Capítulo XXII: Tratos y lo que alguna vez fue vida

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Capítulo XXII

Tratos y lo que alguna vez fue vida

Uriel no tardó en darse cuenta. Algo estaba mal, no era igual. Conocía el camino de memoria, y aunque la luz que siempre había bañado los corredores monumentales de su antiguo hogar había desaparecido, no había forma en que él no recordase cada rincón, cada pilar, cada milímetro del templo que por miles de años le había dado refugio.

Sí, el blanco de las paredes (imposible de apreciar por la penetrante oscuridad a la que el obelisco no lograba acostumbrarse), los grabados en el piso, los frescos en el techo y las molduras en las columnas seguían ahí, pero nada era lo mismo. Incluso el eco de sus pasos sonaba diferente. No lograría definir aquella sensación si alguien se lo pidiera, pero ahí estaba: sin duda, algo estaba mal.

Se detuvo al notar que no podía recordar cuánto tiempo había pasado recorriendo ese pasillo. Era su último obstáculo antes de enfrentar la entrada a los aposentos de su padre. Al final del largo y ceremonioso corredor, estaba el grabado que Rafael y Gabriel habían sellado poco tiempo atrás. Ése era su objetivo.

Le había sorprendido no encontrar a nadie ni nada que le dificultara el paso. No lograba imaginar a Adam siendo tan descuidado; no tenía sentido.

Pero, volviendo a aquel pasillo. Recordaba haber dejado atrás el espacioso recibidor, haber subido las elegantes escaleras de mármol y pasar frente a las imponentes puertas que resguardaban las habitaciones que alguna vez pertenecieron a él y a sus tres hermanos; pero, por alguna razón que escapaba de su tenaz entendimiento, el momento en que había alcanzado el corredor por el que ahora deambulaba, permanecía eclipsado en su mente.

Volvió sobre sus pasos. Quizá así, por fuerza de Déja-vu, el recuerdo que tan ridículamente había escapado de su mente, escarbaría y saldría de entre una montaña de estupidez.

Iba a la mitad del camino cuando olvidó por completo sus intenciones y preocupaciones. Siguió avanzando en busca del cuarto de Andemián como si nada la hubiera retrasado.

Así, otra hora pasó en aquel lugar sin tiempo y nuevamente se preguntó sobre el inicio de su (pues así lo dictaba la lógica) corto viaje.

Uriel no tenía forma de entender el hechizo del que era presa; pues por sí mismo, el hechizo escondía su finalidad. En la mente del obelisco navegaba la idea de encontrar la puerta grabada hasta que éste se estrellaba de lleno con la incertidumbre de sus imaginarios e inciertos pasos; ¿por qué no lograba recordar el inicio de aquel pasillo?

Si él hubiese podido verse a sí mismo, a su verdadero ‘yo’, encontraría su cuerpo parado, justo al inicio del pasillo, con la mirada perdida y los hombros bajos, a la espera de ser liberado de aquella maldición mental.

Pero esto ocurriría, hasta que el responsable de tal hechizo llegase a hacerle compañía.

Ya no faltaba mucho.

Nichols cruzó la puerta corrediza y observó sin expresión en el rostro que delatase lo que pensaba, las noticias que mantenían despierta a la ciudad entera. Las imágenes estaban ahí: monstruos, explosiones, muertes, todo lo que se necesitaba para hacer de aquello un escándalo.

Pero, si tal catálogo de atrocidades no resultase suficiente para levantar el clamor de los habitantes de Oppidum Lux, el cráter en lugar de lo que alguna vez fue la zona 16 de la metrópoli, resultaba en una trágica ‘cereza del pastel’.

Focus Lumen 2: Los herederos de Escanón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora