13. ¿Y si quemamos salchichas?

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No podía saber qué hora era, pero por la poca luz de sol que quedaba estaba segura que eran entre las seis y siete de la tarde, ¿Y qué hicimos todo ese rato? Tomar, reír, corretear, mojarnos, bromas, comer, comer y más comer. Casi podía apostar que si seguíamos así tendríamos que volver por falta de alimento.

El calor que teníamos hace algunas horas antes ahora era sustituido por un aire que congelaba hasta los huesos, literalmente. Estaba haciendo demasiado frío y nosotros seguíamos un poco mojados porque incontables veces nos metimos al agua hasta que ésta dejo de estar templada, y así como habíamos tomado turnos para ponernos un improvisado traje de baño, ahora nos turnamos para ponernos algo más cálido.

Entre más obscuro se ponía, más miedo tenía yo. Y realmente no lo quería admitir porque sabía que tendría un poco más de burlas de parte de mis amados amigos, más de las que ya he tenido durante todo el día en que hemos permanecido aquí. Quiero decir, el alcohol en mínima cantidad que tenga altera mi organismo y no de la forma más bonita posible, no señor, yo perdía los sentidos a la segunda lata que tenía en mano.

A veces veía cosas raras o un duplicado de la persona con la que estaba, así que por consejo de Kyle y Max, quedó prohibida la cerveza y en su lugar tenía un poco de comida que había quedado, papitas y esas cosas para poder recuperarme un poco y dejar de avergonzarme, guardar un poquito de dignidad.

Pero ellos no estaban ni cerca de cómo estaba yo, estaban mil veces mejor, cómo si sólo hubieran tomado agua o algún jugo, lo que sea. En serio, no haber aprendido a tomar me hacía pasar cosas inaceptables.

De vez en cuando le lanzaba miraditas a Esteban y Mariele, y eran como dos gotas de agua pero de diferente charco, coincidían en una cosa y se peleaban por otra, nunca se ponían de acuerdo. Lo malo de eso es que a mí me daba por reírme de sus discusiones, parecían un matrimonio o peor que los niños, eran graciosos, aunque al final de la pelea terminaban enojados conmigo porque metía mi cucharota con algún sarcasmo o echando más leña al fuego. Definitivamente alcohol y yo no congeniábamos.

Kyle y Max cuando estaban juntos parecían los mejores amigos, pero cuando Max estaba conmigo Kyle nos dedicaba su mirada menos linda que podía tener, desbordaba ironía y molestia en una sonrisa y aunque quería preguntarle porqué, siempre surgía algo que me distraía de mi prioridad, dejándolo olvidado. Pero cuando lo recordara mañana–que no se si pueda ser–le preguntaría que pasaba.

Para poder calmarnos del frío, los hombres hicieron una fogata, agarramos mantas para enredarnos y sacaron una botella de vino porque ya se les había acabado la cerveza.

Me gustaría decir que fueron adolescentes responsables y se prepararon una mínima porción de vino con mucha soda, pero en lugar de eso, la cabeza loca de Mariele había ideado una forma de tomarlo de una manera divertida.

–¿Y si contamos una historia mientras vamos tomando? –Preguntó Mariele animada.

–¿Cómo sería eso? –Inquirió Esteban.

–Verás… yo le doy a darle un trago a la botella y empezaré narrando una historia, luego alguien tomará la botella, hará lo mismo y continuará con la historia.

–Suena…interesante. –Dijo Kyle quien parecía que comenzaba a maquinar una historia que fuera divertida.

–¿Y yo participaré? –Pregunté con tono inocente, si no querían dejarme tomar más cerveza, dudo mucho que me quisieran dejar tomar vino, y eso que era más fuerte puro.

–¡No! –Negaron Kyle y Max al mismo tiempo.

–Mejor, tú inicia la historia y será lo único que aportes. –Propuso Esteban. –Al final de cuentas, un pequeño trago no te hará ningún daño.

Otra vida fuera de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora