Final del primer arco: Derrota moral

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Credo contenía lágrimas en el suelo, con sus ojos casi cerrados. Sus piernas se habían magullado y su voluntad para levantarse se había ido. La mitad de su rostro estaba irreconocible y en sus brazos, pecho, cadera y cuello se extendía el ennegrecer seco. Llegó hasta su pierna y se detuvo, parches negros le recorrían el cuerpo y la piel muerta se levantaba en cáscaras. Esas heridas podían ser superficiales pero el dolor invadía el cuerpo de Credo en forma de punzadas y latidos que hacían presión en las heridas. 

Kozo caminó hasta él con tranquilidad. Paso por paso, agitando la lanza al caminar. Se paró frente a él y dio un golpeteo en el suelo con ella. Credo levantó la vista al escucharle, solo para voltear la cara hacia otro lado.

— Dónde está tu voluntad. — Le preguntó, ajeno a su dolor y resignación. 
— Cierra el hocico y mátame ya.

Le miró con lástima, las palabras le pegaron en recuerdos lejanos y cariño paternal se fundió en su decisión. Suspiró agachándose y puso su mano en el pecho de Credo. 

 — Eso fue... — dijo Chikane, sin terminar su oración.
— ¡Terminó con él tan pronto como quiso!

— ¡Woohoooo! ¡Kozo! ¡Eres increíble! — Gritó Seifer.

Manu no se sorprendió. Había estado en situaciones bajo presión muchas veces antes, conocía a Kozo desde hacía largos años y su mente seguía pensando en aquél sujeto y la situación con el cachorro. Estaba relajado, sabía que estarían bien y agradecía internamente el que Kozo estuviera dispuesto a pelear por ellos, los poderes de Manu estaban demasiado débiles tanto por beber como por recuerdos del pasado, su apoyo no serviría de nada.
— Espera... ¿qué está haciendo? — Habló fuerte Seifer, interrumpiendo todo rastro de meditación en la mente de Manu.
— No... Kozo, ¡no! — Gritó Agregor, antes de forcejear para intentar liberarse. 

El aire se alocaba de nuevo, tierra salía volando y su mano se mantenía pegada al pecho de Credo.

  — Kozo.

— Qué pasa Manu.

— No lo hagas. Vas a terminar agotado.

— Tengo qué.

—Una vez es suficiente esfuerzo.
Kozo le ignoró. Hizo presión, cerró los ojos, la piel del rostro de Credo cicatrizó limpiamente y los demás parches de negrura se fueron partiendo y levantándose, se retiraron completamente de su piel y Credo le miraba con los ojos desorbitados y sus lágrimas recorrieron sus mejillas, una por una, dejando aquel rastro natural de brillo salado que todas las lágrimas dejan. 

— Sé cuanto odio te has guardado credo. Sé que no buscas mi perdón. — Dijo Kozo, habiéndole soltado. 

— ¡No! — Le gritó, cerrando los ojos y dando un golpe al suelo. — Silencio, ¡cállate! ¡Ya basta de ser condescendiente, deja de sentir lástima por mí! 

Credo lloraba gritando, moviendo la cabeza, enloqueciendo absorbido por la derrota. Kozo se levantó sin decir una palabra, tomó la lanza sin expresión en el rostro. Se dio la vuelta y una tristeza le invadía la garganta. 

— Levántate y vete. Actué en defensa propia, no te acusaré de nada. Repararé yo mismo éste lugar. 

Así que caminó sin mirarlo y se alejó de él, mientras Credo se quedaba callado.

Los demás eran tomados en sí mismos por la incomodidad del momento. Sus piernas estaban adormecidas y los brazos les dolían. Agregor sentía muchísima pena por Credo, Seifer estaba preocupado por qué pasaría ahora y ninguno de los dos sabía la razón de esa pelea, mucho menos la relación que Credo y Kozo parecían haber tenido. 
— ¡Podrías haberme soltado a mí! Odio estar encerrada.

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