Capítulo 19

3 0 0
                                    


La luz vaporosa se filtraba brillante por la pequeña ventana del dormitorio, fastidiando los ojos de Camila cada vez que intentaba abrirlos. Al moverse, sintió un leve jalón tras una punzada en el brazo y que al alzarlo, vio como le colgaban unos cables conectados a el. Siguió los cables con la vista hasta dar con un monitor, colocado a un lado de ella, y que en su pantalla, mostraba unos números rojos que cambiaban constantemente. Distinguió una figura en la penumbra, frente a ella, sentada en una silla. Al enfocar bien su vista, descubrió que es figura, alta y delgada, era la de Bruno.

—Llevas dos días postrada en la cama. Levantate —ordenó con firmeza.

—¿Dónde estoy? —Camila se cubrió los ojos con el antebrazo cuando Bruno abrió de par en par las cortinas del cuarto dejando pasar la luz del sol.

—En la enfermería de la Isla, llevas días inconsciente. —Agregó seco.

Camila se mostro confusa por unos segundos y se deslizó hasta el borde de la cama para sentarse en la orilla. Las piernas le colgaban en el aire y comenzó a moverlas involuntariamente de adelante hacia atrás. Sostuvo su mirada fija en el suelo, absorta, intentando recordar lo que había sucedido días atrás.

—¿Cómo te sientes? —Bruno rompió el silencio de ese instante.

—Bien. ¿Qué sucedió, sabes? —La voz de Camila era pausada.

—Te desmayaste al cruzar el vórtice. —Bruno se cercó ella y Camila pudo notar una ligera sonrisa en su rostro.

Sostuvo la mirada en los penetrantes ojos de Bruno, que le recordaron el tenue color azul del mar de las Islas Cook, y tras un suspiro profundo, se levantó y se encaminó a la cómoda a un lado de su cama. Abrió cada una de las cajoneras con desesperación. Sacó de uno de los cajones, sus jeans azules y la camiseta de botones en color negro que había traído puesto días atrás. Se cambió de ropa frente a Bruno, quien disimulaba no prestar atención.

—¿A dónde vas? —La tomó del brazo para no dejarla avanzar.

—De regreso a mi casa. —Camila no lo miro.

—Tu casa ya no existe. —Indicó serio.

—¿Cómo? —Camila levantó la vista y volvió a perderse en las profundidades de la mirada de Bruno.

—No existe. Fue un daño colateral al usar una luz tan fuerte para aniquilar los cientos de Devoradores que los atacaban en ese momento.

Camila lo observó por unos segundos intentando entender sus palabras que rezumbaban en su mente. Se soltó y salió de la habitación.

—¿A dónde vas? —Preguntó de nueva cuenta a un paso detrás de ella.

—Quiero ver a Du y Misha, ¿sabes dónde están?

—Sígueme. —La tomó de la muñeca y la jaló hacia el lado opuesto de donde iba.


Atravesaron toda la Isla hasta detener su marcha frente a un edificio de dos pisos. Este lugar tenía en la parte frontal un gran portón carente de puertas, aunque las bisagras plateadas aún se encontraban pegadas al marco azul.

Bruno entró seguido de Camila, quien se quedó impresionada por el enorme patio central que tenía las instalaciones. Rodeando el patio, había ocho columnas de marmol talladas a mano, que enmarcaban las dos largas mesas dispuestas al centro y que estaban cubiertas con un mantel de algodón celeste y cómodas sillas alrededor.

El lugar estaba dividido en 25 pequeñas habitaciones con baño personal y distribuidas en los dos pisos. Con una gran cocina en la planta baja que alimentaba a todo el hotel.

—Este espacio fue acondicionado para hospedar a todas las personas que se encuentran dentro de la lista de desaparecidos hecha por Jared. Hay un espacio para ti, Camila. —Explicaba Bruno amablemente al abrirle la puerta de su nuevo cuarto para dejarla pasar.


Muy temprano en la mañana al salir de la habitación, Camila vio desayunando en una de las esquinas de la mesa, a Jerome, Olivia, Misha y Du. Como acto incontrolable de su parte, se abalanzó sobre ellos, para abrazarlos con todas sus fuerzas.

—¡Du, Musha! ¿Están bien?

—Es mejor preguntarte a ti, Camila. Tu fuiste quien se desmayó. Eres tan delicada... —Misha levantó una de las cejas y la miró de reojo.

—¿Cómo te sientes? —Preguntó Jerome.

—Bien. Muy bien.

—Me alegro. El Gran Jefe nos espera Camila. Debemos partir. —Dijo solemne.


Caminaron a paso lento hasta llegar al Edificio Sagrado donde ya esperaban los líderes de sección, Bruno y Christine, así como otras personas a las cuales Camila no había tenido la oportunidad de conocer previamente.

—Hay algo que debemos hablar contigo, Camila. —Dijo serio el Gran Jefe—. Bruno, después de tu incidente con el animal marítimo, decidió que lo más conveniente era cotejar tu ADN con el del Devorador que se encontraba dentro de la misma carpeta. Desde un principio, nos pareció curioso que este polvo estuviera dentro junto al tuyo y el de tu madre, y acabamos de descubrir la razón. Para sorpresa de todos, coinciden ambos ADN. En otras palabras, el Devorador dentro de la carpeta podría ser padre, Camila.

—¿Cómo? —Preguntó Camila al sentir que se le desvanecía el cuerpo.

—Así es. Eres hija de una Guardián y de un Devorador, Camila. —Aseveró el Gran Jefe.

—Es eso... ¿natural o normal para ustedes? —Temía preguntar.

—No hay registros de que haya sucedido algo así anteriormente en la historia de los Guardianes. Pero eso no significa que no pudiera pasar, no estamos exentos de que algo así suceda. Además, no hay reglas ni información que diga lo contrario. En otras palabras, todo es posible. —Indicó sonriente, uno de los doctores responsables de los estudios.

—Definitivamente. Soy un bicho raro entre los bichos raros. —Reiteró Camila para sí misma.

—No, Camila. No digas eso. Lo que eres no define quién eres. Eso lo defines tu. Hasta ahora, por lo que yo sé, tu comportamiento no tiene parecido al de un Devorador. Aunque tu padre fue uno, no significa que tu lo seas. Recuerda, si tu padre y tu madre llegaron a algo, es por que se amaron. Hubo bondad en el corazón de tu padre a fin de cuentas. —Dijo determinante el Gran Jefe.

—Es cierto lo que dice. Lo malo, es que no todos lo ven así. —Respondió Camila tristemente.

—No te preocupes. No habrá malos entendidos a partir de ahora en esta Isla, eres una de nosotros. Eso no me cabe la menor duda. —Juntó ambas manos y cerró los ojos—. Bruno, quiero que enseñes las técnicas para resguardar energía y te enfoques en la defensa personal.

—Sí, su señoría. —Se inclinó ante el.

Guardianes de almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora