Capítulo XXVII

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***ELRIC***

Me encontraba en mis aposentos andando de un lado a otro nervioso. La proposición del rey Iulianus no me había dejado indiferente. ¿Nombrarme conde? Era una de las posiciones más altas de la sociedad. ¡Y yo era un simple campesino! Me di cuenta de que Adri no sabía nada sobre la propuesta, ya que cuando su padre anunció la buena nueva apoco se atraganta con el vino que estaba bebiendo en ese momento. Pero ¿cual era la opinión de Adri sobre todo esto?

La verdad es que la oferta era tentadora. ¿Quién no querría vivir en una enorme mansión con criados que hagan todo por ti y mientras que solo tienes que preocuparte de lucir bonitos y caros ropajes? Pero por lo que me había contado Adri, ser parte de la nobleza te quitaba gran parte de tu libertad y personalidad. Siempre tenías que comportarte de manera respetable, tratar a todo el mundo por su título, cuidar tus modales a la hora de la comida, no podías elegir con quien casarte...En definitiva, no te permitían tener opinión sobre nada. Esa carencia de libertad me echaba mucho para atrás.

Además estaba el hecho de que opinarían mis padres. Iban a ir envejeciendo y haciéndose mayores. Cada vez les costaría más trabajar en la posada. Por mucha ayuda que les proporcionara yo, sabía de sobra que ellos no iban a dejar de trabajar hasta el día que no pudieran ponerse en pie. Si aceptaba este título mis padres no tendrían que volver a trabajar y podrían pasarse el día relajándose y disfrutando. ¿Debía aceptar limitaciones de mi libertad a cambio del bienestar de mis padres? Ahora entendía a Adri cuando decía que muchas decisiones las tomaba a pesar de estar en contra de ellas por el bien de su familia. Por otro lado estaba el cariño que tenían mis padres a la posada. ¿Estarían dispuestos a abandonarla y venirse a vivir a Belmona? En el caso de que la respuesta fuera negativa, ¿yo estaría dispuesto a dejar a mis padres en la posada y venirme yo a vivir a Belmona y aceptar el cargo de conde? 

Demasiadas preguntas y pocas ganas de dar vueltas al asunto. Necesitaba hablar con Adri y pedirle su opinión. Ella estaba más acostumbrada que yo a tomar decisiones difíciles. Estaba impaciente por estar con ella, y no solo para que me aconsejara. Necesitaba despejar la cabeza, y solo Adri conseguía que olvidara todo lo demás y me centrara en ella.

De repente llamaron a la puerta y me sobresalté dando un pequeño salto. Había estado tan inmerso en mis pensamientos que unos simples golpes en la puerta habían logrado que mi corazón latiera muy deprisa. Esperé pero la puerta no se abría. ¡Pero que tonto era!

—Adelante—ordené con el tono de voz más autoritario que supe poner. Aún no me acostumbraba a tener que dar permiso a la gente para que entraran en mis aposentos.

Por la puerta se asomó una muchacha de cabello rubio claro. Sus ojos de un azul intenso me miraban con algo que no sabía descifrar.

—La señora Adrienne me ha pedido que le acompañe hasta su lugar de encuentro, mi señor—asentí con la cabeza y me dirigí en su dirección dispuesto a seguirle. La muchacha apartó los ojos de mí antes de hablar—. Permítame señor aconsejarle que lleve su capa. Las noches pueden ser bastante frescas.

—¿Mi capa?—pregunté extrañado. No me habían dejado ninguna capa cuando me trajeron la ropa nueva. 

Miré de un lado a otro de la habitación, pero nada, no veía ninguna capa por ningún lado. Entonces Ann, como había llamado antes Adri a la sirvienta, se acercó al baúl que había delante de mi cama y lo abrió. De él sacó una elegante capa marrón algo gruesa con piel de oso pardo en la parte superior. Combinaba perfectamente con mis ropajes en distintos tonos de marrones y granates. 

¿Cómo se me iba a ocurrir mirar en el baúl en busca de una capa? Bueno, la verdad era que aún no había registrado la habitación entera porque mi cabeza había estado ocupada en otras cosas. Iba a alargar el brazo para agarrar la capa pero la muchacha me esquivó colocándose detrás mío y posó la capa sobre mis hombros. Yo solo tuve que enganchar los broches de oro para sujetarla. No creía ser capaz de acostumbrarme nunca a que los sirvientes me ayudaran a vestirme.

La Princesa de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora