Capítulo 10: Mawile

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Greninja examinaba minuciosamente una Baya Zidra. Aunque no resultaba sencillo encontrar aquella clase de frutos en la Ruta 16 de Kalos, su escasa disponibilidad no impedía que fuese extremadamente selectivo a la hora de decidir cuáles de aquellas bayas utilizaría y cuales descartaría. Se encontraba sentado en la hierba del suelo, frente a un tocón de árbol que empleaba a modo de mesa. Él mismo había cortado aquel árbol unas cuantas semanas atrás y había convertido en leña la mayor parte de su tronco. Tras considerar que aquella fruta tenía el tamaño y color apropiados, la situó sobre una improvisada venda tejida a base de fibras vegetales. A continuación, con ayuda de una pequeña roca, comenzó a molerla para preparar una cataplasma.

Hacía ya casi un año que había vuelto a Kalos, y aún no había recibido noticias de Maestro. Estaba seguro de que había dispuesto todo de forma que su entrenador pudiese volver a caminar entre los vivos, pero no tenía forma de saber cuánto tiempo podría llevarle al alma de Maestro regresar a Pueblo Vánitas y encontrar su nuevo cuerpo. Aunque las primeras semanas Greninja se mostraba bastante optimista al respecto y aguardaba con gran expectación a contemplar los resultados de aquella práctica nigromántica, el paso del tiempo y la ausencia de su entrenador había comenzado a hacerle dudar. Incluso aunque él hubiese cumplido con su parte, si su compañera Gardevoir no cumplía también con la suya, todo habría sido en vano. A menudo se había sentido tentado de volver a Pueblo Vánitas para asegurarse de que Gardevoir aún seguía en su puesto, pero en aquel momento no se encontraba en disposición para abandonar la Ruta 16. Solo podía contar con que tras todos aquellos años, Gardevoir aún confiase en su palabra y no se hubiese metido en problemas.

Tras unos minutos de trabajo, Greninja dio por finalizado su trabajo en aquella cataplasma y se apresuró a cogerla cuidadosamente mientras se ponía en pie. Antes de ir a ninguna parte, dirigió una mirada inquieta a su alrededor. Acababa de amanecer y el sol brillaba sobre Kalos. Se encontraba en una verde y frondosa arboleda en la orilla más alejada del lago, a varios kilómetros de las carreteras y del Club de Pesca. Aunque Greninja agradecía mantener una cierta distancia con la civilización en aquel momento, debía admitir que no tenía demasiados motivos para quejarse. Los pescadores solían merodear por la zona casi a diario, manteniendo alejados de la costa a la mayoría de Pokémon salvajes que habitaban el lago. Aunque aquello implicaba toparse ocasionalmente con alguno de aquellos hombres, casi todos los que llegaban a verle optaban por no enfrentarse a él. Al fin y al cabo, no habían ido hasta el lago cargando con todo el equipo de pesca para buscar problemas con la última etapa evolutiva de un Pokémon Inicial en estado salvaje. Aquel podría haber sido un buen lugar para vivir su retiro temporal, de no ser por el hecho de que había empezado a odiarlo.

Greninja dejó escapar un leve suspiro y comenzó a caminar hacia una pequeña formación rocosa a la orilla del lago. Llevaba consigo aquel burdo remedio curativo que había preparado, con la intención de tratar de retrasar lo inevitable durante un día más. Sobre una gran roca gris, junto al agua, Clawitzer descansaba con la mirada perdida en el agua del lago. Se encontraba exactamente en la misma postura en la que Greninja le había visto cuando una hora atrás se despidió de él para ir a buscar aquellas bayas. Clawitzer nunca había sido muy enérgico, pero en las últimas semanas había llegado a pasar largas horas tumbado sobre aquellas rocas; totalmente inmóvil. Junto a aquella roca gris, unos trozos de leña se convertían lentamente en cenizas a medida que la llama de una pequeña hoguera los consumía. La temperatura era algo más cálida alrededor de aquel débil fuego, pero a pesar de todo Greninja pudo observar como su compañero temblaba ocasionalmente. Cada día que pasaba, Clawitzer tenía peor aspecto.

- Te he traído algo para el dolor- Dijo Greninja.

Clawitzer se movió levemente para mirar a su compañero, pero no respondió. Greninja dirigió una mirada nerviosa a la hoguera. Desde que el estado de salud de Clawitzer había empeorado, el agua del lago resultaba demasiado fría para él, y Greninja había hecho lo posible por mantenerlo caliente para evitar que temblase de aquella manera. Él no era médico, ni tampoco era capaz de sanar heridas como lo hacía Gardevoir. Lo único que se le ocurría hacer para aliviar el sufrimiento de su compañero era evitar que pasase frío, cazar algún Poliwag o Basculin para él y buscar aquellas Bayas Zidra para aliviar su dolor. Sin embargo, hacía ya dos días que Clawitzer no probaba bocado y su caparazón hacía que las cataplasmas fuesen poco eficaces. En aquellas circunstancias, Greninja ya no sabía qué más hacer para mantener a Clawitzer con vida hasta que llegasen Maestro y Gardevoir.

Pokémon: Alma de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora