Capítulo 1: Spiritomb

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Maestro trató de abrir los ojos, pero de alguna forma fue capaz de darse cuenta de que ya no los tenía. Era capaz de sentir algo, pero no eran sensaciones que pudiese identificar o reconocer de ninguna forma. Nunca antes había vivido una experiencia así. Era como ser arrastrado por una especie de remolino, un desgarrador remolino hecho de puro tormento. No era capaz de resistirse a su influencia; no podía tratar de desplazarse ni a favor ni en contra de sus aciagas corrientes, solo podía dejarse hundir cada vez más y más en él. A cada segundo que pasaba, si es que el tiempo podía llegar a tener un significado en aquel lugar, se sentía más y más inmerso en aquella vorágine. Y por más que se hundía, lo único que parecía suceder es que seguía hundiéndose más. Aquello parecía no tener fin.

No estaba solo. No podía ver ni oír a nadie, pero sabía que no estaba solo. En aquellas circunstancias, no contaba con sus cinco sentidos, pero parecía contar con alguna clase de forma de percepción paranormal. Había más como él atrapados en aquel remolino. Si realmente el tiempo servía para algo en aquel lugar, podría atreverse a afirmar que algunos de ellos llevarían quizás cientos de años hundiéndose en el remolino, incapaces de llegar jamás al fondo, ni tampoco capaces de resistirse a él. Los sentía, allí mismo, pero no era capaz de verlos con sus ojos, oírlo con sus oídos o tocarlos con su piel. Ya no tenía nada de eso. Solo su simple conciencia parecía tener lugar en aquel extraño plano de existencia. Lo único que era capaz de deducir de aquella situación era la dura verdad innegable que antes o después esperaba a absolutamente todas las criaturas vivas. Había muerto.

El dudoso tiempo que pasaba allí podría resumirse en un suspiro, o descomponerse de manera infinita. Lo único que parecía ser capaz de hacer allí era percibir las presencias de sus compañeros de tormento y acceder a sus propios recuerdos. Cuanto más giraba en el remolino y se hundía, más tiempo suponía que pasaba allí, aunque el espacio tampoco parecía tener un significado relevante. A veces sentía algunas de aquellas presencias muy cercanas a él, y a veces notaba como se alejaban. Unas veces él estaba más arriba que ellas, y otras veces lograba adelantarlas y se hundía a mayor velocidad. Sus compañeros parecían tratarse de un número finito, aunque difícil de contar dado el extremo dinamismo que reinaba allí. Pese a todo, parecía disponer de toda la eternidad para llevar a cabo aquella tarea, por lo que intentó cuantificar aquellas misteriosas presencias. Lo intentó cientos de veces, en un tiempo que no fue capaz de determinar. Quizás habían sido horas, quizás años. No era algo que importase mucho, ya que en su condición de muerto no tenía prisa alguna.

Los centenares de intentos pasaron a contarse por miles, y poco a poco aprendió a diferenciar aquellos seres entre sí. No era capaz de comunicarse con ellos de ninguna forma, pero era capaz de reconocerlos. No sabía quieres eran realmente, pero podía notar sutiles diferencias en sus energías. Pudiendo cada vez diferenciarlos mejor unos de otros, cada vez lograba contarlos de forma más precisa, a pesar de su caótico movimiento y su gran número. A veces alguno de ellos se esfumaba de su alcance perceptivo, y dejaba de sentirlo durante lo que bien podrían ser unos segundos o varios días. Pero tras un tiempo difícil de conocer, logró ser consciente de cuántos de ellos había. Un total de ciento siete. Lo que significaba que, sumándose a sí mismo, en aquel remolino giraban y se hundían ciento ocho almas.

Aquello era algo que Maestro recordaba de cuando estaba vivo. Sus recuerdos, al fin y al cabo, eran su única posesión en aquel lugar. Recordaba haber leído sobre una antigua leyenda proveniente de la región de Sinnoh, una con más de cinco siglos de antigüedad. La arqueología nunca había sido su punto fuerte ni su principal interés, por lo que olvidaba fácilmente aquella clase de historias. Sin embargo, recordaba esa en concreto, debido a que sentía un cierto miedo por ella. Ciento ocho almas impuras, y una piedra. La famosa Piedra Espíritu de la que en alguna ocasión había oído hablar. Ciento ocho almas de personas malvadas atrapadas para toda la eternidad en la Piedra Espíritu, formando en su interior una nociva bola de gas que jamás debía salir al exterior.

Pokémon: Alma de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora