Capítulo 14

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Camila se acomodó el blusón negro de la pijama frente al espejo. Se miró por un largo tiempo la ropa puesta y el cabello, hasta detenerse en su rostro. Descubrió un pequeño punto rojo en su mejilla izquierda, muy cerca de la nariz que logró molestarla de inmediato. "Mis cremas de la cara se quedaron en la casa", pensó mientras intentaba exprimir sin éxito el grano invasor.

Con desgana, se recostó sobre la cama dejando que su mente tomara el control de sus pensamientos: recordó lo suave de los labios de Bruno y el calor que le provocaba aquel beso que le robó. "Debí robarle uno más largo.... —Se dijo— ...o varios más...". Sonrió perversa.

Le pareció oír un leve golpetear perdido en el cuarto. Aguantó la respiración como si eso le ayudara a escuchar mejor pero nada. 

Al momento de iniciar su respiración, como cosa adrede, volvió a escucharse ese sonido que identificó como detrás de la puerta.

—¿Estas despierta? —Susurraron.

Se puso su bata afelpada encima de la pijama y abrió la puerta.

—Bruno —dijo sorprendida— adelante pasa.

Bruno se sentó  junto a ella en el colchón y la observó por un momento. 

—¿Cuándo regresaste, Bruno?

—Hoy en la tarde. 

Deslizó sus dedos por la mejilla delicadamente y conforme alcanzaba la nuca, fue acercando los labios hasta los de ella. Camila sentía el nerviosísmo atorado en el estómago que la obligó a cerrar los ojos antes del inminente impacto. 

—Te dejé sola por mucho tiempo, lo siento. —Le dijo al separarse a un roce de distancia.

—Ya estas aquí. —Sonrió.

—No he podido concentrarme, ¿sabes? —Se acercó a ella de nuevo para besarla.


Camila sentía como su piel se le erizaba cuando despertó. Al abrir los ojos, dirigió su mirada a Bruno, quien acariciaba atento y a manera de mantra, el estómago de ella.

—Pervertido.  —Decía burlona.

—No, yo no.. digo sí, sí, pero... —Respondió nervioso y confundido.

—Pervertido. —Camila se acercó para besarlo.

—No soy un pervertido. Solo observaba la forma extraña del lunar que tienes cerca del ombligo. —Dijo sonriente.

—¡Oh, ya! Es una marca de nacimiento. —Respondió sin más.

Explicó que según el orfanato donde vivió toda su infancia, lo descubrieron después de revisar su estado de salud, al encontrarla en la puerta de entrada del lugar. El doctor encargado del orfanato, le había asegurado haber nacido con ese lunar, al menos, así había quedado registrado. Era una figura muy particular, alargada y rosada, que formaba lo que parecía ser el número 21 y que rodeaba parte del ombligo.

—Me iré por unos días más. —Le dijo después de una sesión de besos.

—¿A dónde?

—El Gran Jefe me pidió regresar a la Primera Dimensión junto con Jerome y no sé cuanto tiempo vaya a tomar la investigación ésta vez. Christine, líder de Alabarderos, será quien se encargue de tu entrenamiento mientras este ausente. Sé buena con ella. ¿Podrás con ello?

Camila sonrió.


Al cabo de unos días de intensa preparación junto a Christine, Camila había localizado en su cuerpo músculos adoloridos que no sabía que existían. Su nueva maestra, además de ser atemorizante, estaba obsesionada con la sana alimentación y la perfecta rutina.

Durante ese tiempo, Camila no pudo probar alimento que no estuviese dentro de su dieta permitida. Para el tercer día, ya había llegado al hartazgo de la insípida carne, la verdura al vapor y el agua mineral. Lo que más extrañaba era el olor a café recién hecho y su primer trago; así como sus emparedados de huevo con jamón, que solo pasaban frente a sus ojos en la mesa, sin detenerse en su boca.

En una ocasión, su atrevimiento casi la lleva al borde del colapso. Una noche a escondidas, había guardado en su recámara, una taza de café y medio lonche de jamón con queso que alguien había abandonado en la mesa del comedor común y los cuales comió frío al día siguiente. Sentir lo amargo del café en su paladar aunque estuviera frío y viejo, la regresó a la vida.

De muy mala manera, descubrió que Christy, como le llaman en la Isla, poseía un olfato de campeones. Y aún y a pesar de que Camila se lavó a conciencia la boca e hizo gárgaras con el enjuague bucal de menta, la descubrió y la obligó a hacer el doble de trabajo ese día, por el extra de calorías que había ingerido.

Una estrellada noche, Camila caminaba por el malecón después de un día de entrenamiento, cuando  se percató que habían pasado ya dos semanas desde que Bruno había partido a la Primera Dimensión y la había dejado en manos de esa salvaje mujer. 

Se detuvo en el espacio de siempre recargándo su estómago en la bardita de piedra. Respiró profundo en varias ocasiones, cerrando los ojos y levantando los brazos para inhalar y bajándolos, para exhalar. Se detuvo unos momentos para escuchando el resonar de las olas. 

Percibió un burbujeo que acompañaba apacible el golpear de las olas. Camila sonrió, pensando que sería de algún animalito del mar. Aún con los ojos cerrados, alzó ambos brazos a la altura de sus hombros y sequedó así por un largo tiempo. Sentí en sus manos el viento frío que acarreaba la brisa del mar.

En una de sus muñecas sintió un gelatinoso jalón. En una décima de segundo, sin siquiera el tiempo de abrir los ojos, se había sumergido por completo en el agua y sentir como algo la jalaba hasta el fondo.

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