Ada: La chica disuelta.

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Es imposible explicarle a alguien que nunca ha tenido una pasión en su vida lo que puede llegar a significar un sueño real y tan intenso que cada día que pasa sin cumplirse duele. Dolor físico, como una inquietud dentro del estómago que hace que te tiemplen las manos o las piernas ligeramente, solo con el pensamiento tan nefasto de que nunca ocurrirá. Que pasarán los días, los meses y los años y nada habrá ocurrido, nadie se habrá interesado por nuestro talento, nadie lo conocerá. Se disipará entre años llenos de otras cosas que realmente nunca buscamos, y llegará el día en el que todo lo demás se nos hará insuficiente, el sueño siempre sobrepasa todo lo demás; las cosas más complejas y las más simples de la vida. O por el contrario llegará el día en el que todo se nos haga suficiente, que ya no apostaremos por nosotros mismos, que nos decantaremos por el costumbrismo, y será suficiente lo que hay a nuestro alrededor por simple y sencillo que sea; y no sé qué opción es más aterradora.

Yo cantaba cada día desde muy pequeña, primero comencé a hacerlo por obligación en el coro de la secta de mi padrastro, después lo hacía en mi habitación, en la ducha, antes de dormir, mirándome al espejo fingiendo que había más personas que me escuchaban y sentían lo mismo que yo. Pero no me di cuenta de que era lo que realmente quería hacer con mi vida hasta que la escuché, a mi primer amor cantando. Ella era mayor y formaba parte de la secta en la que había estado viviendo los últimos años. Aún recuerdo escucharla por las noches, ya que su habitación estaba junto a la mía. Cantaba sus propias canciones ya que no se nos permitía escuchar música del exterior. Y recuerdo imaginármela con su pijama blanco sobre la cama, cepillándose el pelo negro azabache con sus manos sumamente delicadas, me iba a dormir con esa imagen en mi cabeza, con todo el cuerpo temblando y las mejillas sonrosadas. Ese fue el momento en el que me di cuenta de que me gustaban las chicas. Un secreto que se convirtió en algo peligroso, no quería acabar como todas esas personas a las que habían encontrado haciendo algo ilegal. Ilegal podían ser muchas cosas, beber, drogarse, salir sin permiso, tocarse, tocar a otros, comer más de lo debido, mirar a los ojos a mi padrastro, que era el líder, tener relaciones sexuales antes de que te asignaran a tu pareja... Y un largo etcétera que se convirtió en una jaula formada en torno a mí. El mundo y yo estábamos completamente separados.

Después de pensar un rato y divagar dentro de retazos algo dolorosos de mi pasado decido dejar de pensar en ello y hacer algo con mi vida. He quedado dentro de media hora en la puerta de Tentazione, el club donde cantamos individualmente de vez en cuando. Decido vestirme algo más sencilla, que no quiere decir normal. Me pongo unas medias rojas y encima una falda plisada plateada que me hace pensar en cosas que no debo pensar, encima me coloco un jersey azul turquesa, y finalizo todo con unas plataformas del mismo color de la falda. Me suelto el pelo, los rizos rojos caen como cascadas de sangre por la espalda. Me dejo las lentillas azules que he llevado durante todo el día y me encamino hacia la puerta. Voy a pie ya que está relativamente cerca de mi piso y no merece la pena coger el coche, pasaría más de media hora para encontrar aparcamiento y perdería mi turno para cantar. Mi aliento se congela y las piernas me tambalean debido al frío y las plataformas, pero llego sana y salva y extrañamente a tiempo. No hay nadie en la puerta así que me supongo que estarán dentro guardando mesa para ver el espectáculo. Cuando entro ahí están, todas menos Maia que es igual de impuntual que yo.

-¿Quién es la primera? -pregunto después de darles un par de besos a cada una.

-Tú -contesta Guri.

-Te estás quedando conmigo.

Se ríe y niega con la cabeza. Me fijo en que lleva el pelo más corto, por encima de las orejas. Tiene una cara tan bonita que cualquier peinado le quedaría bien.

-No seas tonta, ser la primera está bien, todo el mundo te presta atención ya que no han perdido el interés aún.

Me revuelvo en mi asiento y suspiro.

-Necesito una cerveza -anuncio mientras me levanto.

Me inclino un poco sobre la barra para llamar la atención del camarero pero nada. Entonces me quedo congelada por unos instantes ya que me llega un olor familiar, cálido y agradable. Antes de que pueda comprobar de quién proviene el camarero me saca de mi ensoñación. Cuando le pido la cerveza y miro a mi alrededor el olor a desaparecido y la persona también. Me quedo apretando el botellín frío, concentrándome en esa sensación familiar, intento hacer que no desaparezca del todo, pero no hay vuelta atrás, no queda nada más que una extraña sensación.

Todos se quedan en silencio, el local se oscurece y enfocan una gran luz morada hacia el escenario donde un micrófono espera. Cómo sé lo que va a ocurrir me bebo la cerveza de golpe intentado que el alcohol me suelte un poco. Canto delante de quien haga falta, canto en bodas, en la calle, en restaurantes y en diversos eventos, pero este lugar por algún motivo me inquieta. No sé si es el olor a madera vieja o el aspecto oscuro que tiene, pero hay algo que me pone nerviosa.

Un hombre, el ''presentador'' se sube al escenario.

-Ada Bonnet, cantará Creep.

Doy pasos rápidos pero concisos, escucho la respiración del público y siento cómo todas las miradas se posan sobre mí, pero no me importa. Me coloco en frente del micrófono, paso las manos por él, siento el frío que desprende y comienzo. Cuando mi boca se abre y canto las primeras frases siento que todo se disipa, es como si no existiese nadie alrededor. No hay ojos inquietos que pululan por el local, yo no estoy nerviosa. Todo va bien. Cuando canto siento que toda mi alma se expande, que mis células se disparan y dispersan por toda la habitación, que mi voz se cuela hasta los rincones más recónditos, y con suerte también en el interior de las personas que me escuchan con atención. Siento que mi cuerpo desaparece, soy cada cosa que hay a mi alrededor, la persona de pelo rubio que me mira y se aprieta el pecho con una mano, las lágrimas que alguien deja caer, el murmuro opinando de dos chicas jóvenes a mi derecha, soy todo y nada a la vez. Me siento una chica disuelta, disuelta en el ambiente, pertenezco a algo más, a un conjunto de un todo. Formo parte de algo. Cuando termino cierro los ojos unos instantes, siento un ligero escozor en la garganta, al final abro los ojos y sonrío escuchando el aplauso de las personas. Inclino la cabeza ligeramente.

-Muchas gracias, espero que os haya gustado -murmuro algo más tímida.

Escucho a alguien silbar, sin duda es Ragna.

Me bajo del escenario con el corazón golpeándome el pecho y la respiración acelerada. Cuando me siento con mis amigas me dicen que lo he hecho genial y yo no puedo hacer otra cosa que agradecerlo. Guri me pasa un vaso de agua, me siento afortunada.

El presentador vuelve a subirse al escenario.

-Ahora damos la bienvenida a Arabella Balletti, que tocará... -mira el papel que tiene en la mano, parece ser que no sabe cómo pronunciarlo-, una pieza de Mozart.

No hace falta que la vea, tan solo recordar su nombre me ha bastado, lo sé; es ella. Pero el tiempo pasa y no sube.

En armonía |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora