****ADRI****
Habíamos estado cuatro días enteros y la tarde del día de partida cabalgando. Sólo parábamos para las comidas y dos veces para descansar, tanto los caballos como nosotros lo necesitábamos. Antes de que se pusiera el sol, nos asentábamos en algún lugar seguro y montábamos el campamento para pasar la noche.
Era ya el quinto día, por la mañana habíamos recogido rápidamente el campamento y nos habíamos puesto en marcha. Al seguir la calzada real, en vez de cruzar el bosque que era más peligroso, íbamos a tardar unas horas más, puesto que la calzada real bordeaba el bosque. Era ya mediodía cuando llegamos a la aldea. El campamento del ejército de Gasilia estaba al otro lado de la aldea, por lo que tuvimos que cruzar la aldea. A nuestro paso los aldeanos iban saliendo a la calle o se asomaban a las ventanas. Los que estaban en la calle se arrodillaban ante mi, parecía que me reconocían, igual algo tenía que ver el broche que llevaba en la capa. Sus caras mostraban intriga por lo que estaba apunto de suceder, algunos estaban intranquilos, mientras que otros se mostraban seguros con el ejército en la aldea.
Llegamos al final de la aldea y allí estaba el ejército enemigo. Sobrevolé con la mirada el campamento para hacerme una idea del número de soldados que había. Su número era inferior, serían unos treinta soldados. En caso de pelea, ganaríamos sin duda. Nos paramos a cierta distancia del campamento. De la tienda más grande salió un hombre de unos treinta y muchos años con una espesa barba negra. Me bajé de mi caballo y caminé hacia él con dos de mis hombres siguiéndome. Él comenzó también a andar hacia mí pero sin ninguno de sus hombres siguiéndole. Quedamos cara a cara con unos metros de separación entre nosotros, de tal modo de que si extendía una mano no podía tocarle. Mis hombres se quedaron unos pasos por detrás.
—Princesa Adrienne—dijo el hombre mientras hacía una reverencia—, ¿a qué se debe el honor de vuestra visita?
—¿Con quién tengo el placer de hablar, caballero?—pregunté educadamente.
—Mi nombre es Fintan, princesa. Soy el conde de Ruanko.
—Un honor conocerle, conde de Ruanko. Mi visita se debe a que venía a invitaros a que establezcáis vuestro campamento dentro de vuestras fronteras—respondí con una pequeña sonrisa.
—Oh, ¿acaso nuestra presencia está causando estrago alguno?—inquirió el conde de Ruanko con falsa sorpresa.
—Por desgracia eso me temo. Así que os invito a que desplacéis vuestro campamento a otro lugar fuera de mi reino—añadí con un tono frío. Me estaba cansando de su juego. Si no se iba, lo despacharía yo misma a patadas.
—Por su puesto princesa, no era nuestra intención causar estrago alguno. Recogeremos de inmediato el campamento y lo estableceremos dentro de los límites del reino de Gasilia—anunció mientras se giraba a dar un par de órdenes a sus hombres—. Un honor haberla conocido, princesa—añadió mientras hacía una reverencia con una pequeña sonrisa.
—Oh, el honor es mío, conde de Ruanko—repliqué con una sonrisa sarcástica. Esperaba que ese impresentable desapareciera pronto de mi vista, no quería ser la responsable de iniciar una guerra.
Mandé montar el campamento al otro lado de la aldea, justo por donde habíamos llegado. Además, ordené que se hicieran guardias constantes por la aldea y que vigilaran al enemigo mientras recogían todo para marcharse.
Marcharon hacia otro lugar poco antes de que anocheciera. Solo les deseaba que si la noche caía y no habían montado el campamento, no se encontrasen con algún oso o lobo hambriento. Si este hecho sucedía sería una auténtica desgracia. Cenamos y dormimos pronto, al día siguiente partiría al alba. Antes de meterme a dormir escribí una carta a mi madre para que estuviera al tanto de lo acaecido. Se la di al mozo que se encargaba de los cuervos para que se la hiciera llegar. Un cuervo tardaría menos en recorrer la distancia, y así mi madre estaría más tranquila.
A la mañana siguiente estaba todo preparado para mi marcha. Di las últimas órdenes y escogí a cuatro hombres para que me escoltaran de regreso a casa. El ejército se quedaría allí diez días para dar seguridad a los habitantes de la aldea y asegurarse de que los bastardos esos no regresaban de nuevo. Dejé al conde Wymond al mando de la tropa. En el camino de regreso no seguiríamos en todos los tramos la calzada real. Esto era por tiempo y seguridad. Si la noticia de que había estado en aquella aldea corría rápido, algunos enemigos de mi padre intentarían capturarme, y al estar en número inferior era preferible no seguir la calzada real donde todo el mundo me buscaría.
A la cabeza del grupo íbamos yo y otros dos guardias, uno a cada lado mío para proteger los flancos. Y detrás iban los dos hombres restantes. Manteníamos una charla cordial sobre el paisaje, uno de los guardias había nacido y se había criado en una aldea cercana de la zona.
De repente, uno de los guardias de detrás dejó escapar un grito de dolor. Nos giramos y vimos que una punta de flecha le sobresalía por el pecho donde estaría su corazón. Su cuerpo cayó del caballo, el cual se encabritó. De entre el bosque salieron cuatro hombres a caballo. Todos llevaban una espada en la mano, excepto uno que agarraba un arco ya tensado y listo para ser disparado. Salí de mi ensimismamiento y desenvainé mis espada dispuesta a luchar. Mis hombres reaccionaron al verme sacar la espada e hicieron lo mismo. Espoleé a mi caballo y encabecé la ofensiva. El arquero no me apuntaba a mí a pesar de que yo era el blanco más fácil. Caí en la cuenta de que yo valía más viva que muerta, así que probablemente el arquero no me dispararía a mí, no por lo menos a matar. Así que me interpuse en la trayectoria del arquero y cargué contra él. No le dio tiempo a desenvainar la espada por lo que me fue fácil atravesarle el pecho con la espada.
Me giré hacia mis hombres para ver como iban. Un hombre de cada bando había caído al suelo muerto. Aún estábamos vivos tres de nosotros, mientras que de ellos tan solo quedaban dos. Me dirigí a por uno de ellos cuando una flecha se me clavó en el hombro derecho. Busqué al propietario de la flecha mientras mis hombres se encargaban de los asaltantes. Un muchacho, de mi edad más o menos, salió de entre la maleza del bosque. Su pelo era marrón oscuro, y sus ojos grises oscuros mostraban diversión. Tenía una cruel sonrisa en la cara. Dirigí mi mirada a su mano y en efecto tenía un arco en ella. Fui a cargar hacia él cuando me entró un mareo y me desestabilicé del caballo. Me agarré fuertemente a Strategos para no caerme de él. Pero era una tarea difícil, mis mareos iban en aumento y comenzaban a aparecer puntos negros en la periferia de mi visión.
No era consciente de lo que estaba teniendo lugar a mi alrededor. Intentaba luchar contra lo que me estaba pasando, no podía dejar a mis hombres luchando mientras yo no hacía nada. Enfoqué la vista dispuesta a ayudar y vi que el chico del arco había desmontado del caballo y se acercaba hacia mí con paso tranquilo. Estaba muy cerca por lo que yo tendría ventaja en un combate cuerpo a cuerpo contra un arquero. Me enderecé dispuesta a enfrentarle cuando me vino un mareo fortísimo. Perdí el equilibrio y la visión, pero unos fuertes brazos me agarraron antes de que chocara contra el suelo. Intenté enfocar la vista, y puede ver que el chico de los ojos grises me estaba sujetando en brazos. Le conocía de algo, intentaba rebuscar en mi mente de que le conocía. Pero debido al estado en el que estaba, no conseguía recordarlo.
—Dulces sueños princesa—dijo el chico de los ojos grises con una sonrisa burlona en la cara.
Inesperadamente me vino a la mente de que le conocía. Le había visto de pequeña en un baile que organizó el reino vecino de Paelmos. Era el principe Damon Ruvala, segundo hijo del Rey Günther de Gasilia. Lentamente los puntos negros de mi vista empezaron a expandirse hasta que todo se volvió negro.
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Buenas chicos :)
Siento la espera larga, pero hoy he tenido un día liado. Espero que disfrutéis de este nuevo capítulo!
¿Qué pensáis de Damon?
¿Qué creéis que pasará a continuación?Dejar vuestras opiniones y comentarios. Graciaas! Mañana subo el último capítulo de este maratón.
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La Princesa de Hielo
Viễn tưởngEl continente de Erelín está dividido en cinco reinos que mantienen la paz. ¿Pero será esta paz duradera? Las familias que gobiernan cada reino lucharán por tener mayor poder que las demás. Un juego peligroso en el cual participan personas dispuesta...