárne, quién es el muertito? — Le contestó el mismo elemental de fuego que aquella tarde jugaba en la taberna.Cárne no iba a contestar. Dejó pasar la pregunta que había sonado entre tanto silencio. Ignoró las miradas y caminó hasta el mayor charco de sangre con un pedazo de carne que perdía color mientras más pasaba el tiempo. Se agachó y se pasó la mano lentamente de una mejilla a otra, doblando un poco su nariz, con los ojos cerrados. Se levantó.
— Miren, ustedes, los extranjeros. No les conozco. Pero sé de asuntos que Kozo tenía pendientes con mucha gente y especialmente con ésta persona que aquí descansa. No les daré ninguna oportunidad, van a venir conmigo, a golpes si quieren, me van a decir con lujo de detalles qué tanto pasó y qué tanto saben y en cuanto se despierte el moreno lo voy a matar. De los demás no sé. Que los juzgue el Rey.
La gente gritó enojada y de pronto todo el mundo dejaba su posición para protestar.
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Brisas
RandomUn cristal invoca una tormenta, Fernando y Orlando terminan siendo arrastrados a un mundo en el que sus nombres ya no les sirven. Conocen a grandes personas mientras desvelan las incógnitas de éste lugar desconocido, empezando por un detalle muy imp...