27. "Sin compañía"

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Desperté y me conmoví al sentir un brazo cubriendo mi cintura. Volteé, vi la cara de Oliver y suspiré aliviada. Aún no me acostumbraba a su presencia en la casa cada mañana. El largo tiempo en soledad me ha marcado mucho, pero de buena manera. Te vuelve auto suficiente y por eso el hecho de que una persona salga o entre de tu vida no te afecta. Aunque valoras demasiado las que entran y se quedan, porque conocen todas tus facetas y sabes que ningún mal les harías o viceversa.

-Buenos días princesa.

-Buenas tardes dirás. Es medio día. -lo miré y estaba con ojos chinos por las lágrimas que había regado la noche anterior. -Hice pancakes porque sabía que preferirías un desayuno.

-¡Qué rico! Gracias. -se sentó en la mesa. -¿Y la risa, por qué?

-Mírate en el espejo. -fue al baño y regresó. -Ya te pongo hielo.

-Es lo que tú me causaste. -me paré, puse cubos de hielo en una blusa y se los pasaba por el contorno de los ojos. -Se siente fresco. -enrolló sus brazos en mi cintura.

-Listo. -saqué los restos del hielo.

Oliver seguía con los ojos cerrados y no me soltaba. Decía que le ponga más hielo pero ya no había.

-¡¡Suéltame!! -me quejaba y reía a la vez. -Me vas a hacer enojar. Y ni siquiera como, así que me pongo peor.

-Te suelto pero si me das el beso de buenos días. -sonrió como perrito satisfecho con su comida.

-No, después de comer. -estaba a punto de soltarme pero me cogió de nuevo y apretó más fuerte.

Le suplicaba y se hacía el sordo hasta que me enfurecí, golpeé su brazo y conseguí escapar. Le hice una expresión malévola y al instante comenzó a corretearme por toda la sala. Entre risas recorrimos cada centímetro de la casa. Desordenó algunos cuadernos, botó unas blusas, regó el jugo del desayuno y con la quiebra de un vaso nos decidimos a detener.

-Me lo pagas ¿eh? -dije rejuntando los vidrios. -Estoy cansada, ya en serio quiero co...-agarró mi mandíbula con una mano y al segundo me dio un beso en los labios.

-Ahora sí, vamos a desayunar.

Por suerte el vaso no era de esos para colocar café porque o sino ahí si no le hablaba en días. Mis tazas de café o té son una de mis maravillas. De hecho, los utensilios de cocina en general lo son.

-¿Vas hoy al gimnasio? -preguntó Oliver con su boca llena.

-Sí, pero sola. Lili tiene que ayudarle a su hermana en unos asuntos y no le alcanza el tiempo. -respondí al darle un sorbo a mi café.

-Te acompañaría pero hoy me reuniré con Diego para hacer tareas. -tocó mi mano para que lo viera. -Estarás pendiente a mis llamadas. Regreso en tres horas.

-Apenas es a dos cuadras, no me va a pasar nada. Y no es la primera vez, casi siempre voy sin compañía.

Terminamos de desayunar y Oliver salió a casa de su amigo. Lavé los platos y fui a cambiarme. Uno de mis propósitos es llenar mi clóset de ropa deportiva, pienso que eso motiva más a uno a hacer ejercicio. En dos meses tal vez lo haga porque ahorro el monto suficiente para comprar un par de prendas.

Después de ponerme unos leggins negros, blusa púrpura y zapatos deportivos negros, salí a entrenar con un bolso que tenía dentro una botella con agua, toalla pequeña y demás accesorios femeninos. Como es sábado, normalmente hay poca gente. Empecé diez minutos corriendo para calentar los músculos, hice ejercicios con pesas para piernas y luego de media hora me senté a tomar agua en el piso.

-¿Cuántos tiempo llevas aquí? -un hombre de contextura normal me preguntó. Primera vez que lo veía en el gimnasio.

-Dos meses. -me paré a hacer bicicleta y el fue detrás mío.

-¿Y si has notado cambios? -me observó de pies a cabeza. -Por lo visto sí. -lo miré mal. -No te enojes, es que quería ver si podrías ser mi coach o algo así...ya mismo son vacaciones y ya sabes, quiero ponerme en forma.

-No creo que pueda. Conozco de ejercicios y alimentación pero no tengo un título en esto. -me senté en la máquina. -Necesitas chequearte con un experto.

-Es que no tengo mucho dinero para eso. Tan sólo me guías con lo que sepas...no seas mala.

-Pero puede que mi método no te funcione. Cada cuerpo es distinto.

-No importa, te obedeceré de igual modo.

Me quedé veinte minutos más para darle consejos y algunas instrucciones para que vea mejores resultados en sus músculos.

-Mañana recibo más clases. -me aclaró cuando estaba saliendo para la casa. -¿Te llevo en mi carro?

-No, gracias. Vivo cerca y prefiero caminar.

Aquel chico que no conocía su nombre terminó convenciéndome, tenía cara de persona tranquila. Estaba en la esquina de mi casa e iba a decirle que me deje ahí. No quería que conozca mi casa un desconocido.

-Por aquí no más, gracias. -buscaba las llaves en el bolso. -¡Ay no, dejé el teléfono en mi casillero! -seguí rebuscando y las encontré. -Ya no importa, toca ir a verlo más tarde. Adiós, gracias.

Mi pie derecho iba a tocar suelo pero un hombre encapuchado apareció del asiento trasero y jaló todo mi cuerpo adentro del carro a la fuerza. El chófer cerró la puerta y arrancó a toda velocidad.

Sentí un pinchazo y la debilidad se apoderó de mí. Abrí los ojos pero veía todo oscuro. No podía ver ni decir nada. Ambos hombres ataron mis manos y pies. Lo único que hacía era llorar porque si gritaba moría. El llanto en silencio permitía la liberación de aquella tensión. Porque el terror de no ver más a mis seres queridos estaba consumiéndome.

El mejor reencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora