Extensión helada

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Se extendió la niebla por todo el centro de la ciudadela. Dejó de correr por las calles y se subió a los techos. La gente miraba el cielo y se preguntaba a dónde había ido La Luna. Temblar de lo helado se fue volviendo normal mientras la niebla se ponía más y más gruesa. La madera de las puertas se ponía a rechinar y se hinchaba con la humedad entrando entre sus fibras.

Se metía entre las piedras de las paredes. La gran parte de las luces de las calles se apagaban y el mundo se iba quedando ciego metido entre las infinitas puertas de tela que había en tan gruesa niebla. Los elementales de fuego se sentían el respirar fuerte, encendían fuego por temor y cubrían cada grieta de la pared con una toalla. Hasta aquello hacía la niebla, se metía a las casas y los niños se preguntaban qué ocurría mientras sus madres elementales de agua y aire los hacían hacia atrás y lo disolvían como cualquier otra madre que se molesta con el desorden. Una de cada tantas personas salía de casa y se desconcertaba sin soltar el marco de sus puertas a manera de sentirse seguros.

En algún callejón del centro, de más al sur, un chico se levantaba contento y sentía la niebla tocarle los brazon mientras sonreía riendo y dando vueltas con sus ojos cerrados y soltando pequeñas lágrimas. Terminó tirándose en un rincón de cesped y se sintió feliz mientras le corría un poco en la mejilla una lágrima. Levantó un brazo, después un dedo y lo alzó hacia el cielo.

- Zaul... estás aquí de nuevo... - Y en su dedo se formó escarcha que se reunió en un cubo de hielo.

Oyó pisadas. Levantó el pecho y giró la cabeza hacia el ruido. Un montón de gente desincronizada, acercándose rápido, con sonidos de hierro golpeando el suelo y uno que otro tropezando al no ver los pies de el de enfrente.

- ¡Les he dicho que corran, joder! - Gritó un elemental que corría y se paró apenas a un metro de el chico. Llevaba el mismo uniforme que los guardias de hierro que Kozo había derrotado sin apenas complicarse. Vio apenas una silueta de él y entonces el elemental gritó de nuevo. - ¡Se nos ha muerto el de los rayos! ¡Sigan mi voz!

La niebla había llegado ya al bar.

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