La caminata se ha extendido. Dejaron de correr cuando alcanzaron a Chikane y durante algunos largos minutos, todo lo que se escuchó fueron los monótonos y continuos pasos de cuatro personas. Seifer caminaba con los brazos en la cabeza, pensativo, mirando al cielo.Una canción era entonada en su mente y su boca empezaba a zumbar. Agregor estaba intranquilo y miraba a los al rededores, curioseaba en su cabeza y se preguntaba cuán diferente era el césped, si los árboles crecían un poco más que los que él ya conocía y se asustaba un poco el pensar que tal vez habían llegado a un lugar tan diferente que su vida habría dejado de tener sentido. Mientras, Manu caminaba detrás de Chikane, que se adelantaba unos pasos cada vez que cualquiera se acercaba. Ponía un pie delante del otro con movimientos grandes y animados, parecía marchar todo el tiempo, siempre al frente.
Seifer y Agregor estaban distanciados. Caminaban con al menos seis metros entre ellos y casi no se volteaban a ver. Se sentía insolente. Seifer siempre tenía algún tema del que hablar y Agregor era capaz de escucharlo todo el tiempo. Cuando caminaban juntos por la calle Agregor se inventaba algún juego. En algún momento, inventar insultos hacia gente que conocían se había vuelto la costumbre. Cuando se pasaba tiempo sin aprenderse un nombre nuevo, se insultaban entre ellos, pero ésta vez era diferente. Seifer caminaba de la misma forma, Agregor podría ser tan creativo como siempre pero cada uno tenía una incomodidad metida de manera tan profunda y tan espesa en su cuerpo que el uno al otro no se reconocerían. Apariencias nuevas tampoco ayudarían.
— Hey, Chikane — Rompió el silencio Manu, no por mucho tiempo, pues aunque llamó la atención de Seifer y Agregor, Chikane parecía caminar sin importarle, fingiendo no escuchar.
— Chikane, deja de caminar.— No Manu, queda un buen rato para que dejemos de caminar — Dijo segura, casi indiferente, con su voz suave.
— Éstos chicos necesitan alguna explicación
— Dáselas si puedes, sé que no puedes pensar bien si caminas. — Manu empezó a caminar de forma más forzada, pero se mantuvo callado. Seifer y Agregor no entendían.
En la mente de Seifer, un montón de cosas pasaban. La tarde había empezado como muchas otras. Una discusión graciosa, una insinuación a su compañero de casa, él despertando tarde y caminar hacia la tienda. Aquello que fue diferente fue el callejón, el cristal y la silueta a lo lejos. Se había pasado pensando tanto tiempo en aquél momento y en aquella voz. Al escucharla la imaginaba luminosa, era de mujer y le dijo cosas que no recordaba. Su nuevo nombre, Seifer, se lo dio ella. Finalmente, volteó y miró a Agregor, quién tenía la cabeza agachada y una mueca en los labios. El corazón de Seifer empezó a palpitar con fuerza, pensó en la herida de su brazo que no era capaz de recordar cómo se hizo, y por primera vez notó el color de su piel, sintió su cabello diferente, su voz era familiar pero su tono lo dejó con nauseas. Su brazo empezó a sentirse, una sensación de borbotón, burbujas explotando dentro de sí, y la imagen fija de aquél cristal verde en su cabeza. El brazo empezó a doler, de doler pasó a arder y Seifer empezó a gritar. Agregor habló.
— ¿Seifer? ¿...qué pasa con tu brazo?
Se dio cuenta. Emergió de entre la cicatriz el perfecto rombo. Cristalino, verdoso. Seifer gritó de dolor y todo pensamiento se hundió en su cicatriz. Más adelante, Chikane y Manu se detuvieron al escucharlo. Y empezaron a correr hacia él.
Seifer se sentía a punto de explotar. Todo su cuerpo hormigueaba y sus piernas le fallaron, calló al suelo y sujetó su brazo con fuerza. Un último grito liberó una enorme raíz de su herida, le recorrió el brazo y lo cubrió casi por completo. Fue moviéndose con vida propia hasta que se enterró fuertemente en el suelo.
Chikane estaba sorprendida, Agregor moría de miedo, pero la mirada y la sonrisa de Manu estaban fijas en Seifer. Aún en el suelo, habló apenas.
— ¿Qué... qué pasó conmigo?
— Tu cuerpo reaccionó. Haz pensado mucho, te has preocupado. Tenías miedo y estabas confundido. Eres un elemental, como nosotros dos. Seifer, a partir de aquí es cuando de verdad empiezas a vivir.
La voz de Manu paró y Seifer aún prendido del suelo exhalaba con fuerza. Agregor era incapaz de hablar. Nadie lo había notado, pero el brazo de Seifer estaba cubierto de una mezcla de sangre y salvia verde. El olor era fuerte, pero sólo Agregor pudo olerlo. Cayó desmayado. Seifer se dio cuenta y empezó a llamarlo, incapaz de moverse.
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Brisas
RandomUn cristal invoca una tormenta, Fernando y Orlando terminan siendo arrastrados a un mundo en el que sus nombres ya no les sirven. Conocen a grandes personas mientras desvelan las incógnitas de éste lugar desconocido, empezando por un detalle muy imp...