Karma.
Esa es la única palabra que puede describir lo que pasa en este momento.
Dolor.
Lo que siento después de las últimas tres palabras que me dice mi novio.
Rencor.
Lo más estúpido que se puede pasar por mi corazón en este momento, pero que es inevitable.
El ser humano tiene una capacidad —o defecto— que hace que los actos malos que se hacen, solo sean un pecado cuando nos lo hacen a nosotros; no se aceptan excusas y sentimos todo el peso de la traición encima. Pero cuando nosotros cometemos —o vamos a cometer— un error, siempre buscamos la manera de justificarlo y en nuestra mente esa excusa es cien por ciento válida para que no se nos acuse de pecadores.
Esas palabras caen como un balde de agua fría en un día soleado; me golpean y hieren de sobremanera.
La parte de mi cerebro encargada de captar las ideas después de que las dicen, me exclama «Tú lo sabías, eso iba a pasar»; la parte que se encarga de la culpa, me dice «Tú empezaste, no sé de qué te quejas»; la parte desinhibida dice «Mándalo a la porra, tenemos al vecino»; pero el estúpido y siempre metiche corazón susurra «aun lo amas, no puedes solo mandarlo al carajo».
Todos mis pensamientos y debates de las diferentes partes de mi cuerpo, suceden en aproximadamente minuto y medio (una parte incluso cuenta los segundos) en los que no digo nada. Del otro lado de la línea tampoco se oye nada; está aguardando mi respuesta y sinceramente no sé que responder a eso.
Nunca pensé que Max me haría eso; es tan duro escucharlo de su boca y además por teléfono y no puedo evitar pensar que él se sentiría más o menos así si la situación fuera al revés.
Después de la tortuosa pausa en la que mi cara perdió todo color y mi cuerpo solo se dejó caer en la cama sin fuerzas, Max habla:—¿Em? —su voz es afligida, percibo un pequeño nudo en la garganta; aunque tal vez sólo son imaginaciones mías— Di algo, cariño. Lo que sea.
—¿Qué quieres que te diga? —hasta este momento no había notado que tengo los ojos aguados; una lágrima resbala desde mis ojos y tomo aire para continuar— ¿Quieres que te pregunte cómo estuvo?
—¡No! —suspira fuertemente— Cariño, puedo explicarlo.
—No debes.
—Sí debo, fué solo una vez y... —se oye apurado, como si temiera que le cuelgue— salimos a conocer la ciudad y fuimos a un parque y le estaba diciendo que te extraño mucho y de repente me besó y... —mis dientes se apretan más con cada palabra que pronuncia y mi corazón sufre una punzada de dolor cada vez más fuerte— ella lo inició, pero yo... no lo detuve Em —hace una pausa tomando aire—. No sabes cómo lo siento, llevo tres noches sin poder dormir pensando en eso y tenía que contarte; lo lamento Em, muchísimo.
Para este momento, mi rabia se ha convertido sólo en dolor, en tristeza; ni siquiera quiero pelear ni replicar, solo me invaden las ganas de llorar.
—Debo irme.
—¡Emily! —grita— No me cuelgues, hablemos... Porfavor, te necesito, te amo, fué un error pero yo...
Cuelgo.
Me siento en el borde de la cama sólo mirando el piso, dejando que las lágrimas caigan liberando todas las emociones que me inundan en este momento.
El celular vuelve a sonar una, dos, tres, cuarto veces; lo tomo, lo apago y lo lanzo al costado de mi cama; se oye un ruido seco al caer y tocar el suelo.
Pierdo el sentido del tiempo, sólo estoy aquí pensando, tratando de encontrar el momento en el que mi vida empezó a complicarse tanto y maldecirlo en silencio. Unas semanas atrás todo estaba bien y ahora creo que estoy sufriendo el despecho del primer amor y toda esa basura que se supone que se vive en la adolescencia. No es tan grave como para hacer de esto algo tan dramático; pero si le sumamos a las acciones de Max mi casi beso con Denny de hace unos días y el hecho de que acepté salir con él, el resultado es confuso y desesperanzador.
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Destino del corazón © •|TERMINADA|•
RomanceLa vida de Emily Blancquarts parece estar muy bien planeada, tiene un amor perfecto con su novio de hace cinco años Max y pronto empezará su carrera como fotógrafa. Tiene una madre, una mejor amiga y un hermano que la aman, pero su vida dará un giro...