23. Por favor.

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Hoy los nervios me comían por dentro. Presentaríamos la exposición y aunque yo me había grabado mi parte, juro que tenía un miedo tremendo. Kyle se veía relajado, fresco, como si fuera día cualquiera y no estuviera a punto de hablar enfrente de 40 alumnos.

En todo el rato que llevábamos acomodando las cosas no me dirigió ni mirada ni palabra. Es como si aquel mensaje que mandé jamás hubiera llegado. Y ahora sí, estaba enojada, y mucho.

Yo también tenía orgullo, lo había dejado a un lado por hacer paz entre Kyle y yo, pero el mal agradecido no quiso, pues bien, ahora yo tampoco quiero.

Y así lo hice, ni lo miraba, ni le hablaba. Podía ser más fría si quería. Si a él le venía dando la misma, pues bien, a mí también me da igual. Yo también podía jugar a que no lo conocía o aparentar que simplemente él no está a mi lado.

Cuando ya por fin comenzaron a callarse, algo dentro de mí comenzó a revolotear, y no eran las “mariposas” que te dan cuando ves a esa persona que te gusta, No. A mí me estaban revoloteando porque tenía miedo de olvidar todo, de quedarme sin habla, de trabarme, de hablar demasiado fuerte o demasiado quedo. Tenía miedo a las exposiciones, les tenía completa fobia desde que tengo uso de razón.

Kyle fue el primero en hablar, tengo que insistir, se veía tan relajado, tan tranquilo. Explicaba todo como un profesional, y cuando me miró supe que era mi turno.

Tragué duro y comencé a hablar. Se suponía que tendría que ver a los ojos a cada una de las personas que estaban ahí, pero sabía que si me equivocaba, me echarían tierra por lo que quedaba del semestre. A medida que hablaba, miraba de vez en cuando a Kyle, pero cuando nuestras miradas conectaban, él simplemente se volteaba, imbécil.

Localicé a Esteban entre la clase, cuando lo encontré, éste me sonrió y pude continuar explicando tranquila,  ya no sentía esos nervios, estaba completamente feliz, en ningún momento despegué mi vista de la de Esteban y él me correspondió, ahora puedo jurar y perjurar que Esteban es el mejor amigo que hay en mi vida.

Cuando terminamos de exponer, recogí mis cosas sin ni siquiera mirar a Kyle, y como fuimos la última pareja, pues tocaba llevarnos las cosas a donde correspondían.

Decidida, tomé mis cuadernos y los eché en mi mochila, la cerré y me acerqué al escritorio a quitar el cañón y desconectar todo, yo me encargaría de entregarlo.

–Leyla deja ahí, yo me encargo de llevarlo.

Le estaba dando la espalda, pero aun así no lo miré y seguí desconectando y enredando cables, podía sentir su mirada sobre mí, pero que se fregara, él me ignoró, y yo también lo puedo ignorar a él.

–Leyla. –Dijo en un tono de advertencia.

Hice como que nadie me habló y junté todos los cables sobre el cañón. Lo tomé y empecé a salir hacia la salida del salón cuando lo vi parado en frente de la puerta.

–Dame eso, yo lo llevo.

No lo miré más de cinco segundos cuando ya estaba viendo algún punto perdido de la pared, luego lo rodeé para seguir avanzando a mi destino.

Sujetó mis hombros con fuerza para girarme y estamparme –literalmente– contra la pared.

–¿Acaso estás sorda? –Ahora su tono era frustrado, pues que le den. Miré muy entretenida las agujetas de mis zapatillas esperando a que él me soltara. –Leyla, mírame. –Otra vez ese maldito tono de voz. –Mírame.

Soltó mis hombros para tomar mi cara y levantarla y topar con nuestros ojos. Estaba muy enojado, y según yo lo había visto todo, pues no, hoy lo he visto todo.

Otra vida fuera de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora