El poder, la impotencia: Credo y Kozo

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- Horas gastadas. - Gritaba Credo, agachándose a un lado de Kozo - Esfuerzo, entrenamiento - Dijo antes de dar un golpe próximo al rostro de Kozo, envuelto en ira y centellas.
- Todo para tener a El gran Kozo. Anciano con piel tersa y morena, creador de esa bebida que lleva su nombre, la que tanta gente en ésta ciudadela adora. Imbécil arrogante, prepotente, incapaz de ver mi potencial. - Disipó toda la energía que recorría su cuerpo y levantó desde su barbilla el rostro de Kozo. Ahora se miraban el uno al otro. - ¿Y de qué te ha servido, si ahora te tengo aquí, medio muerto?

Credo le miró cruelmente, viendo una meta en su vida triunfar en la forma de un hombre herido a su merced y voluntad. Kozo le miraba con solo un ojo entreabierto, con dolor en la mirada, rasguños en las mejillas y sangre recorriendo lentamente su frente. Mantenía su ceño fruncido y sus dientes se veían claramente en una mueca de rabia e impotencia.

- Soy superior a ti. - Dijo Credo finalmente.
Kozo movió su brazo lentamente hasta tocar la mano de Credo. Cerró su ojo un momento y su cara terminó mostrando una faceta tranquila y despreocupada. Entreabrió su mirada y le sonrió desde el alma.

Credo se sorprendió y soltó a Kozo, sus pupilas se contrajeron y su rostro se deformó con rabia y confusión. Se levantó y saltó hacia atrás rápidamente, levantó su mano y notó como la piel de su brazo se secaba.

Kozo se levantó lentamente mientras oxígeno comenzaba a rodear su cuerpo, eliminando la corriente que le recorría y finalmente juntándose en su brazos. En sus puños se concentró un aura de oxígeno que terminó rompiendo las mangas de su camisa.

- Credo, siempre fuiste un imbécil regido por su orgullo infantil. Y así es como has terminado derrotado en cada ocasión que buscaste mi aprobación.

- No necesito una mierda de ti.

- Y aún así pasaste tu vida buscando éste momento.

- Nunca antes usaste ésta técnica - Le contestaba Credo mientras sujetaba su propio brazo en dolor, aplicando presión. - No peleaste contra mí con todo lo que tenías.

Kozo peinó su cabello rojo con su mano, mirando al rededor. Todo el bar había resentido la pelea. Sillas rotas, restos de urna quebrada en el suelo y paredes con quemaduras causadas por los rayos que habían salido volando. El suelo tenía manchas negras en tantos lugares y tarimas de madera se repartían en todo el lugar.

- No fue si no hasta hoy que fue necesario. Eras débil, no tenías control.
- ¿Y qué tal ahora?
Kozo le miraba determinado. Dio un vistazo al destrozo que tanta gente podía llamar hogar y su mirada se volvió de pena y resignación.

- No voy a perder ésta pelea. Ambos lo sabemos. - Dijo falto de preocupación, levantó sus puños y tomó la pose de un boxeador. - Pero haré todo lo que pueda por mis amigos.
- Que sea a la antigua entonces. - Dijo Credo, encendiendo sus puños en electricidad y tomando la misma pose.

La distancia entre ellos no era larga, corrieron el uno hacia el otro mientras un momento en común pasaba por la mente de ambos. Un Credo mucho más joven se paraba frente a Kozo, compartiendo aquella pose de boxeo, ambos usando guantes de cuero y teniendo una conversación sobre golpear con firmeza. Kozo le ayudaba con su postura y la posición de sus manos mientras Credo evitaba mirarle a los ojos. Se golpearon el uno al otro y el pequeño Credo terminó en el suelo mientras él lo veía tirado. Le ofreció su mano para levantarse, una sonrisa cálida y el sol iluminando su cabello rojo. Credo tomó su mano.

Hoy, los puños de ambos se enfrentaron haciendo un estruendo espantoso, chocando entre sí, liberando rayos y lanzando aire levantando polvo del suelo. La fuerza del impacto lanzó los puños de ambos hacia atrás, Credo preparaba su otro brazo para golpear mientras Kozo daba una vuelta sobre sí mismo utilizando el impulso del golpe. Usó la placa de hierro oxidado para absorber el impacto y sus brazos chocaron el uno contra el otro, con una presión impensable, inmovilizando el cuerpo de ambos, reteniendo orgullo y poder.

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