Capítulo XXIX
Fantasmas personales.
Pogrebin tenía su rostro bajo cuando Yuna salió del trance. La chica se notaba sacudida y maltrecha. Una parte de su alma acababa de morir y no sólo su poder, sino también su misma esencia, habían sufrido daños irreparables.
Se levantó tras un par de intentos y miró a su alrededor hasta que encontró a la pequeña gárgola, con el cuerpo encorvado y empuñando algo que acabó por confirmar las sospechas de la oráculo. En las diminutas y rocosas manos de la criatura, se encontraba un hermoso y llamativo báculo plateado.
Yuna salió disparada hacia la gárgola y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no molerla a golpes. Aquella diminuta figura le había traicionado y gracias a ello, los herederos de Escanón eran ya parte del ejército de Adam, lo que significaba que la guerra que ella había sido encargada de evitar, era ahora inminente.
-¡Tú! ¡Tú causaste todo esto! –le gritó Yuna, conteniendo las lágrimas- ¡Tú me enviaste ese mensaje falso! ¡Me hiciste creer que fue Equímides quien me había hablado antes de morir! ¿Cómo te atreves?
-Ellos… ellos tomaron mi báculo… Mi báculo es como mi alma, vivir apartado de él sería un tormento peor que la muerte y yo no puedo morir. Tendría que soportarlo por toda la eternidad.
-Pues ahora yo perdí una parte de la mía –sollozó la chica- ¿Por qué la tuya valdría más que la mí?
Cuando Yuna había entendido que todo era una trampa, que los parac-tos siempre buscaron la presencia de los sellos en el castillo para que, con su poder, liberaran a los cuatro herederos, la claridad golpeó su mente.
Sólo había un lugar desde el cual se podía enviar mensajes espirituales a los oráculos, y aquel templo era ese lugar. Ella, a sabiendas de que sólo ella y su maestro continuaban el legado de tales oráculos (pues el resto había muerto en el colapso) no dudó en creer que había sido Equímides quien le había enviado la misión de viajar a parac-do para confirmar sus sospechas sobre el renacimiento de los herederos. Pero, para su total humillación, olvidó al último habitante de aquellos aposentos: Pogrebin.
Ahora lo entendía: Adam, justo después de asesinar a Equímides le había robado su legendario báculo a la gárgola, con lo que sin duda, le obligó a someterse a su voluntad. Le ordenó pues, que mandara un mensaje falso a la última de los oráculos a nombre de su fallecido maestro y le condujera hasta los interiores del castillo de Parac-do. Una vez ahí, era sencillo: sólo tenían que hacerle creer que era testigo silente de una bien planeada actuación. Le convencieron de que había que detener el nacimiento de los herederos, y, debido a su propia soledad, sólo podría recurrir a los obeliscos y sellos para evitar tal acontecimiento. Así, con la ayuda de los sellos, los hechizos puestos hace ya tantos años en los espíritus de los hijos de Escanón, se romperían liberando a los poderosos cuatro guerreros como consecuencia.
Le habían tomado el pelo y ella, inocentemente, se había dejado conducir.
Pasó a un lado de la gárgola y sin dedicarle una mirada más, le dijo antes de salir:
-Ojalá entiendas que acabas de darle la espalda al mundo que te recibió cuando nadie más quería hacerlo.
Se fue del templo con la premura de alcanzar a los sellos. Había que pensar cómo afrontar las tormentas que sobre ellos se cernían.
No vio pues, a Pogrebin abrazarse de su báculo, posición que adaptaría por días, antes de que el remordimiento y la culpa, comenzaran a acabar con su alegría recién adquirida.
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Focus Lumen 2: Los herederos de Escanón.
Teen FictionDavid ha tenido sueños muy extraños, tanto, que su mente ya no sabe distinguirlos de la realidad. En otro mundo, muy lejano, una guerra entre dos dimensiones pone en peligro la existencia que con tanto trabajo, los humanos han logrado establecer. El...