Capítulo 1

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—Buenos días. ¿Brenda Wadlow? Soy Camila Jones.

—Sí. —Asintió con la cabeza la mujer regordeta y de voz varonil—. ¡Mucho gusto Camila! Te estábamos esperando, pasa a tu casa. Ya está todo listo para que entres en posesión legal de tu nuevo hogar. Pasa. Pasa. Adelante hija.

Cautelosa, la joven de cabello lacio, entró a la casa cerrando la puerta detrás. Había fijado su completa atención en la plática dejando de lado el distorsionado rostro de la anciana.

Camila Jones se ha visto involucrada en situaciones peculiares desde niña. Sus amigos del orfanato solían escuchar de su boca lo que para ellos eran historias fantásticas de personas con rostros nebulosos que se iban desfigurando conforme los mirabas. Conversaciones acerca de seres estáticos con cuerpos parpadeantes como protagonistas; o esencias extrañas con ojos rojos y largas uñas que caminaban tranquilos entre nosotros; o bien, simples animales fluorescentes de formas fantasmagóricas que se divertían jugando alrededor de nosotros.

—¿Por qué compraste una casa tan alejada de la civilización, hija? La propiedad no es económica de cualquier forma. —Sonreía alegre la mujer de platinada cabellera mientras se encaminaba a la puerta de la casa.

—Por el Wifi. —Respondió sin pensar—. No me gusta la gente. —Agregó avergonzada al ver la carente expresión de la señora.

—Que lindo perro. —La voz de la mujer denotaba falta de entusiasmo.

El gran perro gris, que se encontraba aún dentro del carro de Camila, había comenzado a ladrar frenéticamente al verlos salir de la casa.

—Sí, me gustan mucho los perros y los gatos.

—Soy alérgica a los animales. A todos los animales. —Dijo con seriedad mientras miraba con fastidio el coche—. Un gusto conocerte, hija. Espero disfrutes de tu nuevo hogar. Si necesitas algo, puedes encontrarme en el pueblo.

La anciana se dirigió inquieta hacia donde se encontraba el abogado que la había acompañado, al ver que los ladridos del enorme animal no cesaban.

Ambos seres extraños, que asemejaban humanos, caminaron hacia el coche azul de modelo antiguo que tenían estacionado a unos cuantos metros de la puerta de entrada. Camila los siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista entre los arbustos y la calle que bajaba al pueblo.

La casa está situada en la cima de un acantilado donde lo único que hay, además de la casa de dos plantas, es un gran árbol que suele ser frondoso la mayor parte del año. Cuando luce todo su esplendor, le da sombra a un pequeño y desgastado invernadero de ventanas rotas, lugar que denota que en algún momento del tiempo fue un hermoso espacio con coloridos vitrales.

El aire frío del sur de Inglaterra, golpeaba las piezas de madera de la pared de la construcción y el sonido del viento se colaba entre los tablones.

"El mar del Canal de la Mancha, golpea incesante las rocas en la parte baja del acantilado, resonando fuerte hasta llegar a la casa con su hermosa melodía", fue la descripción que más le llamó la atención cuando se había sumergido en la búsqueda de un lugar cómodo para fincar su vida.

Camila abrió la puerta del coche dejando libres a su perro junto a la pequeña y esbelta gata negra, quienes comenzaron a estirarse una vez que tocaron el suelo.

—Rapido niños, entren a la casa que se van a enfriar. —Dijo alegre la delgada y pequeña mujer.

—No es que me guste este lugar, Camila, —dijo la gata de ojos amarillos de nombre Misha, mientras se lamía tranquila una de sus patas delanteras.

Guardianes de almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora