*¡Hola a todos!
Primero que nada quiero agradecer el apoyo y lecturas que me han brindado estos últimos meses. Me han servido muchísimo como inspiración para seguir trabajando y no rendirme, pues a final de cuentas no tengo la ventaja de vivir de mis historias, así que siempre debo encontrar tiempo dentro de mis otras actividades para seguir escribiendo.
Deben saber que tengo una especie trauma, gracias al cual, necesito estar seguro de que cada parte de mis historias estén perfectamente acomodas, claras y con un sentido y hasta hace muy poco, en realidad, estuve completamente satisfecho con el segundo libro de Focus Lumen; así, puedo anunciar que por fin ha llegado el punto al que siempre quería que llegase.
De nuevo, les agradezco de todo corazón sus lecturas, opiniones y ánimos.
Los veo en el camino.
Edgar Raúl Ramírez Zárate "JChaze".
Prefacio
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio. ¿Cuánto? ¿Años? Seguramente, pero era difícil saberlo; tanto había sucedido desde entonces. La verdad es que cuando un día terminaba para él, la mañana se sentía a siglos de distancia.
¿Cuándo se divirtió por última vez? Escarbó en lo más profundo de su mente; retrocedió el tiempo y con especial cuidado, buscó algún recuerdo de él sonriendo. Sintió una profunda tristeza al no encontrar nada.
Se encogió de hombros y se dijo a sí mismo que probablemente era el precio que tenía que pagar; uno muy bajo tomando en cuenta todos los males que había causado y seguiría causando. Quizá no volver a sonreír nunca, era su condena, y si era así, la acataría con sumo placer; era lo menos que podía hacer.
Miró a su alrededor, las cosas no habían cambiado demasiado desde aquella noche. El progreso había traído consigo (irónicamente) un aire de estabilidad y constancia. Desde que Oppidum Lux hubo alcanzado su máximo esplendor, los “gobernantes” decidieron mantener un aspecto poco cambiante, para así brindarles confianza a los habitantes. Psicología básica.
Gobernantes” no pudo evitar resoplar divertido al repetir la palabra. El libre albedrío jamás había existido; la democracia era el circo creado por ellos, para el pueblo.
Regresó a su inspección espacial. El hospital no había cambiando en nada, incluso conservaba el mismo color de paredes. Por obvias razones, el cristal de la entrada había sido reemplazado; eso pasa cuando un teléfono atraviesa a toda velocidad el vidrio anterior.
No nevaba. Quizá esa era la diferencia más grande.
Aún así había decidido llevar un abrigo, el clima era agradablemente fresco, y un sutil viento sacudía su cabello y las otoñales hojas de los árboles.
Después, el hombre se mezcló entre la multitud y observó las comunes vidas de los ciudadanos.
Una madre reprimiendo a su pequeño hijo, pues éste no dejaba de llorar; a una pareja reír mientras se dedicaban cuchicheos al oído; un grupo de personas esperando por el transporte público.
La simpleza de todo aquello le pareció cautivador. Era una vida que trató de disfrutar algún día, pero le fue imposible; había nacido marcado. Esa adorable rutina no era para un hombre con el destino trazado. Jamás disfrutaría de un asado los fines de semana, no podría admirar un juego de pelota con sus camaradas (si tuviera alguno), ni saborearía de una taza de café en las orillas de un parque de la ciudad. Eso era algo con lo que únicamente soñaría.
Aún así evitó sentir lástima por sí mismo, no lo merecía.
Avanzó por entre una multitud para alcanzar el punto donde había permanecido parado la última vez. Le pareció lo más sensato si es que quería que el muchacho lo encontrara. A final de cuentas, si todo había salido bien, aquella noche debía ser su primer recuerdo.
Una vez que arribó a esa posición, aguardó con los hombros en alto pero la mirada baja.
Nadie notó a aquel extraño hombre con un aire de tristeza que era transpirada por cada poro de su piel. Años de permanecer en las sombras le habían enseñado cómo pasar desapercibido, incluso a veces temía fundirse con la nada, y entonces, tampoco pudiera encontrarse a sí mismo. No, jamás, esa era la más importante de las reglas. Sus rostros no podían ser reconocidos, por nadie. Sus rostros jamás deberían ser una conexión con la importante labor que habían realizado toda su vida, y que seguirían realizando hasta el último día. Si es que éste llegaba.
Así que confió en no llamar la atención. La última vez que había traicionado esa simple regla, lo había pagado muy, muy caro. Todo aquello que se animó a construir, se vio truncado en un abrir y cerrar de ojos. De nuevo le hicieron recordar su destino; ese estigma que cargaría por siempre.
La tarde comenzaba a caer, y las calles alrededor del alto y pulcro edificio que hacía de hospital de la zona, se llenaron de gente que volvía a casa o iba a divertirse. Ya que, si sus cálculos eran correctos, ese día era viernes.
Decenas de vehículos flotantes pasaban ya con los faros encendidos, todos se desplazaban por el gris e impecable asfalto. Las varas luminosas se activaron, bañando con el azul del lumen los arbustos dispuestos alrededor del centro de salud. El aire se volvió un poco más gélido, y el hombre se congratuló de haber llevado el abrigo.
No podría quedarse mucho tiempo más. Pronto debía regresar al deprimente manto del anonimato. Por un momento pensó que el chico lo había dejado plantado, pero rechazó de inmediato aquella idea. Jamás podría resistirse a aprender algo de su pasado, pues, aunque en una forma diferente, ambos sufrían de la misma discapacidad: No podían tener un pasado.
Escrudiñó la calle una vez más ¿es que acaso ya no podía distinguir a aquel muchacho?, debía ser ya un hombre joven, y aunque le pareció impensable no reconocerlo, la verdad es que no confiaba ni un poco en su memoria; no era su punto fuerte. Podría pasar frente a él y no recordar su rostro. Esto lo llenó de temor.
Acarició entonces su colguije en forma de gota, y trató de enumerar las instrucciones de aquel hombre. Habían sido claras, y desde el momento en que hubo hablado, aceptó la historia del fantástico sujeto, sin chistar. Algo sobre ese hombre le decía que no mentiría, y que su palabra era poco menos que una ley universal.
Encontró que sus miedos eran infundados cuando el chico apareció al final de la calle, mirando a su alrededor con la emoción contenida en los puños; seguramente tan ansioso como él.
Pero fue en ese momento que el tipo en gabardina supo que no podía hacerlo. No fue sino hasta encontrar los ojos atrapados en expectativa de David, que entendió que el valor lo había abandonado.
Aspiró profundamente y trató de recordarse a sí mismo, quién era. Él era uno de los 13, y nada ni nadie en este mundo, debería intimidarlo.
Pues el mundo les pertenecía, a pesar de que el mundo, no lo supiera.
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Focus Lumen 2: Los herederos de Escanón.
Novela JuvenilDavid ha tenido sueños muy extraños, tanto, que su mente ya no sabe distinguirlos de la realidad. En otro mundo, muy lejano, una guerra entre dos dimensiones pone en peligro la existencia que con tanto trabajo, los humanos han logrado establecer. El...