Capítulo XVIII: Visiones y pesadillas

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Capítulo XVIII

Visiones y pesadillas

La figura de su hermano, colgado e inanimado, le impidió a Rafael percatarse al principio de la presencia de una tercera persona. A decir verdad, el elegante hombre de complexión delgada, brillante calva, barba puntiaguda y ropa brillante y ostentosa (bata roja con bordados de oro que llegaba hasta la rodilla y unos pantalones ligeros del mismo tono), parecía estar respetando aquel fraternal momento y no hizo esfuerzo por hacerse notar, hasta que el mismo Rafael lo ubicó con la mirada.

El individuo daba la espalda al obelisco, y se paraba de frente a un lienzo en blanco, con pincel en mano y una paleta de colores fresca. Contemplaba la tela blanca con reverencia y un extraño entusiasmo, como si le estuviese pidiendo permiso para trazar sobre ella. Movía la cabeza hacia los lados cual si tratara de encontrar la mejor perspectiva y después de un par de intentos por comenzar, puso a un lado el pincel y se volvió para encarar a Rafael.

Su piel era ceniza, de ese tono que evidencia una grave falta de sol. Sus ojos estaban tan hundidos, que las sombras creadas por este efecto engañaban a la vista de tanto en tanto, haciéndoles parecer cuencas vacías. Cuando por fin se lograba detectar la mirada del pintoresco hombre, no se encontraba una pista de vida en ellos; eran blancos, tanto que parecían carecer de movimiento; una simple repetición del lienzo que hace unos segundos examinaba tan de cerca.

Su cabello, escaso y rojizo, se extendía en una suerte de cuenca, alrededor del cráneo. La nariz comenzaba justo donde la frente terminaba y caía en una esbeltísima línea hasta el lugar que ocupaban los rosados y finos labios.

Al avanzar, sacudía su delgado cuerpo cual si estuviese hecho de pasta hervida, pero lo hacía con tanta gracia, que resultaba en una especie de gracioso baile.

A unos pasos de Rafael, el hombre realizó una muy pronunciada reverencia, y el obelisco temió por un momento que éste no se pudiese incorporar de nuevo, pero el sujeto lo hizo con la misma elegancia que había acompañado a sus movimientos hasta entonces.

-Es un honor conoceros por fin –saludó con sorprendente gruesa voz-. Esperaba vuestra presencia desde hace tiempo.

-¿Es eso cierto? –preguntó a forma de respuesta Rafael-, bueno, entonces sabe a qué he venido, supongo, así como lo que puedo hacer, si se convierte en un obstáculo.

-Vuestras intenciones son claras y vuestras capacidades más que evidentes. Ambas razones me obligan a presentaros mi respeto.

Por el otro lado, Rafael no estaba seguro de las intenciones de su nuevo anfitrión y, debido a que no había Lumen alrededor del mismo, era imposible adivinar si éste representaba o no, una amenaza real. Era como estar, por muchos aspectos, frente a un cadáver con movimiento.

-Por fin alguien digno ha logrado darle paz a las atormentadas almas de mis sirvientes –exclamó el hombre (imposible era, determinar su edad) con una expresión que realmente parecía estar llena de satisfacción-; y es que resultaba tan necesario.

-No habría sido necesario, si no las hubiese esclavizado en primer lugar –respondió el obelisco sin perder el temple.

-¡Ah! Pero las cosas nunca son así de sencillas ¿cierto? El destino nos marca un camino que hemos de seguir con resignación y poco agrado –se lamentó, al tiempo que agitaba sus rojizos rulos-. El universo crea y dispone. Incluso un ser tan poderoso como vuestra portentosa magnificencia –de nuevo, su respeto parecía honesto-, no es sino un hilo previamente atado por el destino, por donde la gota de rocío seguirá hasta el final del camino.

-El destino no llevó a pelear hasta la muerte a sus llamados “sirvientes”, y no me trajo aquí para liberarlos. Yo vine por una razón, y ellos estaban en el camino. Tus educadas palabras no disfrazan tu verdadera naturaleza.

Focus Lumen 2: Los herederos de Escanón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora