Cuando nada pasa

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Muy bien. Estoy de acuerdo con todo lo que representa un entrenamiento, sé que las cosas deben ser duras, que el esfuerzo valdrá la pena . — Decía Seifer, en voz alta. — Pero... ¡¿EN SERIO TENIAS QUE TIRARME A UN POZO!?

— ¡Vamos niño! ¡Si no sales hoy te quedarás ahí hasta mañana! — Le contestaba Chikane, a la orilla del pozo.
—¡Son al menos 15 metros! ¡ésto no es humano! 
—¡Tú no eres humano, muchacho verde idiota! 

—¡Eres imposible! ¡Me pude romper un brazo!

—¡Pero no lo hiciste idiota! — respondió mientras volteaba hacia atrás, una voz le llamaba. — Mira, Manu me está hablando, si sales de ahí ésta noche, habrás aprendido una valiosa lección.

— ¿Qué dices? ¡yo no acepté nada de esto!


Chikane se había alejado sin que Seifer se diera cuenta. Minutos antes, había utilizado sus poderes para levantarlo del suelo y dejarle caer en aquél pozo. El suelo estaba cubierto de piedras blancas y algunos rastros de vegetación, el cielo quedaba naranja con la tarde y Seifer sufría de sed.  

A medio campo más lejos, Manu, Chikane y Agregor esperaban la noche. Chikane y Agregor acostados en el cesped mientras Manu se sentaba en un tronco caído. Tanto Chikane como Manu estaban tranquilos, con sus ojos cerrados. Sus mentes estaban claras y el viento les pegaba en los rostros, salvo por Agregor, a quién el aire le molestaba en la nariz y mantenía su vista en el cielo, con los ojos tan abiertos y las pupilas tan dilatadas que su preocupación era notoria. Así se pasó un tiempo en silencio. 

—Él estará bien, Agregor. —Dijo Manu sin aciago. — Una noche sin comida no mata a nadie. 

—¿Te acuerdas de aquél idiota que intentó robarnos? Esa fue una noche sin comida que casi termina con alguien muerto. — Chikane empezó a decir.
—Igual y te enloqueces cada vez que pasas mucho sin hablar
—Igual y el idiota nos pudo pedir comida, nadie debería dormir con el estómago vacío.

—¿Entonces por qué torturas a Seifer? 

—Él no será nadie hasta que salga de ese pozo.
—Vaya, ustedes si saben tranquilizar a la gente. — Agregor dejó su silencio. Su comentario fue irónico, pero la preocupación seguía en su mente.

—Tranquilo, chico.  Si desconociera a Chikane ésto me parecería terrorífico, sus métodos son bárbaros, su humor cambia con frecuencia, le tiene tanto respeto a la gente como un perro a aquel quien le quita la comida. Pero dios. Si el tiempo y Chikane hacen algo, es hacer crecer la confianza. Ésta demente sabe lo que hace. 

—Todo ésto es demente — Dijo Agregor, levantando su espalda del suelo y sosteniéndose con sus brazos. Su voz se apagaba.

—No pasa nada. — Dijo Manu. — Éste lugar tiene sus propias reglas, hay gente mala, como en todos lados, las personas nacen y llegan con potencial tanto en su mente como su cuerpo y sus corazones.—Agregó, sin levantarse ni abrir los ojos.— Pero chico, desanimarte por haber sido jalado de tus días tranquilos es un error. Preocuparse es lo peor.

Agregor asimilaba con lentitud. Manu tenía razón, de todo aquello que conocía se esfumó, no hacía mucho que se encontraba en éste "lugar" tan diferente. Él y Seifer tenían una vida juntos, casi como hermanos. Seguramente nadie estuviera buscándoles, sus familias sabían que cada uno se podía cuidar solo, y que juntos siempre estarían bien. Desde su llegada, Agregor apenas había dormido, su mente se encontraba constantemente preguntándose tantas cosas. Ya había notado que se encontraba diferente, su abdomen se sentía duro, podía escuchar mejor y apenas había sentido aquellas caídas que Chikane le provocó tanto a él como a Seifer. 

Enterarse que existe gente con capacidades tan grandes como Chikane le había terminado de mover la cabeza. Levantar y dejar caer cosas a voluntad, solamente con pensarlo y esforzarse. Terror dónde se viera, pero lo importante caía en Seifer, quién ahora tenía una piel verde y una herida tan vistosa que no notarla desde el primer momento le hizo sentir estúpido.
Pero sobre todo, las raíces. De su brazo salieron, junto con un montón de ese líquido verde con rastros de sangre. Después comprobó que se sentía y olía como sabia, pero el rastro metálico, a óxido cobrizo, la sensación sucia, todo ello se mantenía con más intensidad. 

—La mayoría de las personas desarrolla éstos poderes. — Dijo Manu, cortando todo pensamiento y preocupación que pasaba por la mente de Agregor. — Los tuyos no deben tardar.

Agregor dejó de pensar solamente con escuchar la voz de Manu. Se levantó con ganas de ir al baño.
— Tampoco sé si tener poderes sea para mí. — Le dijo, antes de caminar hacia el bosque que tenían cerca.

Mientras, en aquél profundo pozo que empezaba a helarse con la noche, Seifer daba vueltas, caminó al rededor de aquél lugar. El terreno era escabroso, había charcos estancados y las paredes parecían inclinarse ángulo justo en el que sus manos no alcanzaban. Intentó escalar muchas veces, resultando en caída tras caída con golpes fuertes y encaminados cada vez más a dejarlo inconsciente. Se mojaba la cara, su cabello quedó cubierto de mugre y tierra, la espalda de su camisa empezó a rasgarse y Seifer empezó a acumular tanto coraje como impotencia.



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