Rabia

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Tan pronto como pudo, Chikane empezó a correr hacia la dirección en que Manu se fue. De correr empezó a levitar y en cuanto empezó a levitar, se fue volando tan rápido que Seifer y Agregor la perdieron de vista. Corrieron un rato detrás de ella pero eventualmente dieron la causa por perdida. 

— Al final nunca entenderé cómo es que ésta chica se comporta. — Decía Seifer, que se tocaba el rostro limpiándose el sudor. 

— No la entiendas, sólo ámala. — dijo Agregor.

— Tsk, idiota. — Tronó sus dientes y le volteó la cara.

— Mira, ya hasta le copias las palabras, son el uno para el otro.

— Cariño, sabes que solo soy tuyo. — Dijo Seifer, acercándose y tomando su brazo entre los suyos.

— Aléjate de mí enfermo. 

A lo lejos ya se podía ver aquella ciudadela rodeada de un muro. Una puerta medieval hecha de rejas y acero. La puerta abierta y en la cima del muro antorchas encendidas sobre jarrones dorados. 

Chikane fue detrás de Manu, preocupada a su manera y con el viento secando la humedad de las lágrimas todavía en su rostro, parecían salir solas, el rostro de Chikane no reflejaba ni pena ni tristeza y en sus pensamientos se encontraba solamente su amigo. Cumplió una tarea elemental y nada más, la cabeza de cualquiera hace estragos cuando se conecta a ese nivel con el mundo. Era algo que ella tenía que hacer, ni Agregor tenía poderes ni Seifer sabía como usarlos, redimir un cuerpo te pega en la mente, se abalanza sobre tus sentimientos y en la cabeza de alguien cuya mente hecha a volar, cada intento y logro es algo imposible de olvidar.

  Todavía elevada del suelo y usando sus poderes para ir tan rápido como podía, encontró a Manu, se lanzó contra él y ambos rodaron en el suelo, llenándose de tierra, mugre, hierbajos. Chikane lo sostenía entre sus brazos, usando la gravedad para que nada le golpeara y lentamente fueron resbalando entre las rocas hasta que quedaron inmóviles en el suelo. Viéndose el uno al otro.   

Manu seguía furioso. Caminó sin detenerse desde que aquello ocurrió, ni el sol ni la cercanía a la ciudadela pudieron calmarlo.

— No pasa nada. — Chikane le dijo, sonrojada y escondiendo el rostro.

— Era de granizo. Lo mató sin pensarlo. — Le dijo moviendo la cara, soltándose de ella y sentándose en el suelo.

— Todos lo hacen. — Chikane se incorporó a su lado — Esas piedras pueden valer mucho, mucha gente vive de ello. 
— Lo sé, Chikane ¡lo sé! — Se levantó gritando Manu.

— Eres un idiota. — Bajaba su cabeza con pena, mientras Manu caminaba distancias cortas antes de darse la vuelta y volver a empezar. Se jalaba el cabello, miraba a todos lados y el aura azul que le había recorrido todo el día parecía dar saltos y vibrar. 

Ambos se mantenían callados e intranquilos. Miraban el muro, tenía decoraciones casi fúnebres y dibujos de aquellas piedras negras que recorrían y llenaban la llanura. 

— ¿Lo redimiste? — tranquilamente terminó el silencio Manu. 

— Tenía que hacerlo, Agregor está hueco y Seifer es un idiota. Con suerte hubiera explotado en su propia incompetencia.

— Sabes que te hace daño.

— Sé que ahora mismo recordar te hace daño a ti. — Con una seriedad nacida de la preocupación le contestó Chikane.

— Le tienes que enseñar a Seifer, la próxima vez que veas un muerto te podrías morir tú. — Le dijo ignorando completamente aquella seriedad. 
Ambos continuaban sentados mientras una música sonaba desde adentro de la ciudadela. Sonaba celta, animada, con flautas y violines tocando alegres. 
— ¿Vamos a esperarlos? — Dijo Manu.

— No puedes odiar tanto. No sin razón. Él mató a un piedra, muchos lo hacen, es un negocio, la gente vive de ello Manu. — Le contestó una pregunta que no hizo. Como una reprenda.

— Es lo que más me da rabia. — Dejó de sentir coraje y de pronto era el Manu de siempre. — Solo fue un cachorro, lo sé, iba a morir lo viéramos o no. Pero así murió mi madre. De pronto algo la golpea en la cabeza y no soy ni capaz de decirle adiós. Sólo se cae frente a mí. — Sin apartar la mirada, con su aura tranquila y celestina. — Y justo tiene que hacerlo otro elemental de hielo. 
— Y vas a seguir culpando a gente que no tiene la culpa. 

— Todos serán así. Por dentro, deben pensarlo mucho. Usar sus manos heladas para estrangularte o directamente lanzarte algo en la cabeza y que te mueras como mi mamá. 
— Eres un idiota.

— Lo sé, por eso la rabia. Porque no soy capaz de ver claro, de pensar. Vine al mundo básicamente a leer pensamientos, de pronto llega un tipo helado y no puedo ni hablar. 

BrisasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora