Capítulo VII: Otra clase de entrenamiento

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Capítulo VII

Otra clase de entrenamiento

David se despertó sofocando un grito que tuvo origen en su sueño. Otra vez el hospital, la soledad y la desesperación se fueron desvaneciendo conforme los últimos rastros de esa pesadilla se diluían entre las imágenes del mundo real.

Observó el techo rocoso de la cueva, largo y tendido. Escuchaba a su izquierda la tranquila y rítmica respiración de Kira, con quien compartía habitación.

Salió de entre las gruesas sabanas verdes que cubrían su cama individual y con mucho sigilo abandonó el cuarto.

Nadie había despertado aún, como lo había supuesto. El pasillo estaba solo y algunos ronquidos amortiguados por las puertas se alcanzaban a oír y entremezclar entre sí.

Llegó hasta la sala y se dejó caer en el sillón más cercano; aún vestía la pijama y pensó que quizá ahí podría conciliar el sueño. Su mente, sin embargo, comenzó a divagar como solía hacerlo después del sueño del hospital.

Hace mucho que no pensaba en eso, en su pasado, o más bien en la falta del mismo. La búsqueda de su origen había quedado inevitablemente trunca desde que conoció a la tal Ava (aún su sangre hervía al pensar en ella). Las cosas habían tomado un ritmo tan vertiginoso que el tiempo para detenerse y reflexionar sobre su vida pasada, había sido virtualmente inexistente.

Incluso ese sueño había dejado de ser tan constante.

Pero las preguntas que solían agobiarlo reaparecieron como fantasmas en la oscuridad. ¿Por qué no lograba recordar nada? ¿Acaso fue su familia la que lo dejó ahí? ¿Dónde estaba el resto de las personas del hospital? ¿Quién era ese hombre que lo esperaba afuera, bajo la nieve y la luz de un faro?

Esas preguntas no hacían más que agobiarlo con su falta de respuesta. Fue un poco más adelante en sus memorias.

Entre imágenes borrosas caminaba a través de la fría noche (frío que no logró sentir en aquellos momentos), se sintió mareado según creía, y cayó entre montones de nieve acumulada y bolsas de basura. Alguien lo había encontrado, lo llevó a su casa y lo puso en medio de una cama caliente. Era un viejo con amable sonrisa y una visión en decadencia.

Le ofreció alimentos y le preguntó quién era y dónde vivía; David, por supuesto, no lo sabía. Le dijo que podía quedarse ahí hasta sentirse mejor y le regaló un par de prendas que, según contó, pertenecieron a su hijo fallecido hacía un par de años. No quiso aceptarlas al principio, pero el viejo insistió.

Pasaron días en los que David casi no hablaba; estaba sumamente confundido. El viejo, una persona pequeña, encorvada, de casa humilde y arrugas causadas por años de sonreír, le hablaba sobre sus días de joven, sus experiencias en el colapso (había sido voluntario) y el día en que su hijo había muerto.

- Mi hijo –contaba- era un alma generosa; pura como jamás conocí nunca. Él me enseñó más de lo que yo torpemente pude mostrarle. Ideas revolucionarias, valerosas, mismas que al final me costaron su compañía.

El hijo había apoyado varios movimientos de liberación social, fue en una marcha que cayó abatido por un disparo de Lumen perdido.

- El día más triste de mi vida –siempre finalizaba el anciano.

David se fue una semana más tarde, agradeció infinitamente la bondad del hombre y le prometió que volvería en cuanto descubriera algo.

Unos meses después regresó, la casa pertenecía ya a una nueva familia. El viejo había muerto semanas antes.

Focus Lumen 2: Los herederos de Escanón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora