CAPITULO 38

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Roberta notó el color en sus mejillas. Pocas veces había visto a Diego sonrojarse, igual que avergonzado. Roberta se rebotó y frunció el ceño.
Roberta: ¿Te incomoda el tema? (Alterándose)
Diego: No, claro que no (serio, agarrando los helados y alejándose de la heladería junto con Roberta)
Roberta: ¿Entonces? ¿Y esa cara? (Enfadada) ¡Puedes mirar aquí! (Levantándose la camisa) ¡No hace falta que mires de reojo! 
Diego: ¡Roberta! (Bajándole la camisa apresurado) calmate ¿si? (Ofreciéndole un helado)
Roberta: (Sujetando el helado con fuerza, hechando a perder un poco de crema de chocolate) ¡¿Te incomoda mi estado?! (Gritándole)
Diego: ¡Para nada! Tú sabes que eso no es así...
Roberta: ¡¿En serio?! ¡Yo no lo se! ¡Tú me dejaste por esto!
La conversación, definitivamente, se les había ido de las manos. Aquel comentario les afectó a los dos y Roberta se dejó caer en un banco cercano, con uno de sus codos en su rodilla y sujetándose la cabeza mientras el otro brazo se encargaba de hacer girar el cucurucho. Se hizo el silencio. Diego se agachó en cuclillas, apoyándose en las piernas de ella.
Diego: ¿Empezamos de nuevo? (Sonriéndole)
Roberta le devolvió la sonrisa y asintió
Diego: (carraspeando) Roberta, ¿Esta bueno tu helado?
Roberta: (rió) Si (levantándose y ayudándole a él a ponerse en pie) esta muy bueno, la proxima vez te invitaré yo
Diego: Hecho (Ofreciéndole la mano para cerrar aquel trato)
Roberta aceptó aquel apretón de manos y él lo aprovechó para estirarla contra él y abrazarla. Ella no se resistió, simplemente quedó sorprendida.
Diego: Mejor un abrazo que un apretón de manos (cerrando los ojos y apoyando la mejilla en su cabello)
Ella le respondió con una casi silenciosa risita agradable, para dejarle clara su aprovación.

Pasaron casi un minuto abrazados, sin darse cuenta cada uno había viajado a su mundo, por pura comodidad. Abrieron los ojos a la vez, sin saber como, y, poco a poco, se separaron, quedándose mirando unos segundos más. Nada de incomodidad.
Diego: Bueno... Entonces, ¿te animas a ver el pueblo?
Roberta sonrió y se sujetó a su brazo para caminar a su lado. Sería un bonito día, y no se equivocaron. Fueron al centro comercial y a todos los lugares importantes que sabían que había. Terminaron su ruta en el centro del pueblo, en una bonita plaza donde la gente descansaba, daba de comer a las palomas o donde los niños podían correr libremente y sin peligros.
Roberta: ¡Se acabó! (Cansada, tomó asiento en un banco) ¡No puedo mas! (Terminando el último bocado de su helado)
Diego se sentó a su lado y vió como aquella mordida le había dejado restos de chocolate en la comisura de sus labios.
Diego: Tienes chocolate en... (Señalando sus propios labios)
Roberta: ¿Donde? (Averhonzada, limpiándose)
Diego: No, en el otro lado... Déjame a mi...
Él sujetó su barbilla con la mano. Roberta se le quedó mirando directamente a los ojos. Diego sonrió ante su inocente expresión en el rostro, todavía no había visto nada tan tierno como ella. Un impulso se apoderó de él y dejó de sujetarle la barbilla para acariciarle la mejilla mientras se aproximaba a ella. Roberta levantó sus cejas en modo de asombro, el día terminaría interesante.

Diego amoldó sus labios con los de ella. ¡Hacia tanto tiempo! Pero a pesar de eso, no le parecía extraño besarla, lo había hecho demasiadas veces en un solo día hace menos de una semana. Era algo que echaba de menos, demasiado. Roberta, para sorpresa de él, no se negó, aceptó aquel beso, y Diego estaba seguro que con las mismas ganas que él. Ese contacto hizo que Roberta llegara al más puro estado de relajación, se olvidaba de todo, hasta que la separación llegó. Se miraron a los ojos sin saber que decir. La cabeza de ella empezó a funcionar de nuevo.
Roberta: ¿Por que me besaste? (En un hilo de voz, sin mirarle y pasandose la mano por la boca)
Diego: No quería molestarte ni nada... Yo...
Roberta: ¿Sabes que Diego? Yo ya no estoy sola, si alguien me elije, no me escoje solo a mi (envolviendo su vientre)
Diego: (Tardando en contestar) tienes razón...
Roberta: Ten en cuenta a mi bebé por favor... No nos hagas daño ¿si? (Levantándose, quedando de espaldas a él para ocultar sus lágrimas)
Diego: Si... (Levantándose)
Y el silencio les acompañó en todo aquel camino hacia las vías del tren, donde el autobús les recogería y les devolvería al campamento.
Aquel día finalizó así, de manera neutra, dejando mil temas abiertos, sin respuesta, y con dos cabezas confundidas y dos corazones enamorados.

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