8. Enana.

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Narra Kyle.

–Alumno, ¿Me podría hacer el favor de apagar ese celular, por favor? Ha estado interrumpiendo mis clases y eso no está permitido.

Me regañó–una vez más– el profesor. Y estaba claro que yo quería dejar el celular pero Mónica es toda una cotilla, lleva cuestionándome desde el domingo que nos vimos. Lo que no me gusta es que crea que debo estarle rindiendo cuentas como si aún nos encontráramos en una relación, y aunque encontrarme ahí con ella fuera una casualidad, hoy comenzaba a acusar al universo por tener que hacer lo que sea que haya hecho para tener que verla después de dos meses.

Bufé con frustración y apagué el celular, no le iba a contestar más. Bueno, más, o sólo por la hora que quedaba para finalizar la clase.

El tema estaba algo aburrido, y no es que no quisiera poner atención pero el profesor ha estado con el mismo tema hace ya dos clases, todo porque muchos “inteligentes” no entienden una simple ecuación.

Comencé a garabatear mi cuaderno y me acordé hace unas horas cuando hice lo mismo en el cuaderno de Leyla y lo frustrada que estaba. Aunque fuera terca y testaruda, yo seguía sosteniendo que era una inocente, casi angelical, porque aparte de su comportamiento tan responsable e inocente, su cara tenía ese toque de niña-no-rompo-ni-un-plato. Pero dudaba sólo un poco ante eso.

Y para luego toparme con los nervios que tenía cuando vio al compañero de Esteban. De toda la semana que llevaba tratándola nunca se había puesto así, ni siquiera por mí. Por mí se ponía de la manera “quiero matarte” y ya. Y… ¿Qué le veía al tipo ese? Ni que fuera más guapo que yo.  Bufé ante aquella posibilidad recordando que lo volvería a ver en el centro comercial.

10 minutos después de que sonó el timbre para indicar la hora de retirarnos a nuestras casas, iba directo al estacionamiento mientras tecleaba en el celular un mensaje para mi mamá diciéndole que llegaría tarde porque tenía que hacer unas cosas de la escuela.

Cuando llegué a mi auto, la pequeña figura de Leyla apareció ante mis ojos, pero estaba acompañada por Esteban y… Max, ¿Enserio?, mientras más me acercaba iba escuchando lo platicadores que estaban ellos dos y ella sonriendo a cada comentario que parecía iba dirigido a ella.

–Entonces, ¿No has ido nunca a una fiesta de antifaces? –Le preguntó Max a Leyla.

–No, nunca. Yo no soy muy fiestera. –Le dedico Leyla una sonrisa nerviosa.

–De hecho, su primera fiesta fue el viernes, y no terminó muy bien. –Intervine yo mientras me acercaba a ellos.

Leyla me volcó los ojos fastidiada y Esteban estaba riendo, recordando lo que le habíamos contado Leyla y yo de cómo había terminado ella después de la fiesta.

–¿Tan malo fue? –Preguntó Max.

–Bueno, creo que haya sido tan malo, no tuve resaca pesada al día siguiente. –Contestó Leyla en un tono alegre.

–Entonces fue un buen comienzo porque las resacas matan. –Le dijo Max mientras soltaba una risa.

La verdad es que se le quedaba mirando mucho a Leyla, y no del modo “amigos” porque digo, cuando a nosotros los hombres nos gusta una chica pues hay una manera de verlas, y Max lo estaba haciendo mientras que Leyla… bueno ella estaba ¿Ruborizada?, no es cierto, ¿Es broma?, creo que ella era capaz de delatarse en cualquier momento.

Volqué los ojos frustrado ante esta escena y decidí apresurarlos a tomar camino a la plaza, aunque estaba completamente seguro que esta iba a ser una tarde muy larga.

Otra vida fuera de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora