Cruzando las puertas

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Jazmín:
Seguimos a ese hombre hasta la larga fila de almas que aguardaban la apertura de las puertas. De todas ellas, que eran prácticamente iguales, yo era la más destacada porq parecía la más real y humana. Caronte caminaba detrás de Serpius con su frialdad habitual. No sé que le había pasado momentos antes, pero ahora actuaba como si lo nuestro fuese una relación vendedor-cliente. El tal Serpius se movía con desenvoltura haciendo ondear su capa a sus espaldas y dando por hecho que era nuestro guía. A nuestro paso, las almas y algunos guardianes encargados de poner orden bajaban la cabeza en señal de respeto. Obviamente no era por mí, era por Caronte y Serpius, que al parecer no era un hombre cualquiera en el inframundo. Ya desde un primer momento, mi impresión sobre él había sido muy negativa, y por lo que había sucedido antes, deduje que la de Caronte sería también muy similar. No era un hombre alto, pero tampoco demasiado bajo. Era de complexión normal, ni muy robusto ni muy delgado, y si no fuese inmortal, diría que tendría unos 45 años. Cuando llegamos a los pies de las puertas, Serpius nos mandó esperar ahí mientras él marchaba a hablar con uno de los guardias situados a ambos lados.

Narrador:
Caronte caminaba con furia detrás de su guía tratando de conservar su habitual frialdad. Cuando Serpius había dicho todo aquello le habían entrado ganas de estamparle contra la roca una y otra vez hasta que le suplicase clemencia, pero había tenido que controlarse. Serpius era uno de los más fieles criados de Hades y tenía su reputación en el inframundo. Además, Serpius era inmortal, por lo que se reiría de su arranque de ira toda la eternidad tras recuperarse de sus golpes. Lo que más le había molestado de todo era que le hubiese interrumpido en el único y el último momento que tenía para disfrutar de ella. Tenía fama de frío, lo que causaba que muchos súbditos de Hades le respetasen e incluso le adorasen. Serpius no era uno de ellos. Tenía mucha relación con Hades, por lo que se sabía superior al resto. En importancia le superaba, pero siempre se mantenía a distancia y le evitaba en lo posible. La oscuridad que rodeaba al barquero junto con su misterio no tranquilizaba a nadie. A Caronte le molestaba que parte de ese temor que inspiraba se hubiese esfumado al haber mostrado su rostro. Por otra parte, no le hacía ninguna gracia dejar a Jazmín sola con ese asqueroso. No es que Serpius tuviese fama de acosar a las almas, pero sabía que era capaz de todo con tal de molestarle y hacerle enfadar, y además Jazmín no era un alma normal, y todos se habían dado cuenta. Entre Serpius y él siempre había habido un deje de enemistad y competencia, y Jazmín era la oportunidad perfecta para que este se declarase vencedor. Cuando les dejó solos para hablar con los guardias, tragó saliva y cogió aire. No quería mirarla. Por una vez, se sentía extrañamente incómodo. En su vida como barquero había tenido muy pocas chicas, pero ninguna de ellas le había visto el rostro. Para él, solo habían sido premios que Hades le había dado en recompensa. Premios que debía luego llevar al juzgado para q descansasen eternamente. A él nunca le había importado. Había ocultado sus sentimientos bajo una capa de frialdad. Además de ser el barquero de Hades, era su sicario personal. Hades estaba contento con su forma de trabajar. Era limpio y cuidadoso, y nunca ofrecía pegas para nada. Matar era fácil y era más entretenido que llevar almas de aquí para allá, sin embargo, no era una tarea habitual. Hades no quería alterar el equilibrio. Mataba monstruos o seres relacionados con los dioses. Ella era su primera humana. Ella era la excepción. Cerbero sí que había matado humanos. Lo necesitaba para comer, y a Hades nunca le había importado. Pero él no. Matar una humana había sido diferente. Matar era algo personal, y siempre había luchado por separar lo personal del trabajo. Los monstruos eran una cosa, los humanos otra.
Ella tampoco le miraba. No sabía que pensaba sobre su arranque, pero por una vez, no quería que ella pensase que para él, ella era como las demás. Quizás ahora pensaba que solo la había utilizado y que hacía eso con todas. Pero entonces, no podría habérselo devuelto. Ella le había respondido. Se envolvió de nuevo en la capa de frialdad. Necesitaba desahogarse. Eso había sido todo, y ella también lo necesitaba. No había más. Serpius volvió a acercarse con esa sonrisa que te apetece quitar a golpes.
-Todo solucionado-dijo con su cara habitual.
Le miraron fijamente.
-Ha llegado la hora-comentó con ilusión rastrera girándose para ver el espectáculo que se iba a acontecer ante nuestros ojos.
Las puertas se abrieron con un estallido, y las almas comenzaron a agitarse nerviosas. Las puertas guardaban un pasillo de decoración similar con otra puerta al fondo. En la pared derecha había dos puertas, y en la izquierda otras dos. Las de los lados llevaban a amplias salas de espera con más pasillos que conducían al juzgado. La del fondo guardaba los diferentes niveles del descanso eterno. En el juzgado se decidiría tu futuro nivel según como fuiste durante tu vida, y como no, según la opinión de Hades. Serpius se volvió a girar esbozando una sonrisa.
-Ha llegado la hora de cruzar. ¿Quieres acompañarnos?-preguntó a Caronte.
Este frunció el ceño bajo su capa. Serpius soltó una carcajada y entró seguido por la extraña pareja. Ambos súbditos sabían que la despedida se hallaba próxima.

Enamorada del Barquero de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora