Capítulo 6

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Camila se encontraba parada en una pequeña aldea de casas pálidas adornadas con macetas de arbustos comestibles. 

El lugar no era vistoso pero sí se sentía confortable. Caminó por uno de los amplios pasillos con piso de piedra que dejaba colarse algo de pasto verde entre los tablones. Admiraba las casas construidas de adobe con techos redondos hechos de paja y ramas, elegantemente arreglados con arbustos florales sobre ellos.

La luna brillante, acompañaba el pausado andar de Camila. Las estrellas invadían el vasto del cielo dándole ese toque infinito que nos llena de gozo a todos. Los pocos paseantes que llegó a ver vestían uniformemente una túnica blanca, algunos con detalles adicionales y otros más sencillos. Había desde niños hasta ancianos, muy distintos entre sí, pero al igual que su vestimenta, la sonrisa en su rostro era coincidente.

Camila despertó con una sensación de dicha y tranquilidad. Echó un ojo a la ventana y vio que la noche seguía ahí. Al levantarse y ponerse su bata azulada, se encaminó directo al balcón y de nueva cuenta, se recargó en el barandal.

Como las últimas tres noches seguidas, los dos hombres vestidos de blanco aparecieron parados en el mismo lugar, mirándola fijamente. Pasó por su mente el recuerdo de la vestimenta blanca vista en el sueño del cual acababa de despertar. 

Salió de la casa y camino descalza por la helada pastura sintiendo cómo se le congelaban los pies. Una vez frente a ellos, los miró molesta pero intentaba, a base de mucho esfuerzo, sonar cortés:

—¿Qué hacen aquí? Están dentro de propiedad privada, ¿lo sabían? Tienen días espiando la casa, ¡pervertidos!

—¡Quéeeeee! —Cuestionó indignado el hombre de larga y brillante cabellera negra—. ¿Perver...? ¿Cómo nos has llamado? —No podía ocultar su indignación.

—Disculpa el malentendido. Tenemos órdenes de salvaguardar esta propiedad y a sus habitantes. —Se interpuso sonriente el muchacho que Camila había conocido recién en la sala de su casa.

—Debes venir con nosotros. —Ordenó malhumorado y autoritario el indignado muchacho de profundos ojos azules.

—¿Y si no quiero?

—No hay opción. —El molesto hombre había creado con su mano un gran círculo formado de aire que giraba velozmente sobre su eje.

—Hola. Soy Jerome y el del ceño fruncido se llama Bruno. ¿Cómo te llamas tu? —Preguntó cortésmente Jerome.

—Camila.

—Mucho gusto, Camila. No tuvimos el tiempo de presentarnos anteriormente, después del incidente dentro de tu casa... —Jerome sonrió tímidamente—, ...pero te pido que nos acompañes, por favor...

Observó a los dos hombres por unos segundos. Jerome portaba de nuevo en su espalda el arco y las flechas blancas. Bruno, por otro lado, sobresalían de sus hombros dos espadas cruzadas con empuñadura y saya en negro.

—¿A dónde vamos? Estoy en pijamas. —Aclaró.

—No te preocupes. El glamour no es algo que nos importe.

—¿Por qué debo acompañarlos?

—Es necesario. Confía en mí, te lo pido. Todo será revelado más tarde, te lo prometo. —respondió finalmente Jerome.

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