Súbito

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— Son criaturas peludas. Pequeños, fuertes, muy unidos. Muy fuertes. Viven debajo de éstas piedras y salen a tomar el sol. La última vez que el día alumbraba así, nos atacaron. Por eso es que estamos caminando sin apenas hablar, ellos escuchan. Uno no los llama, ellos deben presentarse. Si cometemos un error tendremos problemas. Chikane no puede con ellos. 
— ES PORQUE SON SUPER LINDOS.

— Y son super lindos, hasta que te rompen la cara. 
El paso de los cuatro había aumentado. La explicación de Manu había venido de la nada mientras las sombras seguían corriendo. Seifer y Agregor movían la cabeza con cada movimiento fuerte que sentían.

— No hagan eso. Tampoco hablen. 
— ¿Entonces por qué hablas tú? 
— Hagan silencio, no los miren. 

— ¿Pero por qué sigues...?

— ¡Cierra la boca niño celeste! — Con coraje gritó Chikane, interrumpiendo a Agregor. Por un momento ellos dos y Seifer se quedaron quietos. Manu continuó caminando ignorando aquella escena, Chikane volvió a ello tan pronto como su grito dejó de resonar. Los otros dos chicos se miraron un momento y siguieron caminando, las sombras volvieron eventualmente y el camino seguía lleno de rocas.

Seifer utilizó las hojas más grandes y gruesas para cubrirse el rostro a manera de máscara y tapaban su piel de forma que parecía llevar una armadura verde. El sol ya no le pegaba y después de ello dejó de tirar hojas. 

Con éste, habían sido dos días casi puramente de caminata. Tenían el consuelo de cubrirse el sol, Manu con aquél poder azul que se mantenía discreto, Seifer con sus hojas y los últimos dos con la energía o manipulación de Chikane.

Cuando a lo lejos ya podían avistar un muro, encontraron un animal, a algunos metros de ellos, sentado, como esperándolos, peludo, pequeño y lindo. Su pelo era color ceniza, tenía un par de lindas orejas, una levantada y la otra reposando en su pequeña cabesita. Sus patas y su hocico eran un poco más oscuras, su lomo estaba cubierto de piedras pequeñas que terminaban en su cola. La movía, lanzandolas a todas direcciones. 

El cachorro parecía contento de verles. Manu se acercó a él, se agachó y le tendió su mano, los demás tomaron ésto como una señal para no preocuparse. Todavía moviendo la cola y con la lengua afuera, se quedaron mirando fijamente sus tiernos ojos. El cachorro levantó una pata y justo antes de que el pequeño tocara la mano de Manu, un pedazo de hielo lo golpeó en la cabeza, un ruido hueco, el hielo partiéndose y apenas un lamento que salía del hocico del cachorro. Quedó recostado en el suelo, con una herida en la cabeza y sangre empezando a brotar de sí. Las piedras de su lomo y su cola hasta entonces parecían pegadas a él. Cayeron al suelo. 

Agregor volteó a la dirección de la que aquél granizo había venido, ahí se encontraba un hombre, haciendo flotar fragmentos de hielo en su mano, con un abrigo, la piel cubierta de una capa de brillo. Cabello largo y blanco tapado parcialmente con un gorro azul marino. El cachorro había sido la primera criatura aparte de sus amigos que Seifer y Agregor habían visto. 

— Me gusta llamarles piedras, manipulan la tierra. — Dijo Manu, agachado, con su mano aún tendida y un claro disgusto en el rostro. —Mantienen ésta gran llanura funcionando. Ese imbécil de allá es un elemental.

Casi sin que lo notaran, aquél hombre terminó con la vida del pequeño. Fue una muerte súbita.

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