Capítulo 3

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Había instalado un espacio dentro del recibidor como una de sus oficinas dentro de la casa. En realidad había acoplado tres secciones como oficina por su naturaleza nómada: en una de las recámaras del piso de arriba había colocado un amplio escritorio, los modems y tenía la impresora, además de libreros y muchos libros desparramados por todo el lugar; en su recámara y a un lado de la cama, había puesto una mesita desplegable para su laptop; y en el recibidor donde esta la ventana con la vista al frente de la casa, dispuso de una amplia mesa de trabajo, la de uso oficial.

Una noche, se encontraba frente a su monitor en la oficina principal. Dio el último trago al tinto de la copa y fue a la cocina para servirse un poco más.

De regreso a su lugar, alcanzó a ver de reojo a una persona parpadeante con vestido floreado sentada muy cómoda en uno de los sillones de la sala con la mirada perdida hacia la chimenea.

Tras un gran trago al vino en el trayecto, ignoró por completo la escena que contemplaron sus pupilas. Se sentó ante su computadora y prosiguió en el desarrollo del software de protección que una empresa japonesa le había asignado.

Entre códigos y algoritmos de programación, un par de videos de Tumblr que un amigo virtual le había enviado, unos memes que le llegaron por facebook y tras el gruñir de su estómago, se vio en la necesidad de ir por algo para comer.

Abrió el refrigerador y miró en su interior por unos segundos. Había tomado de él un queso gouda con intención de cortarlo en cuadritos y acompañarlo con aceitunas, pero al cerrar la puerta, descubrió a Misha y Du parados a un lado, contemplándola detenidamente.

Resignada y con el entendimiento del silencio, abrió la puerta de nuevo y sacó el material para preparar la cena.

Camila se sirvió un emparedado de pollo con queso y aceitunas que gratinó en el hornito.

—¿Por qué no tengo un emparedado como el tuyo, Camila? —reclamaba Du con la boca llena de huevo con croquetas.

—El hecho de que entienda lo que hablas no quita que eres un perro y comerás lo que es apropiado para ti. Además, eres muy delicado del estómago, y esto —levantó el emparedado—, es una combinación explosiva en tu estómago. No deseo limpiar una vez más tu cochinero, ¿entendido, Du?

—No me gustaría ver de nuevo tus entrañas salir descontroladas de tu ser. No es educado ni respetuoso mostrarle esas intimidades a los demás, Du —se dirigía Misha con toda propiedad.

Después de la cena, Camila regresó a trabajar a su lugar en el recibidor. Se percató, al echar un vistazo con el rabillo de su ojo, que la mujer parpadeante se encontraba parada frente a la chimenea y con ambas manos en la boca como ahogando un grito. Con los ojos bien abiertos, miraba hacia un rincón de la sala. 

Al girar por completo la cabeza, Camila vio claramente a un hombre alto de rubia cabellera emanar una luz blanca muy brillante desde la palma de su mano, direccionada hacia la anciana.

—¡Noooooo! —Camila reaccionó sin pensar y tras un fuertísimo empujón, lanzó al delgado chico contra la pared.

Se acercó a la anciana, quien sollozaba descontrolada y la tomó del brazo para acomodarla en uno de los sillones frente a la chimenea.

Tras un profundo suspiro, cayó en la cuenta de lo que acababa de hacer. Después de tantos años ignorando este tipo de situaciones, por primera vez, se veía involucrada.

Tanto Du como Misha se encontraban parados a un lado de la barra de la cocina observando la escena que Camila había dejado detrás.

—Es un Guardián, Camila. —Observó Misha desinteresada el cuerpo yacente mientras lamía su pata para pasarla por su oreja—. Sus ropas blancas, su arco y flecha y el aura alrededor, lo delatan.

—¿Un Guardián? ¿Él es un Guardián? Supongo que eso es bueno, ¿no creen? Al menos no me perseguirá. —Aseveró nerviosa—. Du, ayudame a recostarlo en el otro sillón.

Du se encontraba en ese momento lamiéndole el rostro al muchacho que tendido inconsciente en el suelo, tras el fuerte golpe en la cabeza.

—¿Se morirá? —preguntaba curioso Du.

—Claro que no. —Camila lo miró con extrañeza.

Una vez sentado el joven en el sillón y tras revisar que estuviera bien, le quitó de su espalda el arco y la bolsa llena de flechas y las colocó en el piso junto a la pata del sillón. 

Se dirigió a la anciana y se arrodilló a un lado de ella.

—Un Guardián es un ser que ayuda a pasar al siguiente nivel después de la muerte. No es malo, al contrario, es algo muy bueno. Podrá renacer... —Explicó en un gran esfuerzo por parecer agradable—. Una vez que se despierte, él le ayudará.

—¡Quéeee? ¿Eso quiere decir que estoy muerta? ¡Estoy muerta! —gritó alarmada la anciana.

—Heeee... Bueno, sí. Irremediablemente, sí. Pero va a estar bien señora, ya lo verá. Solo siga las instrucciones que el Guardián le diga y todo estará bien.

Ambos pómulos del rostro de Camila habían adquirido un rojo intenso y sentía como su cuerpo ardía de la vergüenza.

—¿Pero... y mi familia? Ellos deben estar tristes y preocupados por mi. —Gimió la anciana.

—No se preocupe, ellos deben saberlo ya. Murió hace un año, así que es seguro que ya tengan conocimiento de ello. Hayan hecho el velorio...

¡Haaaaaaa! —Interrumpió la señora en un llanto desesperado.

—Eres pésima para ayudar a los demás, ¿lo sabías? —Una voz varonil irrumpió el llanto de la anciana mujer.

El hombre se había levantado y caminaba hacia la abuela a paso lento, mientras se sobaba la parte trasera de la cabeza pero sin borrar la sonrisa burlona en su rostro.

—Señora Agnes, no se preocupe. Si me acompaña prometo hacer una parada en la casa de sus familiares para que se quede más tranquila.

—¿Podré ver a mis hijos y a mis nietos? —Decía con un halo de esperanza.

—Sí. Los verá a todos, se lo aseguro. Pero después debe hacer lo que yo le pida, ¿lo promete, señora? —El muchacho vivaracho portaba una sonrisa encantadora.

Había tomado una de las manos de la anciana quien le devolvió una amplia sonrisa al momento de asentir con la cabeza. La señora se levantó y se despidió de todos amablemente. Se miraba apacible y feliz a diferencia de unos minutos atrás.

El hombre de blanco obervó fijamente a Camila quien no podía descifrar el significado de esa mirada grisácea. "Me mira con extrañeza", pensó resignada.

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