Capítulo VII

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****ADRI****

Me desperté confundida. Tenía un dolor horrible en todo el cuerpo, como si hubiera estado días en la misma postura. Abrí los ojos e intenté incorporarme con las manos, pero había algo que no me dejaba. Miré hacia abajo y vi mis manos atadas con una cuerda. Entonces me vinieron de golpe todos los recuerdos de lo sucedido. Había fracasado y por mi culpa seguramente mis hombres estarían muertos. Pero ahora no era tiempo de lamentarse, tenía que liberarme de mis raptores y volver a casa.

Miré disimuladamente a mi alrededor. Por la luz del sol debía de ser madrugada. Al rededor mío había cuatro hombres tumbados dormidos al rededor de lo que había sido una fogata. Pero faltaba un hombre, el príncipe Damon. Miré de manera discreta alrededor pero no le veía. Quizá estaba montando guardia en algún sitio cercano. Debía ser rápida antes de que volviera. Me incorporé e intenté alcanzar el puñal que llevaba atado en el muslo debajo de la falda del vestido. No lo encontraba, por lo que comenzó a invadirme el pánico.

—¿Es esto lo que buscabas?—interrumpió una voz mis pensamientos. Me giré y vi al príncipe salir de detrás de unos arbustos. En la mano sostenía mi puñal. No había tenido el error de no registrarme. Al pensar en ello me recorrió un escalofrío por la espalda.

—¿Qué es lo que quieres de mí?—gruñí.

—Los dos sabemos que no eres tonta princesa. Sabes perfectamente porque estás aquí.

Iba a replicarle que no iba a conseguir lo que quería pero decidí callarme. Si parecía débil no me prestarían mucha atención y mis posibilidades de escapar serían mayores. Me comportaría como mi hermana Alyssa, solo sonreiría y aceptaría todo lo que me dijeran.

—Príncipe Damon—comencé educadamente—. Si no es mucha molestia me gustaría saber cuanto tiempo he estado inconsciente.

—Oh, no es ninguna molestia, princesa—me respondió con una sonrisa socarrona en la cara—. Has estado inconsciente durante dos días exactos.

—Muchas gracias, príncipe Damon—respondí con una sonrisa mientras calculaba lo que faltaría de trayecto. Contando paradas y teniendo en cuenta el hecho de ir a un ritmo normal, tardaríamos unos cuatro o cinco días. En cambio, si las paradas eran escasas, y el ritmo rápido, tardaríamos solo dos días más. Miré a mi al rededor, aún estábamos en territorio de mi padre. Si conseguía escapar ahora todo sería más fácil.

—No planees como escapar princesa, porque no lo vas a conseguir—me aconsejó de forma amenazante.

—¡Oh, no! Mi cabeza no piensa en cosas así. Se que eres muy inteligente y muy fuerte, me sería imposible recorrer más dos pasos sin que me alcanzaras—le alabé con una falsa sonrisa en la cara. La lengua me estaba quemando. Jamás había regalado los oídos a nadie, siempre decía lo que quería. Y el hecho de intentar comportarme como toda una señorita y decir sólo lo que los hombres querían oír me estaba matando.

Damon sonrío ante mi respuesta. Cogió una nueva cuerda, la ató a mis manos y luego a su cinturón, no pensaba perderme de vista ni un segundo. A continuación, se dirigió hacia sus hombres despertándoles para reanudar la marcha. Dos de ellos desaparecieron entre los arbustos y volvieron con cinco caballos. El alivio inundó todo mi cuerpo al reconocer a Strategos. Era uno de los mejores caballos de todo Erelín, me sería más fácil la huída, y además le tenía mucho cariño. Los hombres de Damon comenzaron a montarse en sus respectivos caballos. Yo me dirigí hacia Strategos, pero antes de que llegara a él Damon tiró fuertemente de la cuerda y me caí al suelo de culo.

—Oh, ¿de verdad pensabas que ibas a poder montar sola a caballo? Perdóneme princesa por el malentendido. Vas a montar conmigo, en mi caballo—dijo desde lo alto con una gran sonrisa en la cara mirándome en el suelo.

La Princesa de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora