Prólogo: Maestro

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El Sol brillaba débilmente sobre la región de Kanto a medida que atardecía. En pocas horas la oscuridad de la noche devoraría aquella tierra, y no sería prudente viajar a pie; y menos aún tan lejos de los caminos. Pero, dadas las circunstancias, aquella no era una noche apropiada para actuar con prudencia.

Una figura difícilmente identificable como humana se abría paso campo a través. Cuando salió de Ciudad Celeste, ya de por sí tenía mal aspecto, pero tras horas de caminata y enfrentamientos constantes su aspecto se asemejaba más al de un Muk que al de un ser humano. Aquel hombre vestía una gabardina negra, la cual llevaba recelosamente cerrada; los bajos de aquella prenda se hallaban empapados en sangre y barro, por no mencionar las quemaduras y rasguños que la habían castigado en las últimas horas. Sus botas militares habían corrido la misma suerte que el resto de su ropa y unas costras de barro carmesí comenzaban a solidificarse en ellas, haciendo que caminar resultase cada vez más desagradable.

Aquel hombre mantenía una expresión firme y neutra ante su situación actual. Su cabello negro y corto había sufrido el mismo destino que su ropa y además se le había pegado y secado alguna clase de secreción propia del Tipo Bicho. Su barba, fruto de la escasez de aseo personal durante varios días, no era capaz de disimular los cortes que había recibido en la cara. Su piel, normalmente pálida, tenía en aquel momento algunas zonas de color rojizo, en las cuales no tardarían en aparecer cardenales.

Aunque le dolían muchas partes de su cuerpo, procuraba no exteriorizar ese dolor lo más mínimo. Era importante para él permanecer impasible ante su equipo. No era el momento de mostrar debilidad. Se esforzaba en caminar sin cojear, no gritando ni emitiendo sonido alguno durante sus enfrentamientos y procuraba no aminorar la marcha pasase lo que pasase. A cada segundo que pasaba, se repetía a sí mismo que aquel dolor solo existía en su cabeza, y que allí era donde debía quedarse.

En su mano derecha sostenía firmemente una porra extensible. Se trataba de un diseño ilegal, utilizada a menudo por organizaciones como el Team Rocket para herir o matar Pokémon de tamaño mediano a los que un hombre adulto fuese capaz de vencer en un combate cuerpo a cuerpo. Se trataba de un instrumento que había dejado de fabricarse hacía años, y era realmente difícil de conseguir. Del extremo del arma aún goteaba la sangre del Machop al que le rompió el cráneo minutos atrás.

El siniestro individuo se detuvo bruscamente. Había oído algo. Las ramas de un árbol frente a él se habían comenzado a agitar. Aquello no auguraba nada bueno. Caminó lentamente y trató de dar un pequeño rodeo para mantener una distancia de seguridad de al menos diez metros con el árbol. No resistiría mucho más, y por nada del mundo deseaba tener que vérselas con otro Pokémon salvaje. En un área de bosque más densa habría resultado fácil darle esquinazo a una situación así, pero aquella colina estaba relativamente despejada, y no había ningún lugar donde esconderse.

Pudo oír un característico zumbido; uno que en circunstancias normales le habría resultado confiable y reconfortante, pero que en aquel momento presagiaba una pesadilla viviente. Pronto de las ramas de aquel árbol emergió un rival potencialmente letal para alguien en su estado. Un Beedrill.

- Veneno...- Murmuró aquel hombre, para sí mismo- No puedo dejar que me toque.

Aquel Beedrill se encontraba muy lejos del Bosque Verde. No tenía ni idea de cómo había acabado en aquella región al noroeste de Ciudad Celeste. No había Beedrill salvajes por aquella zona, de modo que lo más probable era que se hubiese perdido y no hubiera sido capaz de volver a su colmena. Probablemente se tratase de una criatura confusa, asustada, frustrada y quizás hambrienta. Si se hubiese tratado de un Pokémon herbívoro, habría sido fácil distraerlo con alguna baya y marcharse de allí, pero aquella no era una opción frente a un depredador.

Pokémon: Alma de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora