Capítulo II

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****AERON****

Me dirigía hacia la alcoba de Adrienne cuando Alyssa, su hermana, apareció por la esquina como un torbellino y entró al lugar donde yo me dirigía. Me recosté en la pared dejando respecto a la puerta el margen suficiente como para no oír la conversación que tendría lugar dentro. Tenía claro que prefería no estar en una habitación cerrada con esas dos mujeres juntas. Si por separado ya cada una era un peligro, cuando se juntaban podía tener lugar una verdadera batalla campal.

De pequeñas se habían llevado siempre de maravilla, eran como uña y carne, donde iba una, iba la otra, y siempre se cuidaban mutuamente. Pero la ambición de Alyssa por conseguir el trono las había separado. Ésta había comenzado a tener envidia de su hermana pequeña. Siempre que podía la atacaba. Adrienne había intentado durante mucho tiempo volver a estar igual de unidas que antes, pero, tras años de intentos fallidos, se rindió. Adri evitaba a su hermana siempre que podía, pero si Alyssa la atacaba, ella ya no se quedaba callada.

Pasado un rato, se abrió la puerta. Primero salió Alyssa con paso rápido. Sus ojos verde esmeralda soltaban chispas, mientras que su pelo dorado, que lo había heredado de su madre, luchaba por mantenerse atado en el moño. Se dirigió hacia por donde hace unos minutos había llegado haciéndome caso omiso. Unos segundos después salió Adrienne. Sus preciosos ojos azul hielo habían cogido un tono más oscuro, en ese momento se asemejaban más al color del mar en plena tempestad. Su pelo negro azabache, recogido en una trenza de lado, no tenía el mismo problema que el de su hermana, puesto que Adrienne andaba con un paso tranquilo. La princesa tomó el camino contrario a su hermana dirigiéndose hacia mí. No se sorprendió de verme allí, y en cuanto nuestros ojos se cruzaron, sus finos labios se separaron dejando a la vista una pequeña sonrisa.

—Buenos días princesa—saludé con una reverencia mientras le devolvía la sonrisa.

—Y tanto que buenos días—dijo entre risas.

—¿Esta vez porqué ha sido?—pregunté mientras nos dirigíamos hacia la Cámara del Consejo Real.

—Lo de siempre—me respondió Adri quitándole importancia—. Me estoy cansando de estos ataques de celos continuos. ¿No se da cuenta de que el hecho de que yo vaya a las reuniones del Consejo Real no implica que ella no vaya a heredar el trono?—Adrienne creía firmemente que su padre la llevaba a ella a las reuniones para que en un futuro pudiera ayudar a su hermana en su reinado.

—Adri, la verdad es que seguramente heredes tu el trono, y no sin razón—declaré. Para mí Adrienne sería mejor reina que su hermana sin duda. Alyssa solo se preocupaba de ir guapa y gustar a la gente, no le interesaba nada la política, ni tampoco se preocupaba mucho por el bienestar de otros. No se como hacía unos años me había llegado a gustar. En cambio Adrienne estaba muy interesada en la política del reino, siempre buscaba la solución que beneficiase a la mayoría.

—Lo sé Aeron, pero es que...—flaqueó Adri con la mirada perdida—. Sé que mi hermana no es la mejor opción para heredar el trono. Sé que tanto el pueblo como la nobleza estarán en contra de ella y su política. Sé que para el reino que tanto ha cuidado mi padre es mejor que sea yo la reina. Pero en parte entiendo a mi hermana, es duro que te quiten algo que es tuyo por derecho y que encima lo apoye todo el reino.

Era un tema que cambiaba completamente el humor de Adrienne, por lo que decidí dejar la conversación en ese punto. Apoyé mi mano en su hombro y le di un pequeño apretón para reconfortarla. Esta vez no se giró para dedicarme una de sus preciosas sonrisas, si no que siguió caminando hasta detenerse delante de la puerta de la sala del Consejo Real.

—Allá vamos—murmuró para sus adentros mientras se erguía y abría las puertas de la sala.

Era una gran sala con una larga mesa de madera en el centro. Al fondo de la sala había una gran chimenea, encima de ella colgaba un cuadro del rey Iulianus, que había sido pintado hace un par de años. La larga mesa de madera estaba llena de sillas. La mayoría de las sillas ya habían sido ocupadas. La silla que presidía la mesa era algo más grande que el resto, puesto que en ella se sentaba el rey. Hoy la reina la ocuparía en representación de su ausente marido. Adrienne y yo nos dirigimos hacia nuestros respectivos asientos. La princesa se sentó a la derecha de la silla del rey, mientras que yo ocupé mi lugar en el segundo asiento de la izquierda del rey. El asiento libre entre mi silla y la del rey la ocupaba mi padre, el duque de Baramez, consejero de la moneda. Yo ayudaba a mi padre en esta función encargándome del comercio exterior. En cuanto ocupamos nuestros respectivos lugares, once de las trece sillas pasaron a estar ocupadas. El Consejo Real estaba formado por el consejero de la moneda y su ayudante, el comandante del ejército, el comandante de la flota, el sacerdote mayor, los representantes de las villas (eran cuatro, cada uno de una de las cuatro villas más importantes del reino), el representante del pueblo, el representante de la nobleza,  el consejero personal del rey (la princesa Adrienne) y el rey.

De repente se abrieron las puertas y entró la reina acompañada de mi padre. Inmediatamente todos nos levantamos de las sillas poniéndonos de pie. El Consejo Real estaba completo.

—Sentaos—ordenó la reina mientras ella misma se sentaba—. Doy comienzo a la sesión de hoy. Caballeros, hoy vamos a debatir un tema de urgencia. Ha llegado un pergamino desde una aldea cercana a La Ciudad Sagrada. Soldados del reino de Gasilia han establecido un campamento en dicha aldea, llevan allí ya una semana. Los ciudadanos están asustados e inquietos. ¿Que es lo que proponéis?

—Bajo mi punto de vista deberíamos enviar un tropa para echarles de allí. Es nuestro reino, y los pactos establecen que ningún ejército puede asentar un campamento en territorio contrario—expuso Eogan, comandante del ejército.

—Estoy de acuerdo, pero debemos de tener cuidado y no hacer que este conflicto se eleve a niveles superiores.—añadió Daedalus, el sacerdote mayor.

—Ese es el problema caballeros—comentó Silvana, la reina—. No podemos derramar sangre enemiga a no ser que hayan pasado quince días, por lo que si derramásemos una sola gota de sangre podríamos provocar la guerra.

—Pero si no actuamos pareceremos débiles ante los otros reinos—argumentó mi padre.

Tras media hora larga de análisis y exposición de opiniones y argumentos, Adrienne intervino.

—Después de todo lo expuesto caballeros, creo que la mejor solución es enviar una tropa allí e intentar expulsarles mediante el diálogo. Si no se van por voluntad propia, nuestra tropa permanecerá allí para otorgar seguridad a los ciudadanos. Pasados los quince días, intervendrá si es necesario. Me ofrezco voluntaria para ir como representante del reino de Arkadia.

Todos los presentes se miraron entre sí sopesando las posibles consecuencias de lo expuesto por Adrienne. Al Consejo Real no le hacía mucha gracia que una muchacha expusiera los mejores planes continuamente.

—Estoy de acuerdo con la princesa—intervine para apoyarla. Adrienne rompió su máscara de hielo para ofrecerme una pequeña sonrisa de agradecimiento. La verdad es que me parecía la mejor idea, salvo la parte que incumbía a Adrienne. No quería que fuera allí. Podría estar en peligro.

—¿Qué opináis el resto?—preguntó la reina.

Un murmullo se extendió por la sala. Luego, uno a uno, los miembros del Consejo Real aprobaron la propuesta de Adrienne y propusieron mandar la tropa cuanto antes.

—Decisión tomada entonces. La tropa partirá en cinco horas—declaró la reina. Durante un segundo vi en sus ojos reflejado el mismo miedo que yo tenía, pero al instante se volvieron carentes de expresión —. Se levanta la sesión caballeros.

La reina se levantó de su asiento mientras que el resto la imitábamos. Silvana se despidió con un gesto de cabeza y dejó la sala. En cuanto cruzó la puerta todos nos dirigimos a abandonar la habitación también. Adrienne se dirigía rápidamente hacia su alcoba. Tuve que apretar el paso para alcanzarla antes de llegar a las escaleras. La agarré por el brazo. Adrienne se giró lentamente y me miró a los ojos.

—Como te pase algo princesa, me encargaré yo mismo de matarte—dije lentamente mientras la miraba a los ojos.

—Tranquilo Aeron, me se cuidar solita. No necesito ayuda para desarmarte en dos segundos —bromeó Adrienne mientras se reía. Me mostró una de sus deslumbrantes sonrisas y se giró encaminándose hacia las escaleras.

La Princesa de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora