Capítulo 22: Salvajes

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PASCAL

Luego de haber quedado inconsciente en el accidente, desperté en un asiento acolchado y de inmediato me mareé. El golpe contra la tierra había sido fuerte, todavía me dolía el cuerpo. Me ardía. Abrí los ojos con dificultad percatándome que estaba a solas y cuando miré a mi costado noté que estaba sentada en un avión. Había una aguja pasándome medicamentos.

Flashback

El asiento en donde estaba tenía sangre, toqué mi cara repetidas veces para asegurarme de dónde venía. Y era sangre mía. Me puse de pie por inercia, pero un cinturón de seguridad apegado a mi cadera me regresó al asiento como un látigo. De inmediato me dolió la espalda y el brazo ¿Me estaban pasando medicamentos?

Me desabroché el cinturón e intenté que el dolor del cuerpo no me impidiera levantarme, pero cuando iba a caminar por el pasillo, alguien apareció delante de mí.

—¿Dónde crees que vas? —me preguntó. No lo conocía. Puso ambas manos en mis hombros y me empujó con cierta delicadeza hasta el asiento, luego me empujó hacia abajo para dejarme sentada.

—¿Quién eres?

Tenía miedo. Estaba en un lugar que no conocía y me dolía todo. No podía defenderme sin sentir que me estaban quebrando los huesos.

—Soy Sam —sonrió con perversidad.

Era moreno, alto... tan alto como Luck y de contextura gruesa. Tenía los ojos oscuros y la mandíbula marcada.

—¿Por qué estoy aquí? —fruncí el ceño, sentí que iba a hiperventilar en cualquier segundo —¡¿Dónde está Luck?! ¡¿Por qué estoy contigo?!

—Primero te calmas. Deja de gritar para explicarte —dijo con mucha tranquilidad. Una que me causaba terror. Se acercó a mí, pasó sus manos por mi cadera y abrochó mi cinturón con fuerza, dejándome pegada al siento. Si me hubiese sentido bien probablemente ya tendría el cinturón en su cuello, pero me dolía todo. Dios. —Tengo tres amigos que están de mi lado. Otro está muerto.

No estaba entendiendo.

—Estás secuestrada, Pascal Fabregas. Haremos que tu padre se entregue a la policía, por tu culpa —sonrió divertido.

La rabia se apoderó de mi cuerpo.

—¡Mi padre jamás se entregará a la policía, idiotas! —le grité con fuerza.

—¡Cállate! —se alteró cubriendo mi boca con su palma gigantesca. Me dolió de inmediato el rostro por la fuerza que hizo.

—Ya estás con nosotros y no te dejaremos en paz hasta que Fabregas esté en prisión.

Quería responderle, pero su mano seguía apegada a mi boca.

—Tenemos amigos policías, Pascal. Más vale que te comportes. Mike es policía.

Sacó la mano de mi boca y yo respiré con rapidez.

—Policías y una mierda.

—No me hagas enfadar —desvió su mirada —. No me cuesta nada apretar el gatillo y matarte para que tu padre sufra lo que yo sufrí cuando perdí a mi padre.

Fruncí el ceño sin entender del todo.

El avión aterrizó y yo inmediatamente me desabroché el cinturón, pero cuando hice el intento de ponerme de pie, Sam me apegó a él, me cogió la mano con fuerza y me hizo caminar a su lado. Apenas el frío aire hizo contacto con mis mejillas comencé a mirar a mi alrededor, pero no tenía idea en donde estábamos.

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