Arabella: Calma.

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Durante la historia he pensando varias veces qué ocurrió con el bebé. Al principio pensé que quizás lo había perdido, pero ahora que sé que lo tuvo... No se me ocurre qué pudo ocurrir.

Al mirarla veo que tiembla, así que me acerco a ella y le paso la mano por el hombro, la deslizo hasta su mejilla y le acaricio hasta que no queda rastro de una lágrima que hacía un rato se había escapado. Me dedica una sonrisa y pone su mano sobre la mía.

-Gracias, Arabella... No sé qué ha ocurrido entre nosotras, pero sé que ha sido algo que nunca me había pasado. Por eso te estoy contando esto, espero que no sea demasiado.

Niego con la cabeza y me vuelvo a sentar en mi silla.

-Sé que te puede parecer precipitado, pero a mí no me importa. Puede ser una locura, pero si algo me has enseñado es que de arriesgar va la vida, y sobre todo de no reprimirte. Por eso quiero saber tu historia... Por difícil que sea.

-Bueno, aunque llegue el final no quiero dejarte con un gusto amargo, así que mejor empiezo a contarte qué paso con aquel niño. En cierto modo aunque sabía que era mi hijo y sentía una necesidad imperiosa de protegerle no lo sentía mío. Pero a pesar de todo le quería, había estado nueve meses en mi interior, y no dejaría que nada malo le ocurriese. No quería que él pasase por todo lo que yo había pasado. Me di cuenta de que la única forma era dejarlo en algún lugar seguro... A día de hoy no sé si habría hecho las cosas de la misma manera, pero a mis trece años no podía hacer nada. Yo no era un madre y nunca lo sería. Solo era una cría a la que habían violado y abandonado. Así que me tumbé en la cama del hostal con él, le di el pecho y después nos dormimos así. A la mañana siguiente me vestí, recogí todas mis cosas y me dirigí con él a comprarle algunas cosas, un carro, mantas, ropa... No sé, todo lo necesario. Pensé en dejarlo en el hospital, pero cuando me posicioné delante de las puertas... No pude. Y entonces pasó un mes, y luego otro... Mientras yo seguía malgastando el dinero en el hostal sin encontrar trabajo ni saber qué podía hacer. Y pasó algo maravilloso, justo al lado de mi habitación se instaló una familia, eran del sur de Francia y venían a París de vacaciones. Dada mi condición de madre de trece años les llamé la atención y de vez en cuando me invitaban a comer. Empecé a entablar una buena relación con la hija mayor que tenía veinte años, estaba embarazada. Una noche después de un par de meses más, en la piscina, con mi hijo en los brazos me derrumbé... No podía contarle todo pero le dije que huía de mi padrastro el cual me había violado, que no podía quedarme con el niño y que tenía que irme lo más lejos posible. Ella se compadeció de mí, me dijo que me ayudaría, que le dejase al niño y que ellos harían todo lo necesario para asegurarse de que encontraba un hogar. Esa misma noche me marché. Me dio su número de móvil para que pudiésemos estar en contacto y me mantuviese informada con todo lo que ocurriese con él. Recogí mis pocas cosas, le di un beso en la frente y lo miré unos segundos... Tenía el mismo color de mis ojos castaños y pecas. Yo... El resto ya puedes imaginarlo. Cuando llegué a la estación de autobuses no sabía qué hacer, estaba destruida, quería morirme. Cogí el primer autobús que había, casualmente aquí, a Nápoles. Fueron las peores horas de mi vida, no podía dejar de pensar en que le había hecho a aquel niño lo mismo que mi madre me hizo a mí, abandonarme. Pensé en volver, pensé en que me había equivocado. Pero al llegar aquí me di cuenta de que ya no había marcha atrás.

Tengo un nudo en la garganta, no sé qué decir. Es una situación tan difícil, tan inverosímil, que no sé cuáles son las palabras correctas.

-Hiciste lo correcto Lila, nadie te podría culpar por eso. Cualquier otra persona habría abandonado mucho antes, podría haber dejado al niño en cualquier parte... Fuiste una buena persona, a pesar de todo lo que te había pasado no te hundiste, no culpaste a aquel niño de todos tus males como podría haber hecho otra persona. No lo abandonaste, le diste una oportunidad.

Veo como sus ojos se iluminan, quizás era lo que necesitaba escuchar. Después de tantos años, de tanta culpa y remordimientos... Quizás solo necesitaba que alguien le dijese que no era culpable de nada, que no había hecho nada malo.

-Gracias, de corazón... Arabella no sabes todo lo que me has dado.

La miro fijamente, intentando analizar si está bien. Sus ojos son un abismo, dentro podría haber cualquier cosa. Dentro podría perderme, y no me importaría.

-Sé que te culpas, pero no tienes motivos, ya no... Eres la persona más fuerte que he conocido nunca, espero que te des cuenta de eso, que te lo admitas a ti misma.

Me dedica una sonrisa un tanto escasa.

-Gracias, gracias... Y aunque intente pensar así, aun con todo, a veces tengo momentos en los que pienso que fui egoísta, que huí.

-No huiste, después de tanto sufrimiento te diste a ti misma una oportunidad. La oportunidad más básica de cualquier ser humano, libertad, la misma libertad que te permitió después de tantos años tener una vida. Empezaste de cero.

Niega con la cabeza.

-No sé... Más bien me escondí. Los primeros cinco años estuve aterrada, a penas podía dar más de veinte pasos sin mirar atrás, cuando un coche paraba a mi lado pensaba que todo había llegado a su fin, o cuando un hombre se quedaba mirándome más tiempo de lo normal... Y ahí fue cuando empecé a ponerme aún más paranoica.

-Fue cuando cambiaste.

-Exacto, el primer año aquí fue difícil. Me hospedé en un hostal, peor que el anterior. Y de ahí apenas salía. Pasaron meses... Después de un tiempo conseguí que el dueño del hostal me diese un trabajo como friega platos. A penas me pagaba pero me iba bien para ir ahorrando. El hostal quebró y yo me volví a quedar en la calle. Dormí algunas noches fuera hasta que encontré otro hostal barato, esta vez más céntrico. Ahí fue cuando me di cuenta de que no podía seguir así. Recuerdo aquel día, salí y me compré las lentillas, maquillaje, algunas pelucas, ropa que me hiciese parecer más adulta... Y cuando mi carnet dijo que por fin tenía la edad para trabajar me dieron un trabajo sirviendo copas en una discoteca importante de aquí, cerca de Tentazione. Ahí yo ya llevaba mis conjuntos raros, mis ojos de colores falsos, mi pelo rojo... Y un día conocí a algunas chicas en Tentazione, estaban cursando música. Di un paso adelante y me apunté. Ahí todo mejoró. Tenía amigas, tenía aspiraciones y un trabajo.

-¿Lo ves? Seguiste adelante y la vida te lo recompensó.

-Supongo, porque después pude dejar el trabajo y formar el grupo con las chicas. Y fue cuando me di cuenta de que era a lo que me quería dedicar. Pero después de todo esto... No hay más.

-¿Por qué no dejaste de esconderte?

-Porque en el fondo Arabella... Puede que siguiese teniendo miedo.

-¿A que te encuentren?

-No, quizás tenía miedo a esto, a que alguien como tú me encontrase. A tener que contar mi historia, a abrirme y por consiguiente... Empezar a tirar abajo todos mis muros.

Algo dentro de mí se agita, porque en el fondo es lo que siempre he sentido yo.

-¿Y ahora tienes miedo?

-Ahora no, ahora solo quiero estar contigo, y que me veas, que me veas de verdad

En armonía |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora