Capítulo II: Aliados y despertares

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Capítulo II

Aliados y despertares

David no lograba distinguir sus sueños de lo que en realidad pasaba a su alrededor. A veces escuchaba a un par de personas hablar, pero sus palabras eran tan poco claras como las siluetas que apenas alcanzaba a distinguir al pie de le cama, después todo era oscuridad y su mente se perdía entre pesadillas.

Se encontraba a sí mismo a veces parado en la nieve, sin idea de quién era o qué hacía ahí. Acababa de salir de un hospital y la ansiedad era todo lo que alcanzaba a sentir. Miraba al frente, notaba a alguien que le observaba desde el otro lado de la calle; David no alcanzaba a distinguir facción alguna, pero estaba seguro de que ese sujeto le veía fijamente. Avanzaba, tratando de llegar a él, pero las tinieblas volvían a engullirlo.

Alguien le hablaba, lo llamaba por su nombre. Le platicaba como si esperara alguna reacción que él no lograba concretar.

Sentía el cuerpo muy pesado, los párpados carecían de reacción; pasaba la mayor parte del tiempo tratando de averiguar si estaba con vida, pero, como casi todos los pensamientos en ese estado de ausentismo, esa cavilación se le escurría de la mente y divagaba por los distintos escenarios que no lograba diferenciar de una ilusión con la realidad.

Debido a esto, su cerebro estaba usualmente en blanco, sólo era de vez en cuando bombardeado por imágenes que no tenían sentido por sí mismas o entre sí. Estaba seguro de haber despertado un par de veces y siempre sentía que alguien le vigilaba de cerca. No entendía por qué, pero aquello le tranquilizaba, le devolvía la paz y caía otra vez en un profundo sueño, para así, dar paso al desfile de recuerdos, o lo que parecían ser recuerdos.

Se encontró de pronto en un túnel, oscuro, húmedo y solitario. Estaba de pie, en medio del largo corredor que terminaba en una luz brillante, sobreexpuesta. Caminó hacia ella sin pensarlo realmente, como se camina en un sueño o una alucinación. Escuchaba risas agudas, ligeras, como de niños. Miró alrededor pero no encontró más que las paredes escurriendo gotas cristalinas y su propia sombra que se estiraba en sentido contrario de la luz que prometía una respuesta.

Escuchó su nombre, proveniente del final del túnel; tenía que seguir adelante.

Salió de la oscuridad y la luz lo transportó a un campo abierto, cubierto por el césped más verde que había visto jamás. Flores tatuaban con otros colores igual de vivos, algunos fragmentos de aquel paradisíaco campo. Miró hacia atrás, el túnel estaba a ahí, esperándolo, invitándolo.

-No vuelvas ahí –dijo una delicada voz.

David regresó su vista al frente, ahí, a unos pasos de él se encontraba una niña, la cual le daba la espalda, por donde bajaba un hermoso cabello semi-rizado. La infanta estaba rodeada de una familia de conejos, tan blancos que era casi imposible mirarlos fijamente. Ellos parecían acudir al llamado de la niña, ella acariciaba al más cercano; éste lo permitía.

-No debes volver ahí –insistió-, no hay nada para ti.

-¿Quién eres? –preguntó David, sorprendiéndose de que su voz sonara tan clara. Sentía que hacía mucho, no la usaba.

-Debes despertar. Has soñado ya demasiado tiempo. ¿Me prometes algo?

David no lograba explicarlo del todo, pero sentía un gran cariño por esa niña. Su voz le resultaba cálida, extrañamente familiar, como un perfume que nos recuerda algún sentimiento, pero no se logra recordar dónde es que uno lo ha experimentado antes. No podía negarle nada a ella; no tenía el valor.

-Claro –contestó-, sólo dilo.

La niña no se dio la vuelta, pero David sentía, sabía que acaba de sonreír; una agradable sensación le recorrió el pecho.

Focus Lumen 2: Los herederos de Escanón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora